La ministra de Educación, Yelitze Santaella, anunció recientemente un plan para cambiar los nombres de más de 6.000 instituciones educativas en Venezuela, argumentando que muchos de estos nombres tienen raíces coloniales y necesitan ser actualizados como parte de un proceso de descolonización. Este nuevo episodio es otro ejemplo de las pésimas políticas del régimen: mientras ellos se enfocan en cambiar nombres, la calidad educativa en el país ha sufrido un retroceso alarmante.
Lamentablemente en Venezuela, la educación ha experimentado un deterioro desolador en los últimos años, con estudiantes asistiendo a clases sólo unos pocos días a la semana, muchos de ellos solo recibiendo clases a distancia, debido a la falta de profesores y a las deficiencias en la infraestructura escolar. ¿Por qué no canalizan el mismo esfuerzo que dedican a cambiar nombres hacia la mejora del sistema educativo nacional?
Este no es un hecho aislado. Durante los últimos 25 años, el régimen ha estado obsesionado no sólo con alterar las estructuras institucionales, sino también con modificar los nombres de cualquier cosa que se les cruce en el camino. Esta política se centra en reescribir la historia a su medida, utilizando el cambio de nombres como una herramienta para borrar nuestro pasado según su conveniencia.
En este tiempo, hemos sido testigos de la constante manipulación de nuestros símbolos patrios y la alteración de nombres en diversos aspectos de nuestra vida nacional. Se ha utilizado el cambio del nombre del Bolívar como una suerte de recurso propagandístico ante situaciones económicas precarias, a pesar de que estas medidas no han logrado revertir la grave situación económica que atravesamos, evidenciada por la debilidad de nuestra moneda y el colapso de nuestra economía. Asimismo, se ha modificado el calendario de celebraciones cívicas, cambiando las fechas de celebración como el caso del Día de la Bandera y el Día Nacional de la Aviación, con motivaciones que parecen más políticas que históricas. Incluso a nivel regional, vemos cambios de nombres que borran importantes referencias históricas, como el caso del estado Vargas, que pasó a llamarse estado La Guaira, eliminando así el reconocimiento a una figura civil destacada en nuestro país. En Caracas, también se ha alterado el nombre de importantes puntos de referencia como la Autopista Francisco Fajardo, el Parque del Este y el emblemático cerro El Ávila.
En efecto, lo que presenciamos es una estrategia deliberada del régimen chavista para manipular la identidad nacional mediante la alteración de nombres y símbolos. Esta práctica no es una novedad, fue señalada por George Orwell en su obra icónica «1984”. Al controlar el presente, son capaces de cambiar el pasado a su antojo, para de esta manera moldear el futuro a su conveniencia, eliminando cualquier referencia que contradiga su agenda política. Sin embargo, sigue siendo evidente que, tras años de bonanza petrolera, los hospitales, las escuelas y otras instituciones se encuentran en un estado deplorable.
Más allá de modificar nombres, el Estado debe enfocar sus acciones en transformar positivamente la realidad de la gente. Esto implica priorizar la recuperación económica, mejorar los servicios básicos, garantizar la educación y salud de calidad y promover oportunidades de desarrollo. Por este motivo, el cambio real que necesita Venezuela no es de nombres, el cambio real es político. Solo así se podrá reconstruir el país y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Un gobierno transparente y eficiente, junto con un sistema político inclusivo, son clave para construir un futuro próspero y equitativo para todos los venezolanos.
Stalin González