Exceptuando uno que otro comentario o actualización, transcribo este trabajo realizado por Napoleón Pisani Pardi, esperando con ello, rendir tributo a los humildes productores de la “Semilla que Cambió al Mundo,” como denominó Mark Pendergrast al café, así como también a una ancestral parentela que casuísticamente une al café con mi forma de vida. A don Eduardo Hernández (El Rey del Café) y a los Hermanos Castillo, propietarios de la “Finca Cabalonga,” ubicada en San Casimiro, en los Valles del estado Aragua, a quienes les fue otorgado el reconocimiento de producir “El Mejor Café Descerezado del Mundo,” el más grande reconocimiento mundial que ha tenido Venezuela. Fue en la Exposición Universal de París, de 1889. A su bisnieta, y sobrina María Claudia de Adalfio son, el bisabuelo y la prima política de mi esposa Nancy Laclé…
Viene de… Exposición Universal de París 1889. Cumbre Mundial del Café Venezolano. Parte II…
En dos grandes vidrieras se podía leer que la cosecha anual del café era de 200.000 sacos, y los del cacao de 120.000 sacos. Una hermosa acuarela daba idea de las vastas plantaciones de ambos granos de Don Federico de la Madriz, donde se producía el café a la sombra de los guamos y bucares. Por todas partes de La Exposición, arriba de las vidrieras, copones y vasos de cristal, estaban llenos de mil productos de la tierra venezolana.
Anexo al pabellón se exhibía una pirámide de oro, cuyo peso era de 1.217.057 onzas, y su valor de 120.000.000 francos. Ese oro fue extraído de las minas del Callao desde 1881 hasta 1888. Junto a esa espectacular muestra de las minas del Callao, se encontraban muestras de las minas de cobre de Aroa, de la Compañía Callao bis y de la Compañía Venezuela Austin.
Asfalto de los Andes, carbón de piedra de la Isla de Toas, de Orituco, de Curamichate, de Taguay y de la sociedad Francesa del Neverí, se exponían al lado de los cafés, maderas, lana vegetal, aguas ferruginosas de Mariara y zarzaparrilla, que ofrecía Dolores B. de Tovar.
Insectos, cráneos de las diferentes etnias que habitaban en el país, un plano en relieve del nuevo puerto de la Guaira, obras impresas de Andrés Bello, Baralt, Arístides Rojas, Antonio Leocadio Guzmán, Francisco G. Pardo y José Antonio Maitín, formaban parte de las extensa y heterogénea colección de objetos que mostraba al público nuestro pabellón.
La música fue así misma, protagonista importante en nuestro pabellón. Josefina Sucre Larrazábal, de quince años, y sobrina del gran músico venezolano Felipe Larrazábal, había sido escogida para representar al país en La Exposición Universal, pues ya a esa edad, tenía extensos conocimientos de la técnica del piano.
Allí, junto con su amiga Graciela Calcaño, interpretarían, a cuatro manos, valses criollos, los cuales, por su estructura rítmica, son muy diferentes al vals vienés.
Estas ejecuciones de las dos jóvenes pianistas tuvieron mucho éxito entre el público asistente al Pabellón de Venezuela, y también, entre los invitados especiales por Guzmán Blanco, para ir a escuchar a estas virtuosas del piano al Gran Hotel de París.
Estas jóvenes venezolanas tuvieron la oportunidad de admirar la obra Carlota Corday del pintor Arturo Michelena, la cual obtuvo Medalla de Oro en aquella gran ocasión. Asimismo, se alegraron con el triunfo de otro artista venezolano, Emilio Boggio, quien ganó Medalla de Bronce en la Exposición de 1889.
“La impresión que dejaba una visita a esta exposición, dijo un periodista francés, es lo más agradable, y se completa con una obra de estadística muy interesante, escrita en cinco idiomas, la cual se ofrece gratuitamente al público.
Venezuela era, merced a su clima, a la riqueza de su suelo, “A LA SABIDURÍA DE SU LEGISLACIÓN”, un país que al igual de la República Argentina, ofrecía las mayores ventajas para el inmigrante.
Era un país, que como hemos visto, todo abundaba, animales, vegetales y minerales, el hombre no podía vivir desvalido, pues siempre encontraría en que emplear sus brazos o su inteligencia”.
Meses antes de inaugurarse la Exposición Universal, y después de su apertura al público, el mundo estaba pendiente de este gran acontecimiento histórico.
Tengo fe en que la majestuosidad descrita sobre “EL PABELLÓN DE VENEZUELA EN LA EXPOSICIÓN UNIVERSAL DE PARÍS, DE 1889,” sea suficientemente representativa como para valorar la grandeza que nos dio la caficultura nacional en tiempos en los cuales los productores de la noble cereza representaban a una clase social próspera, pues lograron ser productivos, con ingresos económicos suficientes que retribuían su trabajo, inversión, esfuerzo, tesón, perseverancia y valentía, a pesar de que no existía financiamiento, apoyo técnico, fertilizantes, controles fitosanitarios ni vías de comunicación idóneas, luchando contra las adversidades, las condiciones ambientales y contra depredadores de dos y de cuatro patas…
La caficultura nacional soportó la Guerra de Independencia, la Guerra de Federación, a montoneras, a oprobiosas dictaduras y a desastres telúricos, a incendiarios de caseríos, pueblos y sabanas, a esclavistas de niños como, presuntamente, lo fue Ezequiel Zamora…
¿Qué pasó?
¿Cómo bajar los costos de producción que nos hacen incompetentes?
¿Cómo parar la inflación destructiva, resultado del sistema político–económico impuesto?
Maximiliano Pérez Apóstol