“El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas”
Juan de Dios Peza
Veloces caminos ruedan bajo el cielo. La tarde enseña al pasajero el espacio que ocupa la nostalgia, ese puñado de recuerdos que poco a poco en la memoria van dejando de ser lo que eran. Sobre el mapa, el desnivel acecha, cada paso puede ser el último. Ante los ojos corren los paisajes, allí una flor, más allá un perro, un camino oscuro que da miedo. Vano es el miedo cuando la vida avanza, como vano es el temor, la duda y la corta plegaria que iniciamos con el viaje…
El silencio ronda el pastizal, sobre los árboles se duerme la neblina, no hay quien traduzca las voces pesadas y yertas del camino, los llantos, los ojos intempestivos, las manos anuladas, ni el sonar de las guitarras, no hay quien pueda descifrar la coquetería de la lluvia golpeando las ventanas, como tampoco quien pueda traducir cómo se reconstruye el deseo humano en los huertos del alma, como se recuperan las alegrías, las carcajadas, como tampoco descifrar el dolor de los niños y animales que se quedan dormidos a la intemperie como rosas marchitas, olvidados sobre la Geografía de los caminos.
Al ocultarse tras la tarde el día del viajero, arriba aparece la luna llena plateando todo a su paso, silencio en la noche, el músculo duerme, la ambición trabaja. Revientan las luces al despertar el alba, avanza el tren de la vida desde donde se vuelve a despertar el ojo del viento. Y así va pasando el tiempo al pálido reflejo de las luces que atrás van dejando la oscuridad. En cada recodo y puerto todo lo va secuestrando el tiempo.
La tierra se humedece, el árbol entrega sus frutos, crecen las ramas, a la vez que van cayendo los anhelos en la memoria de los viajantes, los pueblos se envejecen, a la vera del camino van quedando las casas silenciosas, mustias, cansadas de vivir. A lo lejos el paisaje va cambiando, se encrespan los caminos, es plano el cielo cuando aporrea la tristeza sobre la soledad de las aguas profundas y quietas.
Nunca aprendemos los viajeros que cada paso que demos por los caminos de la vida significan un ahora o nunca, nunca aprendemos que cada época tiene su encanto. Así mismo como en la mina se esconde un rico tesoro, ahora en el niño, luego en el joven o en la vejez siempre la vida guarda ese precioso oro.
No es nada fácil el viaje por las geografías del mundo. Aquí no regalan nada como dice la canción, todo tiene un alto precio y más va costando a medida que vivimos y también cuando se tiene que luchar y sufrir ante el soplo de los vientos de la guerra, del odio, de las enfermedades, de las epidemias y la muerte, aunado a los azotes de las opresiones y del hambre que apagan la vida por montones…
Lector: Descifre usted esté escrito mientras yo sigo caminando por este mundo buscando las palabras perdidas en el umbral de mis elucubraciones…
Amanda Niño P.