De idea transformada en partido, tras la Segunda Guerra Mundial que perdió y la Guerra Civil Española, el fascismo ha pasado a convertirse en arma arrojadiza para descalificar adversarios políticos muy diversos. Nacionalista, centralista, anti liberal, antiparlamentario, opuesto al comunismo tanto como a la libertad económica, el fascismo repudia los valores de la tradición occidental, desprecia la burguesía y se propone el control completo de la sociedad con un Estado totalitario en el cual, “todos los intereses e individuos se subordinan al interés supremo de la nación”.
Fascista es el partido único de la dictadura italiana por once años, entre 1922 y 1943 y parcialmente, bajo tutela nazi, año y medio más de septiembre de ese año a abril de 1945, durante los cuales persiguió a toda expresión ideológica distinta. En aparente paradoja, Muro de Protección Antifascista fue el nombre oficial del “Muro de Berlín”, levantado por el régimen comunista de la RDA para separar el Estado de partido único de la parte oriental ocupada por la URSS, de la República Federal gobernada por demócrata cristianos y liberales y en Berlín por los socialdemócratas. Una República libre y pluralista cuya ley penal, con basamento constitucional, prohíbe “aceptar, enaltecer o justificar” públicamente “el régimen violento y arbitrario nacionalsocialista”.
Benito Mussolini (1883-1945) militante socialista hasta su expulsión en 1914, antes de la cual declaró que quitarle el carnet no la quitaría su fe en la causa socialista y revolucionaria. Lidera el Partido Nacional Fascista desde 1921 a partir de los Fascios Italianos de Combate, que había fundado dos años antes junto al sindicalista revolucionario Michele Bianchi, primer secretario general del partido. Velozmente, en 1922 toma el poder, mediante la violencia y la amenaza de acrecentarla, pues al amparo de Estatuto Albertino el rey que no quiere declarar el estado de sitio, lo llama a formar gobierno, aunque en las elecciones había participado dentro de la coalición Bloques Nacionales que obtuvo 19.5% del voto y ciento cinco diputados de un total de quinientos treinta y cinco.
La Ley del Acervo dictada por ese parlamento, posibilitó que con la cuarta parte de los votos los fascistas obtuvieran dos tercios de la cámara, pero no hizo falta. En abril de 1924, hace cien años, rozarían el setenta por ciento. Entre 1925 y 1926 se dictaron las leyes “fascistísimas” contra la libertad personal y de prensa, los partidos políticos y sindicatos, y cambios en el sistema de justicia. Algunos ejemplos, por la ley 2029 toda asociación o ente está obligado, so pena de disolución, a informar a la autoridad sobre sus reglas, miembros, recursos. Por la 2300 se prevé la destitución de todo funcionario que rechace jurar fidelidad. En 1926, por la ley 100 Mussolini asumió el poder legislativo y por la 237 se elimina la autonomía municipal y la elección popular del gobierno local. Partido y Estado se confunden. El Consejo Nacional Fascista órgano partidario, se convierte en ente oficial en 1928. De 1929 en adelante, Italia sería un Estado de partido único y sólo los fascistas podían presentar candidaturas a cargos públicos. Las cámaras del parlamento son sustituidas por la Cámara de los Fascios y de las Corporaciones, porque corporativa es la sociedad, el Estado y, claro, la economía. Su autor es Alfredo Rocco, un abogado y diputado fascista, de gruesa figura considerado “el jurista de Mussolini”.
El propósito de las leyes fascistísimas era obvio: disolver toda posibilidad de pensamiento, expresión o acción fuera del poder omnímodo del Estado total fascista.
Oficialmente Fidel Castro era un gran antifascista, aunque se sabe de su admiración juvenil por Primo de Rivera y Mussolini, también que su famoso discurso “La historia me absolverá” es plagio de la defensa de Hitler en los juicios de Munich. El régimen (culto a la personalidad, partido único, retórica nacionalista) que fundó tuvo un tufo fascistoide que se ha acentuado con el nuevo código penal. Que los extremos se tocan es sabido, también que fascismo y comunismo son menos distantes de lo que les gusta reconocer. Uno y otro son “herejías del socialismo” escribe Pipes y Luigi Sturzo que el fascismo es “comunismo negro” y el comunismo “fascismo rojo”.
Visto así, no es tan sorprendente que al centenario de la elección del parlamento italiano que aprobó aquellas leyes fascistísimas le aparezcan celebrantes legislativos.
Ramón Guillermo Aveledo