Lo encontraron bocabajo, frío y exánime muchas horas después de ocurrido el suceso. La causa, un infarto fulminante que se documentó el 28 de octubre de 1951, en la Cárcel de El Obispo, en El Guarataro, Caracas, sin que su causa fuera conocida por tribunal alguno.
Eloy Tarazona había nacido en la Guajira colombiana, en la localidad de Enciso, perteneciente al departamento de Santander, hacia 1881. Sus padres Joaquín Tarazona y Francisca Cáceres, eran agricultores de aquella zona remota de la ciudad capital.
De mozo, Eloy, consiguió trabajo en las haciendas del general Eustoquio Gómez, primo hermano de Juan Vicente Gómez, en San Antonio del Táchira, quien también tenía varios comercios de víveres, granos, talabartería y textiles, entre otros, en donde, a ratos, también prestaba sus servicios el mozo de Eloy.
Cuando se desarrolló la invasión de los 60, conocida como la Revolución Liberal Restauradora, el 23 de mayo de 1899, una expedición de venezolanos exiliados en Colombia al mando de Cipriano Castro para derrocar el gobierno del presidente Ignacio Andrade, el Indio Eloy, estaba en primera fila del Batallón Junín.
Durante el sitio de La Victoria, en 1902, el indio se unirá a las tropas del Juan Vicente, y desde entonces se convertirá en la sombra del general que más tarde gobernará a Venezuela con puño de hierro durante 27 largos años.
Su lealtad era absoluta
Bajo de estatura, de tez morena y ojos achinados, solitario, hermético, huraño y sobre todo enigmático era la descripción más exacta del indio Tarazona, un personaje rodeado de misterio casi novelesco. Su lealtad al Benemérito era absoluta y pronto se convertirá en su consejero político pese a ser un iletrado. Dormía “con un ojo abierto y el otro cerrado”, atravesado en la puerta del dormitorio de su jefe. Además, permanecía siempre en estado de alerta. Era inmisericorde con los enemigos del general presidente. No tenía familiares ni amigos. Era el único que tenía acceso a la intimidad de un hombre tan hermético como Juan Vicente Gómez.
Cierto día, cuando el indio ya era jefe su guardia personal, le propuso a Gómez probar él primero los alimentos que le servían, «porque no confío ni en mi sombra, mi general». Y era después de su consentimiento que el Benemérito los tomaba.
Torturador de los asesinos
Cuando Juancho Gómez, de 63 años, primer vicepresidente de Venezuela y gobernador de Caracas fue asesinado con 27 puñaladas en su dormitorio del Palacio de Miraflores, la noche del 30 de junio de 1923, uno de los primeros en conocer el atentado fue el indio Tarazona, quien ya con el grado de coronel, encontró el cuerpo de Juancho bañado en sangre tendido en la cama.
No era una muerte común la del hermano del Benemérito presidente Juan Vicente Gómez, quien era el primero en la línea de sucesión de la hegemonía de los Gómez.
Tras el crimen, el leal edecán, comenzó una persecución implacable contra los enemigos del presidente, apresando a los más connotados opositores, pero sabiendo que los asesinos permanecían en el círculo íntimo del tirano general.
Juancho, quien no tenía esposa, novia, ni amiga, siempre estaba rodeado de jóvenes militares y de los llamados «patiquines caraqueños», uno de ellos era Isidro Barrientos, un joven oficial.
Fue entonces cuando un movimiento en falso del citado Barrientos ofreció su casa en venta para irse del país, lo que inmediatamente permitió al indio Tarazona descifrar la naturaleza del crimen y sus autores.
Detenido Barrientos, fue cruelmente torturado por Tarazona a petición del sátrapa general, para que confesara la vil intriga. Fue acusado del crimen junto a sus cómplices y condenados a 20 años de cárcel en La Rotunda, pero al poco tiempo “La Sagrada”, la policía el régimen, los sacó de la cárcel y ajustició.
López Contreras lo apresó
El coronel Eloy el indio Tarazona, fue apresado el 15 de diciembre de 1935, por el propio jefe del Estado Mayor, Eleazar López Contreras, por recomendación de Eustoquio Gómez, acusándolo de conspiración al organizar y participar en un supuesto complot para tomar el poder inmediatamente después del fallecimiento del presidente general Juan Vicente Gómez.
Confinado en la cárcel pública de la ciudad, con asiento en la calle Bolívar, tras surgir en su contra numerosas demandas civiles y penales que pusieron en evidencia la tupida red de impunidad que gozó durante el mandato del Benemérito, el indio Tarazona llegó a ser un rico propietario de la región, con posesiones agropecuarias, numerosos inmuebles y prestamista de gran dimensión.
Muertos Juan Vicente Gómez en diciembre de 1935, y su primo Eustoquio Gómez, en abril de 1936, el indio fue expatriado a Colombia (norte de Santander) en donde vivió hasta los años cincuenta, que es cuando vuelve a Venezuela durante el mandato de Marcos Pérez Jiménez, persuadido de obtener garantías y ejercer recursos para rescatar su patrimonio expropiado.
Volvió a Venezuela tras engaño
Escribe el historiador Helly Alberto Ángel, que el coronel Tarazona fue engañado por cazarrecompensas cuando a principios de 1951, quienes, bajo promesa de poder recuperar las tierras expropiadas, lo llevaron desde Chinácota, Colombia a San Cristóbal, estado Táchira, y lo entregaron a la Seguridad Nacional, visto que el indio tenía una requisitoria desde 1936, siendo trasladado hacia Caracas. La operación la ejecutó el propio Jorge Maldonado Parilli, como jefe de la policía política.
Algunas fuentes aseguran que el presidente y también dictador Marcos Pérez Jiménez, estaba tras la pista del tesoro de Juan Vicente Gómez que el indio Tarazona había enterrado.
Y para tener una idea, la desmesurada y mítica fortuna del Benemérito general, al momento de su muerte ascendía a 200 millones de dólares, convirtiéndolo en el hombre más rico de Sudamérica, según el Dr. Alejandro Rivas Vásquez, ministro de Obras Públicas (1903-1904), senador por el estado Apure (1936-1937) y presidente del Congreso de la República.
Tarazona recibió el mismo tratamiento y quizá en menor grado que el que propinó, pues fue confinado en una celda inmunda de El Obispo en donde recibió crueles torturas y le fue negada la alimentación casi al punto de morir de inanición. Nunca se supo el lugar de inhumación de su cadáver, toda vez se silenció toda evidencia.
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
@LuisPerozoPadua