#OPINIÓN Música, cultura y sociedad en el semiárido occidental larense venezolano #12Feb

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El pentagrama, selecto nervio de nuestro espíritu, es el nervio de nuestra raza.

Cecilio Zubillaga Perera, 1942.

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Si escogiera,  el Sol nacería en el nombre de Carora.

Pablo Neruda, 1959.

Introducción

Dice el musicólogo uruguayo Walter Guido, en la presentación del famoso y sin igual libro del maestro José Antonio Calcaño La ciudad y su música, que “En una sociedad, la música cumple una función que, en términos generales, es semejante a la de las demás artes. Sin embargo, a poco que se profundice en sus características propias, se comprobará que ofrece matices que la diferencian radicalmente de los demás fenómenos artísticos.” Para estudiar la música abundan las tendencias y se nota una clara imprecisión terminológica, no existe un vocabulario técnico uniforme, agrega Guido. 

No haremos en este ensayo un estudio musical en sí mismo, sin agregados extra-musicales. Nosotros nos decidimos por una historia social de la música, tal como nos enseñaron los maestros Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, es decir estableciendo una correlación e interdependencia del hecho musical con los acontecimientos históricos, sociales y culturales de una época, así como vincular a la música con las otras artes. Mostrar el fenómeno musical en forma socializada es nuestro propósito. Un músico jamás toca para sí mismo, la ejecuta para ser oído por un colectivo, porque la música sin más y evidentemente es una construcción social.

Calcaño escribe que “Ha habido siempre una coincidencia entre la grandeza de un país y el desarrollo de su música. Las grandes naciones, en sus grandes periodos, han tenido siempre su mejor música. Podemos seguir paso a paso la grandeza y la decadencia de un pueblo o de una cultura, en la grandeza y decadencia de su música. No ha habido nación mediocre con música excelsa. Después que el alma de un pueblo y sus instituciones, alcanzan consistencia y desarrollo, es cuando aparece en él una música valiosa.”

Y más adelante agrega Calcaño “Es el crecimiento de la ciudad el que acondiciona el crecimiento de la música; es el carácter de los pobladores, modificados en gran parte por los hábitos de vida y las circunstancias ambientes el que acondiciona el carácter de la música.”

Creemos que la música en el semiárido occidental larense venezolano es producto social que ha llegado a la madurez, puesto que es una comunidad que tiene hondas raíces histórico sociales desde tiempos precolombinos hasta la actualidad. Es el semiárido larense una “comunidad imaginada”, como dijera Benedict Anderson, en el seno de la nación venezolana, con características muy singulares e idiosincráticas, que se mira a sí misma y se siente como comunidad musical, por ello nos atrevemos a escribir las páginas que siguen.

El semiárido musical larense venezolano

Esta realidad geográfica venezolana particularmente seca y semidesértica, un dato primario, es el asiento histórico de una cultura musical que no dudamos en calificar de excepcional, que envidiaría otras regiones de nuestro país y más allá de nuestras fronteras. Es el producto de una madurez histórica alcanzada a fines del siglo XVIII colonial y barroco. En sus dos vertientes, la académica y la popular logran el pentagrama y entonación en estos lugares del occidente de Venezuela, el Estado Lara, cotas y elevaciones de una maestría que ha llamado la atención de propios y extraños. Es un fenómeno de la cultura que requiere una comprensión de tan excepcional calidad melódica.

La musicalidad larense tiene como base objetiva la realidad de una geografía del semiárido, una pequeña porción del Venezuela cercana al 6 % pero que tiene una expansión e influencia nacional y universal. Es un semiárido curioso pues está como colocado en un sitio en el que no debía estar: el trópico. Es una música de ambientes calurosos la mayor parte del año, donde un tipo humano extrovertido y alegre ha creado prodigios musicales.

El hombre ascio del semiárido

 La iluminación solar constante la mayor parte del año ha impedido que la melancolía y la depresión propia de las zonas templadas y frías reine entre nosotros. Se ha impuesto entre nosotros el “hombre ascio” que habita la zona tórrida y que interesó al sabio tocuyano doctor Lisandro Alvarado. Es un ser humano que disfruta de los rayos solares y del calor, lejano del exceso de bilis negra que conduce a la melancolía, de la que hablaron en su teoría humorista Hipócrates y Galeno en la Antigüedad. Esa doctrina de los cuatro humores llega hasta el siglo XVII cuando se empleaban la música y la danza como tratamiento de la melancolía. 

 La luz estridente, dice Áxel Capriles, la luz sin contemplaciones, es una experiencia poderosa, abrumadora. Y, querámoslo o no, los habitantes de estas regiones equinocciales, como Armando Reverón, tenemos que llegar a términos con la deslumbrante masa solar que nos subsume. El Sol es el principio de todo movimiento, incita a elevar el tono de voz para traspasar los obstáculos. Los rayos del Sol despiertan la extroversión. El alargamiento del día en los meses de mayo, junio, julio y agosto, nos hacen sentir más alegres y confiados. ¿Será acaso necesario decir que las fiestas del semiárido larense coinciden o se realizan en las cercanías del solsticio de verano?: La Cruz de Mayo, el Día de San Antonio de Padua, las Fiestas de San Juan Bautista, la Parranda de San Pedro.

El incremento de la radiación solar, agrega Capriles, produce cambios hormonales que elevan el estado de ánimo, el Sol se asocia con la alegría. La depresión, por el contrario, se vincula con la oscuridad. Es una vivencia universal. Para el antropólogo Gilbert Durand, uno de los esquemas dominantes de la imaginación es el que opone los símbolos tenebrosos a los de la luz. La luz por lo general, simboliza alegría, esperanza, ascenso, calidez, buen humor y entusiasmo, mientras que la oscuridad, su polo contrario, representa tristeza, infortunio, pesadez y descenso. La luz es una condición indispensable para entender la cultura y la psicología venezolana, afirma Capriles.

