“Puede que nuestro papel en este planeta,
…no sea alabar a dios, sino crearlo”.
Arthur C. Clarke
Un buen día, no precisé cuándo, desperté en un planeta rojizo; de inmediato pensé, soy selenita. Palpé mi brazo para apreciar el fluido rojo, y si me volví rojo rojito, (por aquello del planeta granate o Marte) lo que sería doble desdicha andar en una onda de otro mundo “desde el rojo colectivo”. Soñé que no respiraba lo suficiente, me faltaba el aire, y la sangre apadrinaba su índigo (o azul) liberal de una sociedad democrática.
No recuerdo cómo brinqué a casta rojita. Supuse fue obligado y también supuse que esa autoridad era déspota y ordinaria. En el sentir marcial del matiz rubí, no creí estar de feriado socialista. El latido apremió como si fuera de otro mundo. Me precio de ser como el hormigón (no por lo íntegro sino por lo grisáceo) por convivir en un astro bélico. Con eso en mente, desplegué la resiliencia e inyecté alejamiento al proceso bolivariano, disqué bonito.
En mi cara, incendie de malares, se acumula el arrojo, no precisamente por lo bonito. Rojos por todas partes: en el revés cotidiano, en la clase rojita, buchona y falsa, en el color terracota donde todo se siente a encajado ladrillo; rojete de planetoide y esteroide terreno, ahora marciano, me aturden las pelirrojas venusinas, dueñas armadas que estallan en mis antenas marcianas, con su sensual potencia mineral.
Me imaginé estar en un cuerpo pequeño, de cabeza más vistosa, no lo sé. No consigo espejo donde reflejar mis granas ganas de despegar de aquí. Solo faltó un pirata Barba Roja para acabar con lo que guardo en la sorpresa exótica. Empecé por mirar el perímetro. Estoy apoyado. Me pongo de pie, y da igual. Ahora sí la puse de oro, sin mis flancos terrestres. No quiero ni echar un vistazo entre ellos. Me trato de serenar, sin éxito.
Despertar el marciano que llevo dentro, es avivar a un opresor empavado de ideal e in-maduro. Veo banderas que ondean alrededor, y si bien ondean a la zurda, una es criolla, y la otra, cubiche. Me disgusté, y me puse rojito de cólera. El único color que simplemente paraliza la preservada misión de las personas libres.
Con habilidad de otro mundo, me pongo al derive en las pailas rojas de este infierno. Los veo en todo colectivo grana, en toda sangre que brota por los disparos asesinos, en cada tinte rebelde, en cada espacio donde el sol ardiente pone color de hormiga cada marciana constitución inspirada en la espuria bicha roja resucitada.
A este candelero de coágulos, ha pergeñado este planeta rubí. En manos de dioses de roja criminalidad. A los pies de un pueblo servil que ahora es un gigantón que intenta resucitar de un sepulcro colorado. En una cruzada alterna percibí el mundo azul que diverge del rojinegro. Añoro el tiempo en que el importe no ruborizaba el hálito e impedía exponer mi carrillo encendido de coraje.
El tiempo en que a los terrícolas nos gustaba la paz y yantar en casa, el cariño que venía a dar la visita con sentidos abrazos de calor, y sin mirar con ese recelo mal entendido que pretende criminalizar a liberales republicanos. Esta guerra de mundo rojito e índigo no es extraterrestre a pesar de ese discurso acuartelado en la montaña del finado comandante galáctico, de víctima inocente, y resentimiento de desquite.
Galácticas son las necesidades terrestres, los medicamentos que no llegan en Ovni, los gastos ordinarios que están en el espectro infrarrojo alejándose de toda sensata órbita de precios. El cinturón de asteroide que flota en el espacio de los que tienen divisas de todo un orbe forajido para arruinar la mesa indefensa del hombre indefenso, mientras el salario mínimo es 3,5 $, el peor del mundo. Los extraterrestres del régimen que quieren marcianas escrituras para eternizarse en el trono terrícola de este territorio bananero para no decirle habanero, pues desde hace 25 años dejó de ser república para convertirse en tiranía legal.
Doy cuenta de las pesadillas. Que no soy selenita en mi propia tierra. Son ellos los marcianos del solar que aparecen como erial desértico donde la nada planta sus estandartes precisos. Ahora entiendo que soy otra nave espacial de pensamiento. Que el rojo, es el color de las balas y la represión, pero también de la sangre. Marciano y terrícola no están en igual espíritu de expresión. ¿Para qué el atavío de muerte roja marcial, si tenemos el vital azul de nuestro vergel? Aún no llega la épica amnistía donde selenita y terrícola puedan vivir vecinos y humear la pipa de la paz. La revolución lesionó el principio cosmopolita de la vida en paz.
Al mal paso darle prisa, pensé en mi trance carmesí. Amanecí de un distraído rojete esparcido en un terrícola con extraterreno azul de coalición, cada quien con su idiosincrasia original intacta. Así aspira el tiempo de la astucia, hacerse un promotor eterno de libertades.
¡Sr. Sulu Velocidad Warp! (empuje por curvatura para desplazarse más rápido que la velocidad de la luz) … ¿coordenadas, capitán Kirk?… ¡hasta el infinito y más allá!…
Marcantonio Faillace Carreño