En todo tiempo, estar privado de libertad es angustiante. Nuestro Francisco Miranda, murió en una inhóspita Carraca y aún con ello, se le permitió un mayordomo qué le auxiliaba. Juan Vicente Gómez mató a hombres en sus cárceles sin misericordia. En democracia, a sus enemigos se les juzgó, condenó y una política de pacificación les incorporó a la sociedad civil y política. Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, sobreseyeron las causas de los golpistas de 1992. Hoy es distinto, a pesar de la evolución de la modalidad de delitos. Hasta el lenguaje, está inscrito en el marco de elementales principios calificados cómo Derechos Humanos. El preso es un procesado, el «Debido Proceso» es de naturaleza constitucional, la cárcel fue sustituida por penitenciaría y todo ello es válido en asuntos penales, civiles, militares y políticos.
Las precedentes consideraciones vienen al caso, con motivo a las exclusivas modalidades de las décadas del chavismo-madurismo-militar-cívico de patear el constitucional «Debido Proceso» al penalizar causas políticas y viceversa. Los casos de inhabilitaciones administrativas, los de corrupciones o políticas bajo la figura de terrorismo, desconociendo el evidente inexistente Estado de Derecho. En ese túnel, el ciudadano Henry Alviárez no es la excepción pero si de la indolencia larense donde se ha venido desempeñado como abogado litigante, presidente de su Colegio de Abogados, Director de la Escuela de Derecho en la Universidad Fermín Toro y quien al incursionar en la política, no solo lo ha hecho con inteligencia exitosa, sino con honestidad y tolerancia, que ahora le cobran…
La historia republicana de Venezuela da cuenta de los delitos y juicios políticos. Don Lisandro Alvarado publicó un ensayo sobre esos particulares: «Los Delitos Políticos en la Historia de Venezuela» donde analiza las consecuencias del Decreto de Guerra a Muerte (1813) y el Asalto al Congreso, (1840) concluyendo que en ellos hubo “responsabilidad compartida”. Nosotros, inspirado en ellos hemos escrito «Delitos y Juicios Políticos en la Historia de Venezuela» (2024) que incluye el fusilamiento de Piar, coronel Leonardo Infante, Matías Salazar y en el siglo XX entre otros, el de Carlos Andrés Pérez de responsabilidades individuales, tratando de precisar al «político delincuente y el delincuente político» del que nos hablara José Gil Fortoul en su “Filosofía Penal” donde no puede estar incurso Henry Alviárez, más si los procesados por corrupción, terrorismo traición y narcotráfico, delitos que constitucionalmente no prescriben. Esto último es interesantísimo en nuestro tiempo, a propósito de la trama de PDVSA y la detención de Tareck El Aissami, mostrado como “jefe” de toda una organización criminal de alcances internacionales que obliga a estudiar sin prejuicios.
El delito político tiene su antecedente en la Roma imperial como reacción del “poder absoluto contra sus agresiones” conocido como de “Lesa Majestad” en principio por ofensas al emperador, luego la traición. El enjuiciamiento de Jesucristo, fue sin duda de textura política y la revolución francesa, el “Decreto a Muerte” de Bolívar y toda la justicia nazista y fascista del siglo XX, tiene ese sello, a pesar de las tesis de eminentes penalistas y criminólogos, Carrara, Jienense de Asúa, Mariano Ruiz Funes, que hace apasionante el asunto
Al respecto, el caso Alviárez, cómo en los juicios a Carlos Ortega o Antonio Ledezma se evidencian venganzas políticas. A Henry Alviárez se le acusa de haber “conspirado” para “sabotear” el referéndum consultivo sobre la Guayana Esequiba celebrado el 3 de diciembre, y se le imputaron los cargos de «traición a la patria», «asociación para delinquir», «conspiración» y «legitimación de capitales». (Marzo 10 de 2024). Por supuesto, la solidaridad no se ha hecho esperar en la doctora Roscio San Miguel, pero al Barquisimeto de la algarabía, por tomarse un café con Alviárez, a la indolencia de hoy es patética, que a dos meses de su detención no hay quién diga — ayer me tomé un café con Henry, ayer le brinde unas empanadas a Henry, pero no se lo digas a nadie —
Jorge Ramos Guerra
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