Las cuerdas y las maderas tienen en nuestro clima cálido y solar durante casi todo el año, una sonoridad y afinamiento únicos. Las noches estrelladas y con rala nubosidad invitan a una sociabilidad con arpegios y armonías, la noche está poblada de sonoridades de insectos, reptiles y aves. Nuestras auroras son un coro de melodías canoras.  El calor seco a diferencia del calor húmedo predispone a la meditación pues no embota los sentidos, sino que los aguza de manera significativa. Apenas es necesario recordar que las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam son productos del desierto.

El trópico no es inercia e inacción, como diría don Mariano Picón Salas, no es tierra de dormilones y perezosos, una hidrografía difícil nos ha hecho imaginativos e inventivos. En el pasado no tuvimos ni economía del cacao ni economía del café, fue, por el contrario, una economía de caprinos y ágaves, economía del comercio a lomo de mulas. Y al despuntar el siglo XX no fue encontrado en las entrañas el disolvente vellocino petrolero que hubiese desarticulado nuestras numerosas aldeas musicales.

La musicalidad larense es un fenómeno colectivo y de masas, aparejado a nuestra devoción marianista tan afincada. En los espectáculos musicales que convocan a centenares y miles se puede observar que los cantos colectivos tienen afinación, lo que poco sucede en otras regiones culturales de Venezuela. La música es pues una expresión social y de grupo que se fue conformando desde el siglo XVI en lo que he llamado “Triángulo colonial y barroco” conformado por El Tocuyo, Barquisimeto y Carora. Triángulo de acordes y pentagramas que nos ha hecho la entidad jurídico política musical y melódica por excelencia al estado Lara en el concierto de la Nación Venezuela.

Lara y el mestizaje social

Ese agudo oído melódico deviene de nuestra conformación de pueblo que ha logrado una mestización casi completa en un tipo humano de características medias y equilibradas, dice el sabio Francisco Tamayo. No existen núcleos negroides o caucásicos grandes o perdurables, por lo que podemos inferir que la mescla étnica se ha logrado de manera gradual y no traumática. La guerra social de la Independencia y la guerra social de la Federación no tuvieron acá la crueldad y el ensañamiento que en el centro de Venezuela. La piel morena, muy lejana del llamado “modelo ario” decimonónico, es rítmica y extrovertida, proclive a las actividades grupales religiosas y paganas. La melancolía europea no logró jamás tomar ciudadanía entre nosotros y a ella le opusimos con brío y entusiasmo el baile negroide del tamunangue, el chimó y el cocuy, elementos que nos acercan al tipo de humor sanguíneo alegre y enérgico de Hipócrates.

El estado Lara, de los de mayor densidad demográfica del país y receptor de migraciones internas, no ha sido desarticulado poblacionalmente por las migraciones internas venezolanas, de tal manera se ha mantenido con fuerza su personalidad básica, un ethos que se expresa en la multitudinaria procesión de la Divina Pastora de todos los 14 de enero desde 1856. Ese día sucede algo sociológicamente maravilloso: los larenses formamos una masa humana descomunal que podemos percibir directamente y por propia experiencia, no mediática. Ese día asisten a la procesión, según datos de la Alcaldía del Municipio Iribarren (Barquisimeto), unos cuatro millones de personas, cantidad que supera a la del Estado Lara que se estima en dos millones y medio de almas. La música recibe y despide a la virgen del cayado y las ovejas. 

Una religión popular en el semiárido venezolano

El catolicismo en el semiárido larense, como en el resto de Venezuela, es una religión igualitaria, poco institucionalizada, ajena al dogmatismo y con elementos ritualísticos, nunca es estática, siempre absorbiendo influencias exteriores o está creando nuevos símbolos y valores. El catolicismo oficial, dice Angelina Pollak-Eltz, se basa en una teología racionalista, la religiosidad popular es salvacionista y devocional. Refleja la recepción creativa y original del Evangelio por parte de indígenas, negros y mestizos. El pueblo creó un sistema religioso que da sentido a la vida. 

En el semiárido larense la religión popular polariza ante dos devociones muy arraigadas entre el pueblo llano predominantemente mestizo: San Antonio de Padua, conocido como el “santo de los pobres”, y la Divina Pastora, cultos animados en sus orígenes por negros africanos y aborígenes. San Antonio está firmemente unido a la danza de raíz afro del tamunangue, la danza negroide emblemática del estado Lara. Y existe una virgen decididamente americana y aborigen: la Virgen del Rosario de la Chiquinquirá de Aregue, Municipio Torres, la Virgen India, devoción que procede del Reino de Nueva Granada o Colombia y que es anterior a la Chiquinquirá zuliana.

La gastronomía del semiárido larense

La noción de abundancia natural y de riqueza ilimitada es inseparable de la idea de América. Es su imagen fundacional. El discurso de la exuberancia tropical, las representaciones de fecundidad y de opulencia, aparecen desde los primeros gestos americanos y relaciones tempranas de los exploradores, nos refiere Áxel Capriles. 

Pero es un hecho excepcional que en estas tierras equinocciales existieran zonas que no cuadraran con esa idea inicial de pletórica abundancia americanas: el semiárido del occidente de la Provincia de Venezuela. Edilberto Ferrer Véliz nos dice que uno de los rasgos determinantes de los universos áridos y semiáridos, es la minusvalía relativa del factor humedad, lo que queda demostrado en lo espaciado y errático de las lluvias, la inexistencia de manantiales permanentes y la sequedad del suelo. Ante tal situación los seres vivientes responden con adaptaciones morfológicas, fisiológicas y etológicas.

