José Manuel es mi hijo primogénito quinceañero que duerme con un voluminoso y bien ilustrado libro que le proporcioné de Ernest Goombrich bajo su almohada, en su biblioteca están como presidiendo los dos tomos sublimes del semiólogo italiano Umberto Eco: Historia de la belleza e Historia de la fealdad. Hace pocos días pidió a la empresa Amazon una réplica de un grupo escultórico del siglo XVIII, que es una singular belleza: Flora y Céfiro. Cuando llega el pedido al sector Santa Rita de Carora, destapar aquel paquete se convierte en toda una emocionante ceremonia festiva en la que participa toda mi familia Cortés Mujica: mi esposa Raiza María, mis hijos María Fernanda, Luis Manuel, el primogénito José Manuel y quien escribe.
Este bonito suceso familiar escultórico y afectivo, me hizo rememorar a mi padre, docente normalista larense Expedito Cortés (Sanare, 1923-Barquisimeto, 2001), quien tenía una gran sensibilidad artística por la música y las artes visuales. Con una anécdota pictórico religiosa de mi progenitor abro mi Tesis Doctoral en 2003 sobre la mentalidad religiosa católica en Carora: el retoque y rectificación de perspectiva visual de unos ángeles que le toma unos días de viaje de Cubiro a Sanare para que tal cometido lo realice mi primo lejano don Mateo Viera, fotógrafo, orador y escultor popular sanareño que espera su biografía. Fue mi padre uno de los descubridores del golpero curarigüeño Don Pío Alvarado, por allá por los años 1970. Bajo su guía decoré el auditorio del Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza y aprendí el difícil arte de la caligrafía, hogaño una destreza manual que hizo desaparecer la internet y sus emoticones. Presidió las entusiastas y coloridas delegaciones del Distrito Torres al Festival Folclórico del estado Lara en la década de 1960.
La oficina del Director del plantel educacionista de mi padre era una hermosura de techos de madera y pisos rojos y amplios ventanales que la refrescaban, presidida por dos enormes retratos: el Libertador Simón Bolívar y el Dr. Ramón Pompilio Oropeza (1860-1937), epónimo de aquella espléndida institución, diseñada arquitectónicamente por Carlos Raúl Villanueva en tiempos de gobierno progresista del presidente Isaías Medina Angarita, 1941 a 1945. Su escritorio estaba adornado por un florero algo kisch diseñado con resortes y plásticos de desecho por el autor de estas letras.
Significación cultural de la Venus de Milo
Cierta vez pidió papá vía correo le enviasen desde Caracas, Venezuela, a contrarembolso una réplica de la inmortal belleza de la Venus de Milo, una de las esculturas más famosas de la antigua Grecia, que representa a la diosa Afrodita, posiblemente esculpida dos siglos antes del nacimiento de Cristo. Se cree que fue obra de Alejandro de Antioquía, aunque otros especialistas se la atribuyen a Scopas. Confeccionada en mármol, pesa 900 kilos y mide 2,10 metros, el campesino que la descubre en una isla de Grecia en 1820 intentó venderla a los turcos que dominaban el país, pero el embajador francés en Constantinopla la adquiere y se la envía al rey de Francia Luis XVIII.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la estatua permaneció en el castillo de Valençay. En 1960, una comisión de arqueólogos turcos presentó ante el escritor André Malraux (1901-1976) una petición en la que reclamaba la devolución inmediata de la Venus de Milo o Venus de la Manzana. Este pedido se basaba en un informe del jurista turco Ahmed Rechim, quien acusaba a los franceses de haber robado la estatua y decía que esta pertenecía al desaparecido Imperio Otomano. Calificaba el descubrimiento del campesino Yórgos como un «incidente» y que solo tres familias conocían la ubicación de los brazos de la Venus, Hoy reposa, sin brazos, para admiración universal en el Museo del Louvre. Los arrogantes franceses se niegan obstinadamente devolverla a sus legítimos dueños que no son otros que el pueblo griego.
Ella transmite una sensación de tranquilidad y serenidad, una anatomía tranquila y sensual. El cuerpo de la Venus está perfectamente realizado, pues el escultor talló de forma excepcional los pechos al igual que la zona abdominal, pues los escultores creían que al representar los cuerpos con una mayor perfección aumentaba la belleza de la escultura. El rostro de la Venus expresa pasividad pues está colocado de perfil, y el pelo está realizado de una forma simple, con leve trabajo al trépano, pues aparece recogido.
