La amistad verdadera va más allá de lo que ven los ojos…
Con todas las esencias que nos regala la vida, un título de afecto se gana por estos caminos que recorremos cargados de esas piedras preciosas que son los amigos verdaderos, seres con los que compartimos muchas veces los mejores momentos de nuestra vida.
La amistad que da mérito o realza los obstáculos entre los hombres no es tal, pues es germen de discordia entre ellos. Así sucede cuando el carácter no es flexible para pulir las asperezas o puntos de diferencia en donde uno solo quiere tener la razón, sin darle al otro la oportunidad de explicar o enmendarse. Aquí realmente no existe el aprecio.
La amistad debe ser siempre en los malos como en los buenos momentos signo de concordia y unión entre los seres humanos, tanto más viva cuanto más consistencia tengan los caracteres que la contenga, porque es este el lazo personal que obedece al instinto de la sociabilidad o cortesía en la que se halla el complemento que une y fortalece la verdadera simpatía, por medio de la recíproca estima y el reconocimiento mutuo del mérito entre los amigos. De ella procede la identificación de nuestra personalidad “nunca” de los inconvenientes o intereses que suelen perturbarla, por lo cual dice un proverbio sabio: “Cuentas claras conservan amistades largas” La verdadera amistad es recíproca, es sincera.
El mayor bien con el que cuenta el ser humano es con el de la amistad, que libremente elige, ya que con ella cada suceso próspero es más espléndido y lo adverso más ligero. Este tipo de amistad es la que perdura, es la que no se retira ante las calamidades ni la desvanecen las riquezas.
Una familia puede estar sin compasión y afecto, sin comunicación, desunida y rota, sencillamente porque ha sido impuesta por el cordón genético. La amistad no, porque es hija de la libre elección y a la que unen tres cosas importantes: la naturaleza por medio de la hermandad, la voluntad por medio de lo agradable y la razón por medio de lo honesto.
Cuando se pierde una amistad no hay soldadura que valga, aunque se reconcilien las partes, porque existirá siempre la desconfianza de que aquel volverá a fallar. Lamentablemente quedarán entre los dos amigos, el ofensor y el ofendido solo sombras. El verdadero amigo sabe que somos humanos y nos equivocamos, es el que sabe hacer a un lado cualquier mal entendido, es amigo de verdad el que está con nosotros más en las malas que en las buenas.
Es el aprecio y afecto el que convierte el tránsito del amigo enfermo al final de sus días en algo llevadero y tolerable, sereno ocaso de la vida es el apoyo incondicional, receptor de nuestros recuerdos pasados, el calmante del dolor y también del aburrimiento.
Tiempo y sazón se requiere para conocer al verdadero amigo. Amigo verdadero es el que sabe esculpir su nobleza en nuestra alma, afín en la riqueza y en la pobreza, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la tempestad y en la calma.
Cuando la amistad es sincera, en ella no entra la desastrosa entropía que oxida, corroe y sepulta.
En la vida del hombre su verdadera amiga es la madre que no sabe de apariencias, de mentiras, de engaños ni traiciones, astro cuya limpia luz en el interior del hijo se expande como lampo de sol.
Como bien dijera Cicerón: Las más antiguas amistades son como el vino añejo, que entre más antiguas son, más se conservan. Conocidos muchos, amigos pocos.
Para evitar decepciones es mejor buscar amigos para vivir las horas, no para matarlas o desperdiciarlas…
Amanda Niño P.