Esta particularidad del semiárido ha debido asombrar a los primeros cristianos que lo visitan en el genésico siglo XVI, desde Nicolás Federmann a Galeotto Cey. Este viajero italiano escribe con asombro de los hábitos gastronómicos que vio en el árido occidente de Venezuela que: Son todos los indios, como estos caquetíos, peores que puercos en el comer y sucios en las casas que habitan. En muchas naciones comen carne cruda, y comen las entrañas y vísceras de los animales sin vaciarlos: les basta estrujarlos un poco con las manos, y así ponerlos a cocer. Los pájaros los echan en las ollas con plumas, y todos límpiense el hocico con las manos, y las manos en los muslos, o en el cuerpo, o en el suelo. En el Nuevo Reino de Granada, cuando van a cazar y matan un ciervo, apenas le llegan encima ya se comen las entrañas, el vientre y todos los intestinos, la cabeza y pies, así crudos. El resto lo llevan al patrón o a vender, es la cosa más sucia del mundo. Y así hacen con toda carne (Cey, 1994: 109).

Pareciera de tal manera que nuestro emblemático mondongo larense de hogaño tuviera antecedentes precolombinos su multisensorarialiedad: Sinfonía de vísceras y vitualla expresándose en armonía perfecta y seductora, en una sustanciosa sopa. El mondongo es sinónimo de paradoja culinaria, al transformar “el desecho” en exquisitez, dice la revista Historias de Sobre Mesa. 

Tomar como base la cultura culinaria para un intento de regionalización es, sin duda, lícito. L Con Rafael Cartay pienso que nuestra región gastronómica Lara-Falcón tiene en el mondongo su epicentro. Si observamos con detenimiento este yantar igualitario y societario observamos que su denominación es africana, la carne la proporciona el hispánico chivo y que algunos ingredientes son americanos, el maíz o jorojoro, y las especias venidas de la lejana Asia.

Los ágapes comunitarios son un ritual en el estado Lara que convocan a todos los estratos sociales sin distinción, alrededor de los yantares del semiárido no es extraño hallar allí a músicos y recitadores populares. En la ciudad de Carora pervive el ritual gastronómico y societario de “el mondongo los domingos”, un rasgo idiosincrático de los habitantes sibaritas del Municipio Torres. 

Tamunangue, Joropo larense

Todos conocemos que el joropo es música y danza que identifica a lo nacional venezolano, es el baile nacional por antonomasia. Pero es un hecho excepcional que los habitantes del semiárido occidental hemos modificado al joropo y desde esta melodía nacional se ha creado el tamunangue y los golpes tocuyanos y curarigueños, que son variantes rítmicas del joropo. Ninguna otra región ha logrado tal portento del ingenio popular, pues no fue una decisión de las élites, que se produjo en un siglo definidor de nuestra nacionalidad venezolana: el siglo XVIII, y que el sabio Francisco Tamayo llama ballet pagano de San Antonio. Es una suite de danzas que habrían llamado la poderosamente la atención de Seguimund Freud por su acentuado erotismo y pulso libidinoso: Eros, ritmo del tambor y alcohol en potente y armoniosa síntesis que soporta la anglobalización con gran éxito. El arte musical, bajo el principio fundamental de que es una metáfora de la realidad, nos lleva a descubrir que la óptica social hace del mundo natural semiárido un espejo del carácter del larense venezolano. 

El tamunangue es la síntesis de nuestra condición de pueblo mestizo, en la conjunción o concurrencia de elementos aborígenes, españoles y africanos. Es nuestro acabado melting pot como crisol cultural que en tierras sudamericanas logra tan prodigiosa y acabada suit de danzas que por su variedad y complejidad no tiene parangón, afirma Francisco Tamayo, en el folklore de Latinoamérica. El tamunangue es, parafraseando a Yi Fu Tuan, nuestra topofilia.

Si en la Nueva Orleans de la Lousiana estadounidense nacería el mundialmente famoso ritmo del jazz entre los descendientes de los negros esclavos  abrumados por el trabajo en las siembras algodoneras del “Deep Sur”, en tierras venezolanas dedicadas a la caña de azúcar nacerán, derivados del concepto musical afroamericano, indígena y español, nacido en las abyectas esclavitudes negras, el Golpe Tocuyano, el Golpe Curarigüeño, así como el Tamunangue Larense, la manifestación folklórica “más rica y hermosa de Venezuela, si ya no lo es de la América toda”, como afirma el sabio larense Francisco Tamayo.

Los instrumentos musicales del semiárido

El semiárido se expresa musicalmente de manera fundamental con el canto y el baile acompañados de instrumentos musicales membranófonos y cuerdófonos,  el tambor tamunango y el Cuatro, la guitarra y la mandolina. Entre nosotros jamás se habrá de crear una cultura del piano, como dijo Weber, porque nuestra música es expresión de la calle y del mercado. Es música expansiva y del ágora, de colectividades musicales y que quizás sea la más emblemática expresión en Venezuela el increíble caserío La Candelaria, ubicado en la Otra Banda semidesértica del Municipio Torres, mágico lugar donde aprendió a tocar “de “fantasía” el más eminente y extraordinario músico venezolano del siglo XX: el Maestro Alirio Díaz. Los arreglos que hizo de manera magistral de la música popular revelan su condición originaria de músico popular y campesino, de tez bastante morena, discípulo de Chío Zubillaga. 

Los excelentes luthieres larenses

Quizás el más excepcional constructor de notables instrumentos musicales de cuerdas en nuestro espacio sonoro musical larense sea el baragüeño Antonio Navarro, quien falleció en Carora en 2014. Una geografía del arte que se expresa de manera maravillosa en este lutier llamado el Stradivarius venezolano. Ni sus gruesas manos ni su espartano taller daban cuenta cabal de las extraordinarias creaciones de su inmenso y autodidacta talento de luthier, verdadero y genuino representante de lo que he llamado “el genio de los pueblos del semiárido venezolano”.

