#OPINIÓN Por un mañana de todos #23Mar

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La prolongación del status quo es una calle ciega. Si resultara posible un desenlace que ignore el deseo y la necesidad de cambio de ocho de cada diez venezolanos, cualquier mejoría sería superficial e insuficiente. La renuencia del grupo en el poder a una elección creíble aquí y afuera porque sus resultados sean reconocidos por todos complica mucho las cosas, obviamente, pero debe leerse como expresión de las constantes de su estrategia: dividir a la oposición, responsable de presentar una fórmula y una política alternativas por distintas y mejores, mientras desalienta a esa mayoría de ciudadanos de este país para que pierdan su confianza en el voto como instrumento de cambio. Tengo que insistir en que no caigamos en la trampa. 2024 es la oportunidad constitucional que no debemos perder.

En artículo tan oportuno como sabio, el Padre Luis Ugalde pone sobre el tapete aspectos cruciales acerca de “La transición política que necesitamos”. Transición, por cierto que no es ruptura sino más bien reforma. En el idioma es acción y efecto de pasar de un modo de ser a otro distinto. En la política es proceso que produce un cambio de reglas de juego. En nuestro caso, como quedó patente en los acuerdos de Barbados, el cambio consiste en que el juego político se avenga no a reglas nuevas, sino a las que ya están en la Constitución.

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Cita Ugalde los paradigmáticos casos de España, Chile y Polonia y de nuestra propia historia la transición que encabezó López Contreras a partir de diciembre de 1935 y sobre todo desde febrero de 1936. “Los impacientes o puristas podrían criticar la lentitud e incoherencia de las reformas…” nos dice, pero “El enfermo social no salta de golpe y sin transición desde las puertas de la muerte al pleno disfrute de la salud.” También que la historia de las transiciones exitosas muestra que “…en la Fuerza Armada debe haber continuidad institucional con voluntad y visión de cambio democrático.”

Mas no se queda el articulista en antecedentes y marcos referenciales. Va al punto álgido de una candidatura legítima, avalada por una decisión popular masiva y entusiasta que cuya exclusión por una inhabilitación inconstitucional es inaceptable por insensata. También que su responsabilidad con el país, por el liderazgo que se le ha confiado, no termina el 25 de este mes ni siquiera en la elección convocada a trancas y barrancas legales y políticas para el 28 de julio. Ese no es el final y lo que de verdad importa es la finalidad: que Venezuela se abra al cambio.

María Corina Machado ahora, escribe Ugalde, no es solo la jefa de un partido, pues “ha recibido la misión de renacer como la líder con la sabiduría y el coraje para que Venezuela renazca…” Es una responsabilidad enorme, la mayor que cualquier venezolano de esta hora puede tener. Nadie puede regateársela y nadie más que ella puede asumirla. Defender su derecho a la candidatura, ciertamente, con nuestro apoyo solidario y “en caso extremo” leo en el artículo varias veces citado, poner su peso en la nominación de una alternativa unificadora, para garantizar a los venezolanos el derecho a un cambio pacífico, democrático, constitucional y electoral a partir de 2024.

Ella ha declarado con reiteración su compromiso con la ruta electoral, le creo, porque no habiéndola votado, fue la escogida abrumadoramente en el proceso limpio y abierto convocado por los partidos de la Plataforma Unitaria.

Grandeza y humildad no se contradicen. Al contrario, se magnifican. Reconocer la realidad puede servirnos para comprender que nuestra voluntad no basta para torcer su terca fuerza. La grandeza se manifiesta cuando nos adaptamos a la realidad, pero no nos instalamos en ella y somos capaces de poner primero lo que va primero.

La cuestión, me dijo mi amiga la profesora Paola Bautista de Alemán, es asegurar a Venezuela un mañana donde estemos todos. De eso se trata. 2024, es la oportunidad de empezar a andar ese camino difícil, exigente, cuyo destino es necesario.

Ramón Guillermo Aveledo

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