Nada mejor para entender y asumir la pequeñez humana que viajar al Cosmos, ver las inmensas estructuras galácticas, pasearse por el colorido fulgurante de las Novas y adentrarse en el sonido obscuro de los Agujeros Negros.
Desde ese estrado donde la vida es un minúsculo acontecimiento podemos revalorar lo que somos apartando lo episódico y conflictivo que resulta el vivir en sociedad, donde competimos para posicionar al ego en una situación de poder o también podemos huir de los instintos y sumergirnos en la vibración armónica de la paz espiritual.
En este viaje donde espacio y tiempo son una ecuación matemática o éter cuántico, el pensamiento deja de ser introspección para convertirse en luz que se entrelaza con raudales brillantes de energía absoluta y envolvente. Entonces, cuando sentimos que la materia y la luz son la misma cosa pero a distintas velocidades, podemos preguntarnos cuál es la diferencia entre el hombre que vive confinado en una jaula de tiempo y necesidades animales y las estrellas que son vorágine explosiva.
No hay respuesta fácil de entender porque la conciencia es prisionera de la razón y excluye percepciones que excedan el mundo de la palabra y las sensaciones, mundo que ella misma construyó como blindaje de protección a la condición finita y gregaria del ser humano.
Andando por estas rutas de colores que se desplazan a grandes velocidades y estructuras que se comprimen y expanden teniendo como fondo una noche sin sombras, con los ojos de la imaginación nos transformamos en Bosón de Higgs y somos entonces partícula invisible que danza como pupila curiosa y omnipresente donde el todo y la nada es la misma energía que las cuatro grandes fuerzas del cosmos convierten en volumen y forma.
La gravedad que es una especie de cochero que sujeta las riendas de millones de potros desbocados y con ello impide que tropiezan entre sí, el electromagnetismo que entre sus muchas funciones apareja las diferencias por un solo camino, la fuerza nuclear la cual es un matrimonio perfecto entre protones y neutrones cuyo divorcio genera devastación a gran escala y la fuerza suave del núcleo ,la fuerza menos conocida pero que es la gran artista que da luz a las estrellas, apacigua la radiactividad y que algún día descubriremos, es el instrumento de Dios para dar armonía al Cosmos y amor al ser humano.
Esta fuerza suave del Cosmos, esta fuerza suave de Dios, trabaja a diferentes escalas y sin interrupción de continuidad, está en todas partes y en los seres vivientes funciona como acción física y como sentimiento de caridad, tolerancia y compasión.
Esta relación entre física y conducta humana apenas inicia un largo camino con el estudio de lo cuántico, pero en menos de un siglo se podrá establecer la homologación perfecta entre el orden cósmico y el amor entre humanos, donde el factor común es la energía suave que va tejiendo rutas de complementación entre lo inanimado y lo dinámico.
Si los matemáticos pueden hacer una ecuación al ver el vuelo de un pájaro, si los astrofísicos pueden convertir en números un atardecer, si los químicos pueden calcular las calorías de un beso, los poetas debemos aprender que el Cosmos es un concierto de energía danzante que tiene a Dios como Maestro. Viajemos a lo inconmensurablemente abierto del Cosmos, viajemos al fondo abisal de nuestra alma, es el mismo sitio, porque como es en el cielo es también en nuestro corazón. Dios con nosotros.
Jorge Euclides Ramírez