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Hoy la Iglesia Católica comienza, con el Miércoles de Ceniza, el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Durante 40 días, y a través de la vivencia del ayuno, la oración y la limosna, los fieles se preparan para la Semana Santa en la que se actualizan los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.
En este tiempo, los fieles están llamados de manera especial a la conversión personal, a incrementar sus esfuerzos por transformar la mente y el corazón. La Iglesia exhorta a vivir ese espíritu de forma explícita en la liturgia, durante la imposición de las cenizas. El celebrante imprime la señal de la cruz en la frente de cada uno de los fieles, mientras dice: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).
Por otro lado, con la expresión “acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” (Gen 3, 19) –la otra fórmula que se utiliza durante la imposición de las cenizas- se quiere resaltar la caducidad y fragilidad de la vida humana, cuyo destino inevitable es la muerte.
En los primeros siglos de la Iglesia, los fieles iniciaban la Cuaresma con una penitencia pública, hecha durante el primer día, en el que eran salpicados de cenizas, se vestían con un sayal y estaban obligados a mantenerse alejados hasta que se reconciliaran con Dios el Jueves Santo.
Cuando estas prácticas cayeron en desuso entre los siglos VIII y X, se comenzó a colocar las cenizas en la frente, o sobre la cabeza, de todos los miembros de la congregación.
En tiempos más recientes la liturgia ordena que el sacerdote celebrante imprima o marque las frentes de todos los fieles con la señal de la cruz. Para ello ha de usar las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior.
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