#OPINIÓN Una paranoia llamada Venezuela #14Abr

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El 28 de julio en Venezuela habrá algo más que un proceso electoral. Esa fecha podría acabar siendo una de dos cosas: o bien el escenario ideal para que diriman civilizadamente sus visiones dos propuestas políticas dispares; o, de proseguir los acontecimientos por el turbio camino que llevan, la frustración que a la sociedad venezolana le infligiría el no poder expresar una voluntad tan evidente de cambio, la indignación de no alcanzar a drenar tal cúmulo de insatisfacción colectiva, toda esa creciente impotencia conllevaría la fatalidad de ocasionar un descalabro moral y material de proporciones impredecibles.

Se podrá alegar que en 25 años la oposición ha sobrevivido a derrotas y humillantes farsas electorales; es cierto. Pero la miseria programada como arma de sometimiento no había llegado tan lejos; ni la codicia en el saqueo de los recursos fue tan depravada como ahora; ni nunca en este desolador cuarto de siglo, la ansiedad por recobrar la libertad había sido bandera abrazada sin complejos por densas capas de pueblo llano, que vienen de regreso, defraudadas.

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En Venezuela se respira cansancio. El nuestro es un país vulnerable, emocionalmente bombardeado, herido en su dignidad, obligado a malvivir un inseguro día a día sin la estimulante ilusión del mañana, fracturado por la diáspora, la dispersión familiar, la violencia institucionalizada. Acusamos, como cuerpo social, los síntomas de la paranoia. Un estudio reciente de la Escuela de Psicología de la UCAB ha revelado que 81% de la población siente desconfianza del otro. 79% afirma sentir rabia por ver a dónde ha llegado

Venezuela y a 73% le entristece pensar en el futuro de la nación.

Es un cuadro desquiciante al cual se le suma el predominio de la posverdad, eso que exquisitamente se da en llamar la “mentira emotiva”, pero que en el fondo no es más que la exaltación de la falsedad, del disimulo transgresor. Por estos días, la abundosa mentira oficial ha entrado en un retorcido estado de éxtasis. La detención de Tareck El Aissami, por ejemplo, no despierta más que rudas sospechas. El hecho mismo de que Elvis Amoroso, actual presidente del CNE, haya sido Contralor, diputado y presidente del Consejo Moral Republicano, justo en los tiempos en que el flamante funcionario habría tardado en sustraerle a la nación la bicoca de veintiún mil millones de dólares, ¿acaso no lo descalifica para dirigir una consulta tan delicada como aquella en que los venezolanos emitirán, en julio, un dictamen sobre el escandaloso desempeño de sus propios camaradas? Y mientras el canciller Yván Gil niega la existencia de la temible banda delictiva Tren de Aragua, ahora transnacional (una “ficción mediática” según él), la Asamblea Nacional, como mirándose al espejo, aprueba la Ley contra el Fascismo. Pues bien, ¿qué caracterizó al padre de esa criatura, Benito Mussolini?: la explotación del resentimiento social, la simbiosis Estado-Partido, el militarismo, la persecución de sindicatos, medios de comunicación y defensores de los derechos humanos, el encarcelamiento y asesinato selectivo de los críticos, el desprecio al ciudadano y al mundo de la cultura. ¡Ese es, justamente, el retrato hablado del régimen que nos oprime!

Así nos encaminamos a unas elecciones que no parecen ni serán tales, a menos que el aspirante a la reelección se atreva a exponerse al escrutinio popular sin filtrar de antemano a su adversario. Según la última encuesta de Meganálisis, solamente en los escenarios negados por Nicolás Maduro (con María Corina Machado o la doctora Yoris en la boleta), su ambición de perpetuidad se vería frustrada. La relación en la intención de voto es 70.8% contra 9.4%, favorable a quien participó y ganó las primarias de octubre. Yoris casi cuadruplicaría a Maduro: 37.9%/10.4% Sin esas opciones la abstención remontaría el 76.8% y la idea de emigrar anidaría en la mente de 39.3% de venezolanos que siguen aquí, aferrados a una terca esperanza. Otro dato revelador se desprende de la encuesta: la confianza que el país ha depositado en MCM no se transfiere ni siquiera a su propio partido. Únicamente quienes convalidan la estratagema oficial tienen acceso a las televisoras. A los que exigen garantías se les tilda de abstencionistas, sin derecho a réplica. Llama la atención lo parejo que corren en todo esto el rechazo a la continuidad de Maduro en el poder (81.4%), como el nivel de rabia que siente la población venezolana (79%), según el citado estudio de la UCAB.

José Ángel Ocanto

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