Según la mayoría de los expertos, la estatua de Venus de Milo representa a la mitológica diosa griega Afrodita y la historia del Juicio de París. En esta historia, un joven príncipe troyano llamado París, recibió una manzana de oro de la diosa de la Discordia y le dijo que se la otorgara a la más hermosa de las tres candidatas: Afrodita, Atenea y Hera. Afrodita ganó el concurso de belleza sobornando a París con el amor de la mujer mortal más hermosa, Helena de Esparta, y se le concedió la manzana. De allí deriva la expresión muy de hogaño “La manzana de la discordia.”
El arte griego, dice Umberto Eco (Historia de la belleza, p. 44-45), pone en primer lugar la visión subjetiva, una búsqueda empírica que tiene como objetivo la expresión de la belleza viva del cuerpo, una belleza psicofísica que armoniza alma y cuerpo, o bien la belleza de las formas y la bondad del espíritu: es el ideal de la kalokagathía (hombres bellos y buenos poseedores de lo mejor), cuya más alta expresión la hallamos en los versos de Safo y en las esculturas de Praxíteles.
La Venus de Milo en Carora
Hecho este largo y necesario comentario de la escultórica griega, volvamos a Expedito Cortés en la calenturienta ciudad de Carora, ubicada en el semiárido larense venezolano: Emocionado manda hacer una repisa ajustada a la base de la Venus de Milo, que media unos 40 centímetros poco más o menos. Con mucho cuidado y bajo la atenta dirección de Expedito, los obreros Benito Rodríguez y Antonio Aponte la sujetan a la pared frontal de la oficina del director, a unos tres metros del nivel del piso.
Allí permanece mayestática y solemne ella durante meses para el gusto y admiración de los escolares de la institución procedentes de los humildes barrios Trasandino, Brasil, Santo Domingo y Pueblo Aparte, de la ciudad de Carora, del otrora Distrito Torres. Los niños y adolescentes acudían a observar conducidos por sus respectivos maestros y maestras normalistas: misia Hilda de Rosas, misia Yolanda de Torres, misia Juvencia de Rojas, misia Panchita Ávila de Crespo. A veces, como pude observar en repetidas ocasiones, lo hacían de manera individual. Era una verdadera cátedra de enseñanza de historia del arte antes de que llegaran los videos beams, teléfonos inteligentes e Inteligencia Artificial. Por los altoparlantes de la escuela colocaba papá en los recreos música del guitarrista universal Alirio Díaz y valses vieneses, cátedra musical que casi medio siglo luego recuerdan mis contemporáneos de manera agradecida.
Y sucedió algo insólito y sorprendente en aquella apacible y remota ciudad de 30 mil almas, cuna del Diablo y gobernada por los “patricios de Carora”, que recogió la prensa local en primera página de El Diario de Carora, antiguo órgano periodístico que fundara en 1919 el bachiller José Herrera Oropeza y que desapareció en el año 2000, el titular reza así:
Hurtada réplica de la Venus de Milo
Un desconocido ladrón o ladrona, quizás poseído de cierta cultura y sensibilidad artística, entra subrepticiamente, amparado en la oscuridad, por uno de los ventanales del plantel de educación sin tocar ninguna otra cosa de la oficina de mi padre. Será el único objeto del que se apropia el granuja semiculto, lo que llama la atención de los reporteros de la maravillosa prensa caroreña, los exquisitos periodistas Víctor Julio Ávila (Vijú) y José Numa Rojas, dirigidos por el propietario del medio impreso don Antonio Herrera Oropeza.
Este inusual y sorprendente hecho periodístico tiene una inmensa significación, pues transparenta cierto nivel de fina cultura entre los caroreños del común, pues era de seguido que me preguntaran sobre el robo y rapacería de la hermosísima réplica de marras, así como fina cultura de los fablistanes de El Diario, y la gran cultura y sensibilidad artística de mi padre Expedito Cortés, rector del instituto. Un suceso que, lejos de ser policiaco, engrandece al gentilicio caroreño por su reconocido tino cultural, sensible en todo momento a las bellas artes de la Antigüedad y de todos los tiempos y lugares.
Luis Eduardo Cortés Riera