La paradoja es la palabra que mejor rima con este octogenario baragüeño, larense y venezolano que acaba de dejar la vida terrenal a los 86 años. Lo primero de su rareza es, a no dudar, su formación casi completamente autodidacta en el oficio de fabricar instrumentos cuerdófonos de altísima calidad. Compró–eso sí– libros de luthería españoles y franceses, los que atesoraba en su pequeña biblioteca en Carora, la ciudad que le dio abrigo y nombradía.

Lo segundo reside en que habiéndole dado estatus académico al instrumento musical llamado Cuatro, sacándolo de la oscuridad, dándole una simetría nueva, así como una afinación diferente, sin embargo no sabía tocar los instrumentos que salían de su prodigioso ingenio. Apenas los afinaba. ¡Y de qué manera! Para ello hizo algo inaudito hasta entonces: elevó la afinación desde el quinto traste tradicional hasta el traste número 17, con lo cual hubo de alargar el mástil y, consecuencialmente, darle una apariencia mucho más elegante y altiva al instrumento bandera de la nacionalidad venezolana.

A pesar de sus innegables innovaciones transformadoras de la luthería, este apacible caballero jamás llegó a registrarlas para protegerlas de eventuales plagios e imitaciones. Era tal su perspicacia y agudeza que hasta la renombrada empresa musical japonesa Yamaha lo invitó en varias ocasiones a visitar sus talleres, a lo que se negó don Antonio por aquello del frío extremo del archipiélago oriental.

Construía cuatro o cinco instrumentos en un mes de trabajo solitario este ermitaño, que apenas dejó que su hijo Elías aprendiera al dejarse mirar por su retoño haciendo sus portentos musicales. Me dicen que en sus inicios–años 70 del milenio ido– se fue a aprender la técnica en el caserío Agua Salada, pero no le soltaron prendas. Se inspiró entonces en un fabricante de Caracas llamado Ramón Blanco, y con ello construye sus liliputienses Cuatros iniciales. Monta su taller en la calle Jacobo Curiel de Carora y le da el sugerente nombre de El Señuelo. De allí se trasladará a su residencia definitiva y en donde en una ocasión le visité: la calle de Los Silos, sector Las Mercedes, situada en Carora.

Pero también salieron de sus callosas manos de “enmatonador” (desmalezador) de potreros y talador de montañas -que fue su primer quehacer y en donde entra en contacto con la materia prima de su oficio- bandolas, bandolinas, el sexto del folklórico baile negroide del Tamunangue, cuatros y guitarras. De estos nobles instrumentos tenemos referencia de elogios y aplausos emitidos por Simón Díaz, autor de la universal canción Caballo Viejo, y del Maestro Universal de la guitarra Alirio Díaz. El “Mangoré caroreño”, como le decían a Don Alirio, dijo que los cuatros de Navarro son, en efecto, una guitarra.

De sus rústicas manos salieron los instrumentos con los cuales hacen delicias musicales los grupos Un Solo Pueblo, Serenata Guayanesa, Carota Ñema y Tajá, los Salveros de nuestro Cerro de La Cruz, Los Golperos de Don Pío, así como las individualidades de Hernán Gamboa, Iván Pérez Rossi, Simón Díaz, Cecilia Todd, La Chía, Zamurito, Luis Santeliz, Reinaldo Armas, Maira Martí, Cheo Hurtado, Héctor Felipe Torres Mendoza, entre otros.

La palabra materia, de todos en uso, deriva de la palabra madera. Pues la materia prima de la labor de Navarro, heredera del lejano genio griego Pitágoras, son el palo santo de la antigua India, pino canadiense, cedro, abeto y caoba. De su talento matemático saldrá lo que llamó el Cuatro número 33, el cual finalmente logra tras 20 años de investigación, me dice César Tovar, el famoso fabricante de rosetones. Ese sugerente número es la base matemática que da forma a la anatomía y a todas las medidas del instrumento musical. Y es el Cuatro el instrumento que reúne todas las características de armonía, conformación y simetría. 

Apenas es necesario decir que el concepto pitagórico de número y armonía acompañan a Navarro, pues sus Cuatros son de largo 33 cmts. exactos; la parte más angosta de la caja armónica mide la mitad de 33 cmts: 16,5 cmts, la parte más ancha de esta misma caja mide 22 cmts, es decir dos partes exactas de 33; para el diapasón usa la regla 49,5, o sea 33 más la mitad de este emblemático número; el cuello de la caja armónica tiene 14 cmts es decir, la tercera parte de 33 más tres cmts; la altura de los aros o costados mide 9 cmts, o sea la multiplicación de 3×3; y, finalmente, el grueso de la tapa de abajo es de 6 milímetros, que es la suma de 3 más 3, luego de armado el instrumento se va rebajando en forma cóncava, quedando las orillas de 3 milímetros, y el centro de 6 milímetros.

De modo pues que el Maestro Navarro hizo de manera callada y solitaria –y miles de años después– el descubrimiento que hizo Pitágoras en la Antigüedad del fondo numérico de la música: música y número, una y la misma cosa, que es el punto de partida de una nueva concepción cosmológica de la civilización occidental que derivó en religión. Un portento del genio de los pueblos del semiárido venezolano. Antonio Stradivarius y Antonio Navarro, dos Antonios genialmente maravillosos y sublimes. Tres siglos en sus existencias los separan, pero los une el afán desinteresado y sublime de hacer un mundo más vivible a fuerza de sonidos armoniosos y bellos.

Las grandes figuras musicales larenses

La figura cimera de la excelsa y consolidada musicalidad nuestra es sin lugar a dudas el pueblo larense, un colectivo melódico sin parangón en Venezuela. Es un fenómeno de masas, colectivo que hunde sus raíces en la historia y que ha contribuido, con la concurrencia de otras artes, a lo que he llamado “Genio de los pueblos del semiárido larense venezolano.” 

