“…Cuando se apoyan, o no se combaten con políticas novedosas, a los grupos armados ilegales, con toda seguridad al final todos perderán, ellos no tienen reglas, ni nada que perder…”
Jorge Puigbó
Partiremos de una afirmación, la fundamental existencia del Estado como garante de la seguridad y estabilidad de la nación, para ello es conveniente recordar su definición como la institución primordial para hacer posible la organización de la sociedad, ella es nada más y nada menos, que la forma de organización concebida y acordada por el ser humano para poder regular y controlar el desenvolvimiento de la vida en sociedad y evitar el caos, para lograrlo la sociedad le otorgó el poder suficiente y uso de la fuerza necesaria para llevarlo a cabo, por esa razón los estados son los únicos responsables frente a la sociedad civil, tanto por sus actuaciones como por sus omisiones. En los últimos tiempos la institución pareciera sufrir cierto grado de erosión originado por organizaciones ilegales que crecen en su seno. Las diferencias entre los diversos estados se deben a los diferentes regímenes de gobiernos que se generan por la aplicación de las ideologías que guían a sus líderes en la búsqueda y obtención de sus objetivos políticos y económicos y es debido a ello que se producen las grandes divergencias entre los diferentes países y se producen los choques de intereses dentro del marco de la geopolítica.
Es de la única responsabilidad de los estados la proliferación de gente armada que actúa al margen del ellos y de las leyes. Se trata de un fenómeno en pleno crecimiento y expansión, por lo cual los expertos ya hablan de que ahora convivimos con los llamados “actores armados no estatales” quienes progresivamente han constituido nichos dentro de las sociedades y controlan ya sectores importantes de las mismas, llegando a generar su propia economía, a crear sistemas de aplicación de su propia justicia, lo cual evidentemente debilita a los estados y son éstos los que urgentemente, tienen que buscar formas de frenar los factores de violencia, o de lo contrario el caos se seguirá extendiendo bajo el amparo de ciertas ideologías, religiones, intereses bastados o simplemente por la imposibilidad de frenar el crecimiento y penetración de la delincuencia organizada. De esta última debemos decir que ya trasciende las fronteras, tal y como lo podemos constatar viendo las actuaciones del grupo de delincuentes venezolanos denominado “Tren de Aragua”, el cual está causando graves problemas en varios países latinoamericanos y en los Estados Unidos; o las de las Maras del Salvador, igualmente con presencia fuera de su país de origen; o las del grupo brasileño “Primeiro Comando da Capital (PCC)” el cual de acuerdo a la organización Brookings: “…En las últimas tres décadas…ha pasado de ser una pandilla carcelaria fundada en São Paulo (Brasil) a un “leviatán” criminal transnacional, con presencia en Sudamérica, África y Europa”… “En respuesta a esta creciente amenaza, en 2021 el gobierno de Estados Unidos citó al PCC como “el grupo del crimen organizado más poderoso de Brasil y uno de los más poderosos del mundo”, además pregunta la publicación: “… ¿Qué podemos esperar del PCC en el futuro? ¿Y cómo podrían las autoridades detener esta expansión internacional?”. La cuestión que se plantea es extremadamente complicada por sus diferentes aristas e implicaciones que de ella se desprenden, no solo debido a la presencia desestabilizadora de grupos armados al margen de las leyes y tratados internacionales, sino por su uso, apoyo e incentivación por parte de potencias regionales o globales que los utilizan para favorecer sus propios intereses y producir inestabilidad en sus adversarios, una guerra en la llamada zona gris. Un ejemplo de esto lo tenemos en el increíble accionar de pequeños grupos como son los Hutíes en Yemen que han logrado paralizar parcialmente el comercio mundial al convertir el Mar Rojo en una zona roja; o el Hezbollah en el Líbano con su apoyo al Hamas; o las milicias proiraníes en Irak con sus ataques contra las bases norteamericanas que están dando protección; o el mayor grupo terrorista Estado Islámico, ISIS, que actúa en diferentes países, solo por mencionar algunos.
Tratar de clasificar estas organizaciones tomando en cuenta sus características o naturaleza, se torna muy complicado ya que las mismas pueden poseer una o más de ellas. Para entenderlo es mejor acudir a los ejemplos y es la guerrilla colombiana la que pudiera servirnos al ser considerada inicialmente un movimiento político, armado y subversivo, de izquierda radical que, progresivamente devino en una organización asociada con la delincuencia de la cual obtiene las ingentes sumas de dinero para mantenerse, narcotráfico, secuestros, extorsiones y otros, entre ellos. Esto último nos lleva a entender cómo algunos de estos movimientos tienden a ofrecer gobernanza a las personas y a desarrollar sus propias economías ilegales cada vez más poderosas y asimismo a convertirse en competencia para los estados al tratar de controlar porciones de los territorios imponiendo su soberanía en ellas, sin descartar en ningún momento el objetivo de acceder al poder, por las malas o utilizando los medios legales que les otorga la democracia. Otra característica que poseen los actores armados al margen del estado y que, en las últimas décadas se ha incrementado exponencialmente, es su capacidad para proyectarse internacionalmente creando asociaciones con todo tipo de organizaciones, ya sean políticas o criminales, siendo lo más grave el prestarse, de una u otra forma, al juego geopolítico aceptando el amparo y protección de regímenes políticos que los utilizan para beneficio de sus intereses, logrando así una simbiosis que beneficia a las partes y constituyéndose en un arma de la guerra híbrida. Esto último está bastante claro en la actuación de los hutíes quienes, desde el 2015, están tratando de controlar la totalidad del Yemen en una cruenta guerra, son un grupo armado de la minoría religiosa musulmana chiita, denominada zaidíes, apoyados por Irán en contra de los musulmanes sunitas los cuales cuentan, a su vez, con apoyo de Arabia Saudita y Egipto, el caso es que estamos viendo como se han convertido en una amenaza real para el comercio marítimo mundial al atacar con armas sofisticadas, suministradas por Irán, a los buques civiles y militares que transitan el Mar Rojo. Los hutíes se formaron en la década de 1990 y se denominan así por su fundador Hussein al Houthi y fue a partir de la invasión de Irak por EE.UU., en el 2003, que adoptaron el lema: “Dios es grande. Muerte a EE.UU. Muerte a Israel. Maldición a los judíos y victoria para el islam”. Son un grupo armado de origen religioso con apoyo y proyección internacional.
La mayoría de estas organizaciones armadas, con un trasfondo religioso y que no tienen ningún empacho en utilizar a las drogas, o cualquier otro ingreso lícito, como fuentes de ingreso, actúan primordialmente en el África o en el Oriente Próximo, según RAE, conformado por los países de la región de Asia occidental: Arabia Saudí, Bahréin, Chipre, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Irán, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Libia, Omán, Qatar, Siria, Sudán y Yemen, y asimismo en el Oriente Medio, que abarca la India, Pakistán, Afganistán, Nepal, Bután, Bangladesh, Sri Lanka y Maldivas. Además de los actores armados no estatales mencionados, tenemos grupos de delincuentes transnacionales que se dedican a actividades que socavan la estabilidad política y la economía de los estados, principalmente son las mafias que se dedican al inmenso tráfico ilegal de personas, a la explotación y comercialización de vida silvestre y a la pesca ilegal.
Cuando se apoyan, o no se combaten con políticas novedosas, a los grupos armados ilegales, con toda seguridad al final todos perderán, ellos no tienen reglas, ni nada que perder.
Jorge Puigbó