A mi madre Aminta (Q.E.P.D.)
Lo que llega se va, lo que vive muere, ley de vida que no falla. El tiempo todo lo acaba y todo lo muda. Nada dura para siempre ni la vida, la juventud, el trabajo, la salud, ni siquiera la felicidad. Más que de bienvenidas estamos llenos de despedidas…
Querida vieja: Del tiempo y las realidades, por muchos años llevaste luto en el alma. Después de los que se te fueron para siempre, empezaste a ver cómo te arrancaba la muerte al primero de tus doce hijos, a la vez que irremediablemente uno a uno de los otros, cada uno fue tomando su propio camino. Te quedaste sola con el viejo en aquella amada casa. Después en vista de que la vida se hacía dura y difícil de sobrellevar solos, tuvieron que abandonar la casa en la que se desarrolló nuestra niñez y juventud. Luego la mano aleve del destino fiero se empeñó en extinguir todo lo sublime que te quedaba cerca, se fue también nuestro viejo para siempre. “Ya no vive nadie en ella y a la orilla del camino silenciosa está la casa, se diría que sus puertas se cerraron para siempre, se cerraron para siempre sus ventanas. Todo ha muerto, la alegría y el bullicio, los que fueron la alegría y el calor de aquella casa se marcharon, unos vivos y otros muertos que tenían muerta el alma, se marcharon para siempre de la casa…” (Jorge Villamil) Todos nos fuimos. Esas son las realidades de la vida, hoy tenemos los hijos que crecen pronto y se van, ¿qué nos queda? La soledad…
Tú fuiste el amor que se da sin esperar nada a cambio, fuiste la encarnación del sentimiento que llamamos amor y solo amor. Tú, la purísima fuente y gloria inmarchitable, superior a todo tiempo, sin embargo al final tuviste que vivir en soledad cargando gajos de tristisimas nostalgias. Tú también te quedaste sola como nos quedamos todas las madres cuando el soplo del destino aleja los hijos del hogar dulce hogar.
Querida vieja: El tiempo fue pasando sin saber cuántas nuevas flores traería la próxima mañana ni cuándo vendría la muerte a recortar el césped en el jardín de nuestra alegría. Y llegó sin avisar. Todo se hizo oscuro porque Dios estaba ausente. Llegó la fecha señalando el día de tu partida, fecha de lirios y de cirios… Desde entonces un silencio inmenso se duerme en los senderos. También te fuiste tú y quedamos nosotros solos sin tu amada presencia…
Aunque después de tantos años tu voz no responda a mi triste reclamo, permanecerás allá en la lejanía disfrutando el hechizo de otro mundo mejor. Te fuiste en el momento en que las azucenas floridas y llenas de miel abrían sus relucientes cálices bajo los rayos del sol. Si unos te olvidaron, quedamos otros recordando el santo rostro de esa mujer que nos enseñó a pintar sueños en las suaves luces de la aurora y a tejer filigranas alrededor de la fe y la esperanza. Después del tiempo sigues siendo la fuerza del recuerdo de aquel día en que te fuiste para nunca más volver, momento en el que aprendimos lo que es sentir la vida ásperamente amarga ante la muerte…
Hoy te recuerdo con veneración y agradecimiento, recuerdo tus blancas manos como si fueran plumas del cielo, manos que trabajaron hasta el final llenas de ternura, manos que nos enseñaron lo que es trabajar con esfuerzo y con amor, manos santas que nos mostraron en el reloj, cómo se come el tiempo los años si no se aprovechan bien, manos que nos enseñaron a sembrar y acariciar cada semilla antes de introducirla en la tierra.
Gracias mamá por tanto amor.
Amanda