 Una evidente muestra de este fenómeno de masas ha sido el Baile de las Zaragozas que se escenifica de diversas localidades larenses cada 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, una conmemoración festiva de extracción colonial que agrupa a músicos populares con un pueblo volcado a esta celebración masiva. Otra son las infaltables y coloridas retretas que tenían por escenario las plazas mayores de nuestras ciudades y pueblos coloniales. ¿Y qué decir de la procesión de la Divina Pastora, que es un gigantesco coro de voces y cantos en donde participan cuatro millones de personas todos los 14 de enero de cada año?

Quien escribe ha conseguido en el Archivo de la Diócesis de Carora, en los antiguos Libros de Cofradías y hermandades caroreñas del siglo XVIII a dos interesantes músicos coloniales. Ellos eran el payador Diego Tomás de Parada y el maestro de horganos, el español Pedro Lozano. La presencia de estos dos músicos revela la enorme importancia que ha tenido en la cultura de habla castellana el hecho melódico musical. Religión católica y música barroca eran el centro de la sociedad colonial, pues bajo el techo de la Iglesia de San Juan Bautista se reunían los numerosos miembros de las cofradías o hermandades, instituciones de solidaridad y apoyo mutuo claves de la sociabilidad nuestra hasta hace poco. 

El abuelo de los músicos del semiárido larense

En la “Ciudad Madre de Venezuela”, encontramos a un músico extraordinario, el sacerdote Francisco Pérez Camacho (1659-1724) nacido en El Tocuyo, específicamente en el Valle de Totumo; a él se confiará en 1689 la enseñanza del Canto Llano y Música figurada en el Colegio Seminario de Santa Rosa de Caracas, institución matriz de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, fundada en 1725. Fue el primer el primer catedrático de música en esta casa de estudios. Su docencia se extendió por largos 43 años y tenía la obligación de enseñar el órgano y el canto en la Capilla de la Metropolitana a todas las personas que quisieran aprender, lo que desdice la idea machacada que la Colonia fue un periodo de oscurantismo y barbarie. Era Pérez Camacho bajonista, cantaba el canto gregoriano y era capaz de ayudar el sochantre o maestro cantor.

En 1683 hizo Pérez Camacho estudios de filosofía y artes en el Seminario con el admirable Maestro Juan Fernández Ortiz, cursa las difíciles cátedras de Retórica y Gramática que en aquellos momentos eran más importantes que la Nueva Física que por aquellos años se desarrollaba con Bruno y Galileo. Nuestra educación, dice Mariano Picón Salas, fue en esa época una educación más de palabras que de cosas.

El Rey de España, Felipe IV, tenía incumbencia en los planes de estudios del Seminario, las Constituciones del Seminario Mayor que fueron aprobadas por sus manos en 1698 establecían una clase diaria de música desde las 10 de la mañana para los seminaristas “y demás que quisieren aprender”, clase que duraba media hora y se gobernaba con la ampolleta, es decir un reloj de arena o una clepsidra de agua. Cuando fue fundada la Universidad de Caracas pasó a formar parte de ella y con ello se convierte en el primer catedrático de música de nuestra Universidad colonial.

Estos datos indican, escribe el Maestro Calcaño, una labor valiosísima, tanto en ejecución como en docencia, que va desde 1682 hasta 1725, o sea 43 años dedicados a la música. Esto hace al músico tocuyano un personaje verdaderamente eminente en su campo de acción, y el más valioso que hasta su tiempo hubiera actuado en Caracas. Consiguió en este sentido una inmortalidad laica y lo que ha motivado a quien escribe le ha llamado “Abuelo de los músicos del semiárido larense venezolano.”

El Negro Tino Carrasco, padre de la trova social venezolana

En la antigua ciudad de Carora destaca El Negro Tino Carrasco, quien según dijera el gran escritor merideño Mariano Picón Salas, es parte de una inmensa tradición rapsódica venezolana que remonta a las viejas canciones coloniales, a los cantares de gesta de la Independencia y la Federación y a todas las peripecias contemporáneas que pule y elabora su inventiva de artista, se pone a hablar con su garganta. En su Corrido de las cien mujeres, que por la influencia de la versificación y la agilidad de los retruécanos parece la obra de un Lope de Vega selvático y mestizo que no tuviera otro maestro que la más alegre y desenfadada naturaleza. Darle al Negro Tino un pie forzado ya lo estará desarrollando y devolviéndolo como una gallarda serpentina. En su cédula electoral se llama Celestino Carrasco, pero con el cuatro y la bandolina en la mano y ya en trance de improvisar, nadie lo nombra sino El Negro Tino.

Comenzó Tino Carrasco a componer con su genio de inspiración popular lo que se llama hogaño canción de protesta, mientras muy joven purgaba condena en una cárcel del gomecismo, “Las Tres Torres” de Barquisimeto, por un crimen que no cometió. Sus composiciones se ejecutan en el lejano Japón y el Maestro universal de la guitarra Alirio Díaz ha hecho arreglos de algunas de ellas. Sus más destacadas y populares composiciones serán Amalia Rosa, Fuego fuego, Golpe tocuyano, El morenito, Tened piedad de mí, Montilla, La guerra de los Vargas. 

Alirio Díaz, Faraón de la guitarra

En el vientre profundo del semiárido larense, en la Otra Banda del Distrito Torres, vino a la vida en 1923 un niño que, de ser criador de marranos y chivos en su aldea natal de La Candelaria, llegaría a ser el guitarrista más destacado del orbe en la segunda mitad del siglo XX: Alirio Díaz. El Maestro español Regino Sainz de la Maza escribe de él que “Tiene sobre la mayor parte de los guitarristas de su generación, una innata naturaleza de virtuoso. Toca con aplomo y seguridad sorprendente”. Todo un prodigio que aprendió tarde a leer música y que se confundía, como lo dijo a quien escribe, por no entender por qué razón el pentagrama tiene cinco líneas y la guitarra seis cuerdas. 

