Dedicado a todos los perros de mis amigos, a los amigos perros, y a Don Perro, el mejor perrero de mis amigos…
“El perro sabe, pero no sabe que sabe”.
Pierre Taillard de Chardin
- El Encuentro
Hace poco, me topé con un conocido escritor quien venía de curiosear desde un anaquel de librería hostilizado por una Bienal de Literatura en la que confesaba había ido a cavar trinchera para ver si conseguía salvaguardar la explosión de juicio que manadas de novelistas, autores, cuentistas, ensayistas, literatos, prosistas, creadores, estudiosos-en-perro-de-pelea, sistemáticos indagaban en esos resentimientos fanáticos, impulsivos, emotivos donde todos los autores, refunfuñan, gruñen y ladran, y algunos corroen, socavan, mordiscan, y como en toda jaula de escribidores los hay fisgones, tímidos, acres, molares, caninos, desdentados, esquivos, crueles, apáticos, afanosos, impíos, mudos, vigorosos, engreídos y manipuladores, pero sobre todo, incisivos y maliciosos, por eso…
“¡Muerto el perro se acabó la rabia!”
Para mi pana, la narrativa del cuento se olfatea, reseña que piensa podría ir personificando. Igual, indicó, pasaba con los autores que oliscan entre líneas ajenas sin tener un perímetro original, si bien no tiene cómo crear un inciso, sino a distancia, desde su remitido alegato. Conozco al colega que vive esto en nervio propio, y resiste un sumario de nulidad como un can que, con los mordiscos, necesita rascarse las pulgas de la piel y no consigue sino virar sobre sí mismo hasta que cansado de incomodarse, la obstinación es todo ese resentimiento que opta por resignarlo. Por ello recapacité…
¡Cuando la suerte es cochina, cualquier perro nos orina!
- La Plaza
Esa vez me propuso recorrer aledaños de Altamira. Salimos a pasear con sus galgos. Desde el Centro Comercial Plaza, trasladamos una marcha sin previos destinos que recorría como cualquier objeto ciego de su propia destrucción. Fuimos a la Plaza Francia con ese olor a perfume posible y un sabor a Luis Roche, quien fue el empresario de toda esa zona caraqueña en el año 1943, y en el año 1944, ordenó la construcción de avenidas y plazas por la que ahora nos vamos extraviando, porque quería que el Obelisco de Altamira fuera más alto que la Catedral de Caracas.
Como buen dogo astuto con capital, era competidor. La plaza fue culminada el 11 de agosto del 1945 y la denominaron Plaza Altamira. El muy afrancesado, (cual Cabito Castro), un 17 de enero del 1967 (en contubernio con el gobierno franco) acordaron renombrar la plaza Altamira como «la plaza Francia de Altamira», nombre con el cual se conoce, hoy, (en gratificación, el gobierno francés construyó una Plaza Venezuela en su país en el año 1975), e intentó construir un túnel de Altamira al Mar Caribe, pero el presupuesto caribeó el asunto y quedó en veremos.
Como pasa con los caribeños, tuvo un desacople con el paseado, y en un inaugural ejemplo de concentración inusitada, soltó aquella perla del discípulo de Antístenes (el más remoto pupilo de Sócrates) el heleno Diógenes el Cínico de Sinope (quien vivió como vagabundo y convirtió la pobreza en una virtud) dijo sabio: ¡Cuanto más conozco a la gente (dictadura), más quiero a mis perros!
Allí revalidé la asignatura histórica, no sin cierta picardía de canino, que nos conservan como jauría de canes a las que le echan huesos a la hora de consumir la lonchera, y al instante de sucumbir nos mandan a fosa común con ese signo de núcleo que nos degrada a can callejero, los que tampoco merecen malos tratos pues entre perros te veas, el can sale mejor parado que el prójimo. Entonces me le adelanté diciendo… ¡Cada perro con su hueso!…
- Perro, no come Perro
Seguimos buscando la salida con ese perfil que solo atrapan los bípedos. La vía curiosamente estaba poco animada. El parque no era vehicular, solo un aroma de mijaos, araguaneyes, palmeras, bromelias, naranjillos y mangas inmensas, teñidas o anémicas, que daban al traste con el atardecer, asomándose entrecruces y callejas, entre ramales y arterias sin evasivas, entre pasajes para ciegos, y ciegos que no distinguen paisaje.
