Venezuela hoy vive una cuasi-anarquía debido a un pequeño cogollo cívico-militar en frágil contubernio – que – sin mayor preparación y con casi nulos méritos profesionales – irresponsablemente ordeña el decreciente legado político de un caudillo desaparecido hace más de una década.
Sus contraproducentes andanadas represivas suelen ser torpes y chabacanos zarpazos de brutalidad y sevicia, burdamente ejecutados sin el menor disimulo, con cínicas y a la vez ridículas “justificaciones” que no generan la más mínima credibilidad.
Con una economía en retroceso y sin esperanzas, los capitostes oficialistas viven en perpetua huida hacia adelante: Argumentan no poder comprar insulina ni pagar la cuota de Venezuela en Naciones Unidas debido a un supuesto “bloqueo”; pero gastan fortunas contratando drones para espectáculos lumínicos de corta duración. No hay pan, pero no cesan los circos.
Su argumentación se limita a infantiles, petulantes o soeces insultos personales, amenazas y gritos, matizados con agotados estribillos y referencias a la anacrónica doctrina comunista. Que destacados portavoces recurran a la pueril cantilena de llamar “inmundo” a “Edmundo”, subraya el escaso nivel mental y la vacuidad intelectual del “socialismo del siglo 21”.
Por otro lado hay una oposición amplia y diversa que se mantiene irreductible ante un cuarto de siglo de provocaciones, injurias, atropellos, agresiones, sin caer en esa tentación de violencia que en tantas otras latitudes ha generado un círculo vicioso de acciones y reacciones sangrientas para ambos lados.
Tan admirable resulta la resiliencia de la oposición venezolana como su consistente búsqueda de soluciones pacíficas, electorales y constitucionales. Tan solo eso coloca el caso venezolano en una categoría muy excepcional con respecto a otras partes de la región y del mundo donde se imponen espirales de violencia.
Hoy – por ejemplo – en la oposición democrática se debate seriamente cómo reducir el costo político y personal de los sátrapas atrincherados en el régimen para facilitar una transición incruenta, y un retorno a las prácticas democráticas.
A los más lúcidos cabecillas del régimen no se les puede ocultar el monumental rechazo que suscita en la población – incluso entre sus tradicionales adeptos – el candidato impuesto en el partido oficialista. Ante esa realidad lo lógico parecería ser modificar el curso, controlar las locuras, rescatar un futuro político y personal, y encauzar sus acciones futuras hacia el restablecimiento de la democracia. La pelota está del otro lado. El tiempo lo dirá.
Antonio A. Herrera-Vaillant