#OPINIÓN Una reflexión que continúa #28Feb

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“… «La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios…”, cínica frase, cuya irracional aplicación ha costado millones de vidas…”

Jorge Puigbó

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El país está atravesando por una etapa en la cual priva la incertidumbre, palabra, esta última, que se ha vuelto cotidiana en nuestro hablar y escribir y sobre esto no podemos hacer nada, solo vivir expectantes de lo que otros hacen, o a lo mejor no hay que ser tan rotundo, nos queda el opinar, el influir. La única verdad que permanece palpable y se agranda ante nuestros ojos es la tragedia de un país que se hundió y continúa profundizando su caída y un gobierno, único responsable de ello, quien por el costo político que supondría el perder, no quiere acudir a las urnas electorales al percibirlas como un juzgamiento del cual no saldrá indemne.

En este artículo recogemos ideas y conceptos emitidos por nosotros en el transcurso de los últimos años:  

La política debería ser como la tejedora que en su telar trabaja con manos precisas. Un movimiento cada vez, la trama y la urdimbre se entretejen creando la tela y sus dibujos. No es fácil, antes se tienen que programar las secuencias, para que el resultado se ajuste a lo requerido. Disponer los hilos fijos y templados de la urdimbre para que los de la trama los recorran entretejiéndose, es tarea de maestros. La tejedora opera, y crea un resultado que aspira le sea reconocido. En la política, definida con simpleza, como el arte de conducir a los pueblos hacia un resultado, es exactamente igual, salvo el comportamiento impredecible del ser humano. Los ideólogos, filósofos, economistas, maestros del derecho, en fin, los pensadores y creadores de políticas, presentan un marco de ideas, una urdimbre, para producir un resultado en la sociedad. Los líderes, operarios políticos, convencen a la gente para que se comporte de determinada forma, que acepten ciertos planteamientos y objetivos, para que, poco a poco, entretejan con sus acciones los resultados buscados, el tejido que conduciría a una ansiada libertad y mejora social o al sometimiento a los designios de un estado totalitario.

Enfrentar la realidad, asumirla en su verdad total no significa, por más doloroso que sea, perder la esperanza o ser negativo, como lo aseguran los vendedores de felicidad, todo lo contrario, enfrentar la adversidad demuestra nuestra reciedumbre. Mentirnos es cobardía. Todos queremos una salida a la difícil situación política-económica que estamos viviendo desde hace más de veinticinco años. Es redundante seguir insistiendo en lo evidente.

Minimizar los grandes esfuerzos que ha hecho el liderazgo es ser, no solamente mezquino, sino mal intencionado. Un cerro de muertos y heridos arrastramos y les debemos por lo menos respeto. En las cárceles se pudren cientos de presos políticos que muchos olvidan. Que ha habido errores es verdad y la crítica se ha hecho. Para escarbar e imaginar errores, inventar agravios, para criticar exacerbadamente, somos muy buenos, quizá porque es lo más cómodo.

Las conversaciones para tratar de solucionar los conflictos políticos o bélicos, difícilmente surgen por el solo deseo de las partes involucradas en un conflicto. Se necesitan elementos, o presiones de cualquier tipo, que se agraven las circunstancias haciéndose insoportables, que terceros intervengan como facilitadores y propicien la necesidad de sentarse en una mesa a negociar. 

La coyuntura actual abre nuevamente un debate que ha sido reiterativo frente a circunstancias parecidas a través de años. Tener cuidado con la falsa esperanza, con los cantos de sirena, es imprescindible, la razón se puede ver afectada por la magnitud del deseo de salir de esto y el jugador puede perder todo en una mano.

La salida electoral puede darse cuando el voto, no solo es emitido, sino que tiene el efecto que conlleva como revelador de una voluntad. Puedo meter en una urna o máquina, cientos de votos, millones, pero si no pueden causar efectos reales y verdaderos no tienen sentido y desmoralizan.  Se tiene que pensar en cómo resolver y garantizar esta situación mediante acuerdos debidamente firmados y públicos.

La vehemencia con la cual muchas veces nos manifestamos es impulsada por los deseos frustrados, por la desazón que sentimos al ver que pasa el tiempo y todo sigue igual, entonces, expresamos pensamientos que en el fondo de nosotros sabemos que son de naturaleza imposible, son muchas veces utopías, son aquello que soñamos despiertos, que nos imaginamos. La realidad, con un mazo llamado objetividad, nos golpea y muchas veces no queremos aceptarla, nos resistimos hasta el último cartucho de esperanza, esa es nuestra naturaleza humana. Todos estamos inmersos en conseguir el mismo objetivo, debemos aprender a remar como equipo y sobre todo como lo hemos dicho otras veces, a proyectar nuestras ideas en otros y convencer. 

El diálogo es un método, un instrumento, por el cuál dos o más partes en conflicto, se transmiten información y proposiciones, las que serían evaluadas a los efectos de aceptarlas o no, o modificarlas si es el caso, para expresarlas al contrario y proseguir avanzando. Todo el procedimiento que regula estas conversaciones ha sido estudiado, debatido y enunciado en múltiples estudios y tratados. La cuestión reside en que, el diálogo en sí muchas veces también se transforma en una estrategia a largo plazo de una de las partes, teniendo como objetivo ganar tiempo para poder realizar maniobras, o tácticas, que conlleven al mantenimiento del “status” generador de las conversaciones, sin producir soluciones.

Un diálogo es un cuenco vacío, un recipiente de ilusiones y esperanzas, si no es acompañado por dos valores fundamentales la buena fe y la intención de concluirlo con un acuerdo satisfactorio, es su razón de ser. La esperanza, la ingenuidad, la falta de cautela de una de las partes, la credulidad, no ayudan en lo absoluto.

Diálogo de sordos es una vieja expresión que describe perfectamente nuestra situación, me refiero a Venezuela. Cuando una de las partes se sienta en una mesa de negociación, en donde sea, manifestando de antemano sus condiciones para llegar a un acuerdo y manteniendo su mismo accionar en la práctica, es muy difícil que algo se pueda conseguir. Son demasiados años los transcurridos, son demasiados los intentos de negociación abortados.  

La voz de un número creciente de ciudadanos, de toda índole, solicita una salida, un acercamiento entre venezolanos y dejan entrever preocupación. Por un lado, una oposición que es mayoría apabullante e irrefrenable, y por la otra un gobierno cuestionado por su ineficacia y autoritarismo, que ahora luce disminuido. Todos los enfrentamientos humanos terminan en una mesa de conversaciones, al hombre le cuesta aprender, olvida la historia con mucha rapidez. El diálogo es una calle de dos vías, imprescindible agregar que sean iguales, no una lisa y la otra llena de obstáculos. La buena fe se presume, dicen los juristas y también los que no lo son, añadimos a esa presunción, la cual en ningún caso es certeza, que la misma se colorea con los antecedentes de quien se juzga.

No debemos permitir que el fracaso de las salidas democráticas haga realidad la máxima del militar prusiano, Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz: «La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios…”, cínica frase cuya irracional aplicación ha costado millones de vidas.

Jorge Puigbó

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