Su primer maestro musical fue su entorno natural semidesértico, los sonidos de las noches y el “tempo” le llegan desde las faenas de las pilanderas de maíz en su ritmo acompasado. Huye sin que su padre don Pompilio lo supiera, muy de madrugada, el 6 de septiembre de 1939 de su aldea musical a los 13 años sin una moneda en los bolsillos con rumbo a la antigua ciudad y culta de Carora.

Lo descubre al llegar a Carora el Maestro de las juventudes Cecilio “Chío” Zubillaga Perera (1887-1948), quien al oírlo tocar de oído La Serenata de Franz Schubert que había escuchado en la ortofónica de Tita Verde, le aconseja con magnifica clarividencia dejar de lado la filosofía y la historia y dedicarse por completo a la música, le envía a la ciudad de Trujillo con el Maestro Laudelino Mejías, quien le enseña las bases musicales y a ejecutar el saxofón. Chío Zubillaga, que conocía con hondura nuestra cultura popular y hasta se afirma que fue su inventor, llega a decir en carta a Luis Beltrán Guerrero que el pentagrama, selecto nervio de nuestro espíritu, es el nervio de nuestra raza. Con estas palabras Chío Zubillaga se acerca a las ideas del mexicano José Vasconcelos, su “monismo estético” expresado en La raza cósmica, obra escrita en 1925.

La referencia musical más importante en Venezuela era por aquellos años Vicente Emilio Sojo, director de la Escuela Superior de Música, quien recibe a tres guitarristas caroreños en maravillosa coincidencia septiembre de 1945: Alirio Díaz, Rodrigo Riera e Ignacio Ramos Silva con un desmotivador “loro viejo no aprende hablar”. El maestro Raúl Borges les hace una prueba de ejecución de la guitarra y queda maravillado. Sojo, en un acto que lo enaltece, debió retractarse y les hace inscribirse en su instituto.

El camino hacia Europa estaba abierto para Alirio Díaz, quien logra concertar sin conflictos, escribe Bruzual, las enseñanzas de dos maestros ya consagrados: Regino Sainz de la Maza y Andrés Segovia. El Maestro Segovia debió vencer la propensión arrogante de la cultura europea de la que nos habla Jack Goody, al constatar el gran virtuosismo del sudamericano, “ajeno a toda imitación”, y lo nombra su asistente. El director orquestal rumano Sergiu Celibidache afirmó en 1962 que “era el mejor concertista de guitarra del mundo.”

Rodrigo Riera le toca a Barrios Mangoré

Del otro lado del quebradón que separa a la Carora de los mantuanos de los sectores populares, en Barrio Nuevo, habrá de nacer en el mismo año que Alirio Díaz, 1923, el gran guitarrista y compositor Rodrigo Riera. Hijo de natural de Juancho Querales, un músico popular, ejecuta siendo un niño limpia botas en 1932 para el guitarrista paraguayo Agustín Barrios Mangoré de visita en Carora su versión al Cuatro de Alma llanera, lo que lo motiva hondamente seguir la carrera musical.  En 1939 conoce a Alirio Díaz recién llegado a la ciudad. Viaja a Caracas en 1941 y entra en contacto con quien será para él una revelación, Antonio Lauro, quien se percata de su talento y lo recomienda a su maestro Raúl Borges. Siguiendo el camino de Alirio Díaz, escribe Bruzual, marcha a Europa en 1951 e ingresa al Real Conservatorio de Música de Madrid y toma lecciones con Sainz de la Maza y Conrado del Campo. Obtuvo en todos los niveles notas sobresalientes. 

Venciendo enormes y diversas dificultades derivadas de su humilde extracción social, su condición de hijo ilegítimo, un pronunciado arqueo de sus piernas, a lo exiguo de su beca para estudiar guitarra en Madrid, tuvo un enorme éxito en España, Italia y Francia con sus ejecuciones latinoamericanistas de piezas de Villa-Lobos, Ponce, Barrios Mangoré, Borges, Lauro, Sojo y Pérez Díaz, así como con las composiciones suyas Preludio criollo, Canción caroreña.  Fue un hábil improvisador de estilo autentico.  Se presenta junto a su paisano Alirio Díaz en Madrid en 1954 ejecutando la primera guitarra con gran maestría este otro discípulo caroreño de Andrés Segovia. El crítico Robert Shelton de El New York Times escribe en 1967: “El solista es un técnico e intérprete de primera categoría. Rodrigo Riera es un maestro de la expresión, un técnico seguro y produce un tibio y atractivo sonido de cuerdas. Reveló muchos momentos de profundidad y poesía.”

La Orquesta Mavare

 La música ha tenido entre nosotros los larenses mayor encumbramiento y reconocimiento social que la pintura, la poesía, el teatro y hasta la misma literatura. Y es que desde la Colonia ya producíamos talento y oído musical. El primer profesor de música de la Universidad de Caracas, Francisco Pérez Camacho, era tocuyano. Rafael Domingo Silva Uzcátegui dice -inclusive -que tuvimos una Edad de Oro musical, como la Viena de los siglos XVIII y XIX, la cual ubica en las dos últimas décadas del siglo XIX. Hasta el presidente del estado, el general Aquilino Juares, tenía una afición musical. En las casas de la alta sociedad barquisimetana, lo mismo que en El Tocuyo, Carora y otras ciudades, había frecuentemente veladas musicales. En algunas de las mansiones, todos eran artistas. Estaba tan generalizado el estudio de la música en la sociedad -añade Silva Uzcátegui-, que siendo presidente del Estado el General Aquilino Juares, fueron a darle una serenata un grupo de quince músicos casi todos ellos doctores en Medicina o en Derecho. El único músico profesional que formó parte del grupo fue el barquisimetano, hoy nuestro célebre violinista Franco Medina. Son los años cuando nacen la orquesta La Pequeña Mavare, la Banda Bolívar, la Banda de Conciertos del Estado Lara, la Banda de Conciertos Antonio Carrillo.