Seguimos esa ruta que llevan los relajados. Era grato notar como había aún en esas antiguas haciendas cafetaleras, que fueron Altamira, Sebucán, La Castellana, La Floresta, Los Palos Grandes, Los Chorros, El Parque Miranda y el Parque del Este y otras más, arboledas con el algarrobo, la acacia, el quebracho colorado, el guayacán, el palo santo, el guayabí, las palmeras en comunidades, o en bosques aislados, las gramíneas como edenes olímpicos, la tusca, el chalar, el vinal, y los de tallos curtidos y teñidos con una orla blanca para que el bachaco culón no desfolie, y se muera de mengua.
Cientos de aves coloreadas trinando en la acera con hojarascas como si todo tuviera un criado natural. Gatos y perros, andando y apareciendo en una camaradería no cantada pero eficaz. Un clima al mejor estilo cordial que ambicionan las perrerías de ajenos arrabales; y nuestros jadeos de lengua fuera, satisfechos por el infundido bálsamo y escurriendo al vidriado compás de los relojes de arena, el paseante entonó a viva voz en cuello… ¡Perro no come perro, ni Gorgojo come fierro!
- La Fe del Perro
Pasó el tiempo sin conversar y reinó el silencio en monosílabos pensativos. Se dice mucho en silencio al andar con esas mímicas disfrazando misiones sin otro mérito que desocupar el régimen de sospecha como una maniobra inducida y reducida en el servicial deleite de nuestra estupidez. El cuentista mandó su anotación canina en pequeños arbitrajes aplanadores y con la sabiduría clásica de un Hamlet-maníaco de encéfalo invisible, sostenido por un atril imaginario que estalla como un volcán desde sus labios de lava–tiva…opinó; ¡No importa cuánto ladre el perro, nunca podrá decirte que sus padres fueron pobres, pero honestos! (Bertrand Russell)
Poco a poco llegué a distinguir que me dominaba un curioso paseo, una metrópoli de otros gobiernos municipales menos mediocres, un cabildeo que sabía, decisiva y excesivamente, a ciudad poco moderna. Sin aviso ni conteste, y como si un desmedido silencio fuera descortesía, e incluso, como si el no comunicarse se creyera una seria afrenta, soltó aquella indiscutible perla de maestro del relato corto y de la literatura universal, el carismático y enigmático…Antón Chejov…
¡Un perro (“país”) hambriento, sólo tiene fe en la carne!…
- La Necesidad del Perro
Pensé que a la tercera va la vencida y aceleré el paso para que el autor de esa ida a otro lado se refugiase en el vergel, al que por fin reposamos sobre un banco de plaza, tan destruido como la divisa, que ni bien se divisa, ni el honor es su divisa. En un rapto casi bíblico, se detuvo el viento, las aves enmudecieron como augurando un cataclismo, los botones seguían derribando como el lateral importe del crudo y un perro frágil, con el famélico pellejero en su costillar, gemía por esa rascazón que nunca pareciera concluir… pues…
¡La necesidad tiene cara de perro!
Y justo en esa exhalación donde no cabría otros silencios. El perro aullando asociado, alzó la visual tan desabrigada como un can al que resta aguardar la luna para con un gruño melancólico reclamar al sereno un gobierno déspota, confinando a sus resignados parientes al agotamiento, la perplejidad y la desventura. En precaria contrariedad y antes de regresarse hasta el alejamiento, finalmente pronunció, como cuando el dogo muerde al dueño…
¡No hay amo que dure cien años, ni perro que lo resista!…
MAFC