Una diversidad de papeles caracteriza la presencia de la mujer en la narrativa venezolana. Así se le ha observado en condición de: esclava, hacendada, una variedad de oficios entre éstos el de doméstica, profesional, política y la deleznable prostituta.
En la literatura de las corrientes del costumbrismo y el criollismo persiste el detestable racismo. En la novela histórica Las Lanzas Coloradas de Arturo Uslar Pietri la mujer blanca es objeto de la violencia racista durante la Guerra de Independencia. Es violada pasto de la furia atizada por los caudillos, entre estos el terrible Tomás Boves.
En Doña Bárbara de Rómulo Gallegos contemplamos a la mujer de conducta propia de un verdugo que devora hombres. Será en Memorias de Mama Blanca de Teresa de la Parra que asoma el cambio y su tímida rebeldía en el marco de la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Su figuración en esta forma de arte se corresponde cronológicamente con tres etapas de la sociedad venezolana: la tradicional o rural, la de transición o masas y la cosmopolita.
Pero en todas es común su situación de subyugación en la relación con el hombre y la sociedad. Vale decir, de constante desamparo por el desconocimiento de sus derechos que progresivamente ha ido conquistando en una sociedad abierta o liberal.
Eladia es un cuento de los varios que integran el libro La Tuna de Oro del tocuyano Julio Garmendia publicado en 1961. Su centro lo ocupa la solitaria y silenciosa existencia de una mujer de origen campesino entregada al trabajo doméstico y la religión. Ese constituye un lazo sociológico con este personaje desarrollado certeramente por Garmendia. Su situación de desventaja en el marco sociopolítico donde se desenvuelve. Es apreciable la construcción psicológica del personaje central de una manera sutil sin recurrir a truculencias dada la condición social de ésta.
La sojuzgada mujer
Eladia se suma a las víctimas del machismo de nuestra sociedad. Sólo que lo asume con resignación y silencio más el alivio dominical de la asistencia a la misa en la iglesia. No era la única ni tampoco la última en esa deplorable historia. En este aspecto la obra se torna filosóficamente metafísica por la quietud de la protagonista que no se plantea el cambio de su situación. El racismo que padece, Garmendia lo retrata con la reiterada expresión de “negrita” con su connotación excluyente y peyorativa despojada de su carga de simpatía.
La exposición del relato se fundamenta en la más fiel realidad sin apelar a la ficción pese a que Garmendia es considerado el iniciador del realismo fantástico en la narrativa hispanoamericana.
La obra es un fiel reflejo de la generalmente atribulada existencia de este estrato social sometido a los males del mundo entre estos el de la discriminación. Su drama es el de todas las mujeres de esos tiempos víctimas del machismo a las que casi siempre los hombres dejaban en estado de gravidez para el posterior abandono.
El discurso constante de ella es: “¡Me pesa! ¡Me pesa!”, que provoca las observaciones y sarcasmo de su patrona. Máxime que lo hace al momento de rezar. Cuando se le pregunta sobre el asunto nunca tiene respuesta. El silencio es total. De suyo es una mujer sumisa y en mutismo permanente que se desliza en la frase “Eladia Linares, una servidora”. El autor le encuentra explicación positivista a su situación cuando afirma que le viene de las raíces de su raza y las enseñanzas de la madre que transmite a su ascendencia.
Resolución técnica
Construir una personalidad y un carácter en un relato breve como el cuento aparentemente es algo fácil. Pero en los hechos resulta una tarea muy exigente de lo cual se refería Gabriel García Márquez en una ocasión. Con todo Julio Garmendia logra su cometido al ofrecernos un ágil y entretenido relato que se lee con deleite e interés de comienzo a fin. Lo logra con el talentoso despliegue de los recursos de la palabra escrita.
Técnica y estéticamente Garmendia plantea, desarrolla y resuelve certeramente la trama del cuento. En ese sentido su trabajo es impecable. Este es un texto erigido linealmente en que resaltan la labor del diestro narrador y unos diálogos ágiles que resultan muy entretenidos. Es notable la utilización de la técnica cinematográfica cuando pasa de una secuencia a otra que nos evoca al uruguayo Horacio Quiroga.
Garmendia combina muy bien la frase corta con la clásica larga con que alcanza unos extendidos párrafos que se leen con deleite. Su sintaxis es la tradicional del sujeto, predicado y complemento. Deja correr además un fino humorismo criollo que salpica la anécdota. Su excelente prosa es evidencia de su realismo fantástico del cual es considerado un iniciador en la literatura hispanoamericana.
En este cuento Julio Garmendia (9-1-1898 – 8-7-1977) demuestra sus dotes para este género del que legó una invalorable obra que lo consagra como un auténtico maestro junto a: Pop, Chejov, Maupassant, Lovecraft y Quiroga. El escritor, periodista y diplomático vinculado a la generación del 28 que ha destacado en la esfera de las letras con luz propia. Un breve relato que desemboca en la opresión de la mujer en la sociedad.
¡Me pesa! ¡Me Pesa!