La Orquesta Mavare es la más antigua de Venezuela, pues fue fundada en 31 de diciembre de 1897, ocaso del siglo XIX, tiempos de las revueltas protagonizadas por el célebre    Mocho Hernández. Parece poco menos que increíble que en un periodo de tanta inestabilidad económica y política en Venezuela, se haya gestado tan magnifico y deslumbrante renacimiento musical en esta ciudad mercurial -que no ha reñido con Minerva- que era Barquisimeto finisecular.  “En el Estado Lara -afirma el caroreño Héctor Mujica- el cultivo de la música es casi orgánico si se quiere.” 

La Orquesta Mavare es parte fundamental e indisoluble del ethos larense, ella interpreta como ninguno el “himno sentimental” de esta tierra semiárida, el bambuco Endrina compuesto por Napoleón Lucena en 1935, y es quien recibe de manera apoteósica, devota tradición, en serenata a la gigantesca procesión de la Virgen Divina Pastora todos los 14 de enero de cada año desde 1856. 

De este modo se funden indisolublemente en un día las dos grandes tradiciones larenses: la devoción mariana pastoreña y el espléndido e inigualable movimiento musical larense, teniendo como escenario de fondo la monumental muchedumbre que en tan maravilloso día se escenifica, una puesta en escena, lo grandiosamente larense y venezolano. 

Franco Medina, violinista internacional

 En las primeras décadas del siglo XX, nos dice Juan José Peralta, el músico barquisimetano Francisco de Paula Medina –Franco Medina (Barquisimeto,1874-Italia,1960)–  fue considerado uno de los mejores violinistas de Europa, ocupando el quinto lugar en una larga lista de virtuosos ejecutantes del instrumento. Cursa estudios de tan exigente instrumento en Milán, Italia, por beca concedida por el presidente Cipriano Castro en tiempos del alevoso bloqueo naval de Inglaterra y Alemania a nuestro país. Escribió un Método para la enseñanza del violín, utilizado en varias academias del mundo. Entre 1905 y 1930 funda y dirige una academia musical en Italia. En 1933 funda en Barquisimeto la academia de música instrumental y de canto “Nicolo Paganini”, una orquesta de conciertos y un orfeón. Quien escribe lo considera sin empacho alguno “Yehudi Menuhin venezolano”. 

El compositor y director coral Vinicio Adames.

La tragedia nos quita tempranamente a este genial músico que nace en Barquisimeto, 1927, y que fallece en trágico accidente de aviación en Islas Azores, 1976. Compositor y director de coros y orquestas de sólido y bien ganado prestigio. Dice Walter Guido que fue discípulo aventajado de Franco Medina en su ciudad natal, en Caracas estudia con Inocente Carreño teoría y solfeo. En 1958 reorganiza el Orfeón de la Universidad Central de Venezuela y conduce unos 2.000 conciertos en Venezuela, Europa, Estados Unidos. En 1967 es becado por el gobierno de Estados Unidos para realizar curso de dirección orquestal en la Universidad de Oakland, Michigan. Realiza, como el guitarrista Alirio Díaz, múltiples arreglos musicales de la música popular venezolana.  Fallece con todos sus integrantes en el aeropuerto de Lajes, islas Azores portuguesas, el fatídico 3 de septiembre de 1976. Perdió la cultura musical venezolana y continental un proyecto a desarrollarse aún más y producir sus mejores arpegios armónicos cuando apenas contaba Vinicio Adames 49 años de edad.  

Ocho años después, en 1984, el Orfeón de la Universidad Central de Venezuela ya redivivo tras traumática disolución, por amable petición del Dr. Juan Martínez Herrera, presidente de la Casa de la Cultura de Carora, se aloja en mi casa de habitación en el barrio Manzanare de Carora tan afamado coro. Allí ensayaron por la mañanita los chavales ucevinos y pude ver y oír extasiado el luminoso e imperecedero rastro melódico dejado allí por don Vinicio Adames.   

La prodigiosa voz de Aquiles Machado

Tiene repartida su sangre entre España y Venezuela este notable tenor y director orquestal barquisimetano que es Aquiles Machado, nacido en 1973. Cuando oímos sus muy hermosas interpretaciones no podemos menos que recordar al otro gigantesco tenor venezolano: Alfredo Sadel, del cual ha manifestado ser su seguidor y admirador. Discípulo aventajado de Alfredo Kraus en España. En el año 2007 se convierte en el primer venezolano en cantar en el Teatro de La Scala de Milán. Ha trabajado con Plácido Domingo y con su paisano barquisimetano Gustavo Dudamel. Su diverso repertorio vocal incluye la ópera Carmen de Georges Bizet, La boheme de Giacomo Puccini, Réquiem, Rigoletto, Errnani, La traviata de Guiseppe Verdi, La caballería rusticana de Pietro Mascagni. 

Ha recibido premios de diversas asociaciones líricas y de la prensa especializada entre los que se puede destacar el de la “Asociación Lírica de Parma” por sus interpretaciones verdianas. En 1996 ganó el concurso de canto lírico «Francisco Viñas» en España​ finalista en el concurso Cardiff Singers of the World de 1997 en Reino Unido, y el concurso del tenor español Plácido Domingo «Operalia», en su edición de 1997.

La inspirada batuta de Gustavo Dudamel

Barquisimetano nacido en 1981, es quizás hogaño epítome musical de nuestro prodigioso desarrollo cultural larense venezolano. Es a la música Gustavo Dudamel, lo que el barquisimetano Rafael Cadenas es a la literatura: unos verdaderos prodigios. En febrero de 2023 asistimos en la ciudad de Los Ángeles a una protesta popular por el traslado del director orquestal larense a la ciudad de New York. Esa megalópolis del Oeste de los Estados Unidos, de profundo fondo cultural hispánico, como dijo Octavio Paz, reclamaba para sí la presencia del carismático “maestro estrella” Dudamel entre ellos, la comunidad de habla española. 

