Cada 8 de marzo se replican las celebraciones en las que se enaltece a las mujeres de todo el mundo. Es una fecha emblemática en la agenda de entes gubernamentales, parlamentos, alcaldías, instituciones privadas, oenegés y en los medios de comunicación.
Es un gesto que tuvo su desarrollo en el momento y en el tiempo en que las mujeres luchaban para vencer barreras que segregaban sus naturales y legítimos derechos de poder asumir responsabilidades y destinos, en igualdad de condiciones con los hombres, en medio de un machismo exacerbado que lamentablemente, aún se mantiene con alarmantes brotes de violencia de género.
Sin embargo, la verdad y los hechos que se vienen imponiendo, es que las mujeres han dado saltos significativos en todos los escenarios de la vida. Así tenemos que en los ámbitos de la política, los perfiles de liderazgos femeninos se hacen más visibles, no porque seamos mujeres y se nos asignen puestos de consolación, sino porque en esos terrenos se ha sembrado la gallardía, la tenacidad y el talento que produce los frutos que le dan a las mujeres posiciones de mando bien ganados.
Lo mismo ocurre en los espacios académicos. Las estadísticas indican que la presencia de las mujeres en las aulas de clases es cada día mas relevante. Similar porcentaje se verifica en las gerencias de la banca comercial, de industrias, comercios, medios de comunicación, en donde las riendas de esas empresas y emporios comerciales, son conducidas por eficaces mujeres.
Pero hay un rol mediante el cual, en cualquier parte del mundo, las mujeres se hacen sentir como seres humanos abnegados: el rol de madres. Por eso me permito hacer una reflexión especial sobre la tragedia que en medio de estas celebraciones, siguen soportando las mujeres venezolanas. Lo primero a destacar en este cuadro de dolor y angustia, es que la familia de nuestro país está padeciendo una disrupción. Son millones de hijos y de nietos que madres y abuelas no pueden abrazar y bendecir a diario, como parte de un sublime hábito que hemos preservado en Venezuela, de generación en generación.
Ese desgarramiento no le permite celebrar este día a quienes nos aflige la separación forzada de seres queridos. Las madres que tienen a sus hijos presos injustamente. Las madres que se estrellan con las limitaciones económicas que frustran su sueño de garantizar a sus hijos la buena educación que merecen. Madres de millones de criaturas que han quedado fuera del sistema escolar. Las madres que sucumben ante la miseria que muele como un inclemente trapiche a niños desnutridos.
Por todo lo antes dicho, más que celebrar en este día, lo que le queda a las mujeres venezolanas es mantenerse en pie de lucha, acompañando en esta coyuntura a una madre insigne como lo es María Corina Machado, a quien le hemos encomendado la titánica tarea de librar esa batalla democrática en pos de la libertad de nuestro país.
Mitzy Capriles de Ledezma