Muchos se preocupan por el futuro de la democracia en el mundo. Y quizás por eso conviene reflexionar sobre la verdadera naturaleza de la democracia.
La democracia no es algo que se decreta ni se impone sino que impera cuando la mayoría de una sociedad la entiende y la práctica. La democracia no reside tanto en formas e instituciones como en el espíritu y praxis de la gente. Porque minorías contumaces siempre las habrá.
La democracia emana de la cultura, civilización, ética y espíritu libertario de una mayoría. Y sobre todo es producto de la independencia económica individual. Porque la dependencia económica personal es el comienzo de la sumisión.
Recientemente escuché a la analista Beatrice Rangel señalar una gran verdad: Que el retraso iberoamericano con relación a la América del Norte radica en gran parte en la persistencia en estas latitudes de un sistema medieval trasladado desde el tiempo de los Reyes Católicos.
Y el tema no es la Península porque allá – a pesar de ciertas minorías – la mayoría ha evolucionado mucho más en lo político, económico y social durante el último medio siglo que en estas tierras en dos siglos de independencia – quizás por el crecimiento y auge de su gran clase media.
En las Américas el espíritu democrático y libertario sigue muy vivo, solo que al Sur con demasiada frecuencia se imponen sistemas que – con distintos colores e ideologías – subordinan al individuo al Estado y fomentan dependencias que se vuelven nuevas formas de vasallaje.
Como lo señala Javier Milei – que parece mucho menos loco de lo que algunos creen: Allí donde el Estado – llámese rey, república o partido –determina quién prospera y quién no, allí donde los gobiernos son los que dan o quitan el bienestar individual, es muy difícil que florezcan la democracia y la libertad.
El espíritu democrático no se extingue en Iberoamérica, pero parece crecer o disminuir según las circunstancias del entorno; volviéndose un anhelo creciente en la medida que aprietan los flagelos del autoritarismo.
El tenaz apego de la mayoría del pueblo venezolano a la libertad, la democracia y el progreso, y su perseverante resistencia al autoritarismo son fiel testimonio de ello.
En la medida que esa gran mayoría lo decida y lo viva, inexorablemente vendrá el momento en que la libertad y la democracia vuelvan a florecer en esta tierra de gracia. Para eso cada quién necesita poner su granito de arena pues –como recién dijo la viuda de Alexei Navalny: “No se preocupe si lo que puede hacer es poco. Preocúpese si lo que hace es nada”. Lo peor es tirar la toalla.
Antonio A. Herrera-Vaillant
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