Ocupará en la Gran Manzana los puestos que una vez llenaron magníficamente Gustav Mahler, Arturo Toscanini y Leonard Bernstein. The New York Times se refiere a nuestro paisano larense como “raro maestro cuya fama trasciende la música clásica, incluso cuando es buscado por los principales conjuntos del mundo.” En otro lugar destaca el periódico neoyorkino que “Gustavo Dudamel, el carismático director de la Filarmónica de Los Ángeles, cuya fogosa batuta y rizos hinchables lo han convertido en una de las figuras más reconocibles de la música clásica, dejará su cargo en 2026 para convertirse en el director musical de la Filarmónica de Nueva York, anunciaron ambas orquestas el martes.”

Como un Mozart del trópico, comenzó tempranamente a estudiar violín a los cinco años de edad bajo la tutela de su padre, Oscar Dudamel. Es el producto más notable de El Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles fundado por el maestro José Antonio Abreu, y cuyo primer núcleo se montó en Carora, la ciudad en la que escribo estas notas. 

Post scriptum

La música del secano o música secana larense

La música está muy ligada a la geografía, una proximidad que no debe asombrarnos de modo alguno. De otro modo, ¿por qué no nos asombra decir música tropical, siendo ésta una noción eminentemente geográfica? La salsa y el bolero son unas expresiones musicales insulares caribeñas que rebotan y tienen eco en New York y Japón.  Pero hay más. Decimos también música llanera, música de los Andes, que son dos realidades geográficas constitutivas de la nación Venezuela. 

No aspiramos a establecer un determinismo de la geografía como habría agradado al alemán Friedrich Ratzel, pero es evidente que la música del cálido mar Mediterráneo es distinta a la de la Europa nórdica, brumosa y templada. Pero que la salsa caribeña haya triunfado en la lejana New York y que en esa templada urbe nació un género híbrido, mescla del son caribeño y el pop estadounidense llamado boogaloo, nos permite aceptar la tesis opuesta al determinismo germano, esto es, el probabilismo francés de Vidal de la Blanche. 

Darles nombres a los lugares geográficos secos y con extensos déficits de humedad es fácil en razón de que existe una buena y significativa variedad de palabras para nombrar este accidente geográfico que representa el 45 % de las tierras emergidas del planeta. Estío es una de ellas y que casi cae en desuso; otros serán canícula, veranillo, bochorno, sedientos, estériles, áridos desérticos, infértiles, ardor, calima, calina, reverberantes, solariegos, abrazadores, entre otros.

Acá tomamos las enseñanzas del sabio chino estadounidense Yi-Fu Tuan (1934-2022), padre de la geografía humanística, creador del extraordinario concepto de topofilia, quien señala que el lugar (cultural) es dinámico, con fronteras imprecisas, la cultura fluye en el quehacer cotidiano, en el apego al lugar (topofilia), en la solidaridad de la gente, en el contacto con la naturaleza y en la dialéctica del trabajo. Dicen Bonilla Burgos y Gómez Rojas, que día a día se lleva a cabo una lectura literaria, musical, artística en general, con la que se carga un paisaje, territorio o región, por lo que el geógrafo debe estar atento a estos procesos, primordialmente a la connotación cultural, humanística del espacio. En el espacio culturizado, campo de investigación de la geografía cultural, la música como una de las expresiones humanas no escapa al análisis geográfico de carácter cualitativo. En consecuencia, podemos señalar la (necesaria y deseable) existencia de una geografía del arte, que se defina como una interrelación entre el espacio y las creaciones artísticas.

 Más adelante dicen Bonilla burgos y Gómez Rojas que Una música particular asociada a lugares particulares y a personas particulares construye un espacio donde se genera un espacio geográfico sonoro, ya que al componer y/o ejecutar una pieza el compositor o intérprete la transmite (directamente o usando las tecnologías en boga) y el escucha toma posesión de ella, con lo que se realiza una apropiación y una identificación que lleva a completar esa identidad antes señalada. Al particularizar el paisaje natural, la topofilia se desarrolla en lo local más que en lo global, por el apego a localidades pequeñas, al campo y al lugar de origen. El conocimiento geográfico precisa inteligencia y sensibilidad. El sujeto debe saber mirar, observar, sentir e imaginar, para poder hacer inteligible la unidad de lo geográfico. Una unidad cuya aprehensión y comprensión reclama la plena participación creadora de la subjetividad”, nos dice Nicolás Ortega. 

El tamunangue larense  deja ver la vivacidad, alegría, picardía de los habitantes de la región, por el mestizaje cultural que presenta, distinción que nos permite apreciar que nuestra hipótesis no ha estado errada, sino por el contrario: se ha desarrollado una topofilia como la entiende Yi Fu Tuan,  en la gente hacia la región del semiárido larense, identificada en los ejemplos musicales, la música que se escucha, la música que se ejecuta, piezas musicales propias, santo patrono, otros motivos, forma de llevar a cabo una boda, bautizo o funeral, otras celebraciones, instrumentos utilizados, ejecución, autores, intérpretes, público, fechas importantes como el 14 de enero día de la gigantesca procesión de la Divina Pastora, lugares y la música cotidiana, así como la difusión que se hace de la música propia, que además convive con otras expresiones musicales que se han ido agregando debido al dinamismo vivido, manifestando la población posturas encontradas respecto a cambios y dominio de lo reciente por lo histórico y ancestral. La cultura y en particular la música nos puede llevar a la regionalización geográfica, el camino sigue y es sugerente la geografía del arte. 

Francisco Tamayo: en Lara nace lo nacional venezolano

Pero en el Estado Lara venezolano donde se reúnen y confunden casi todos los medios físicos y biológicos del país (y) se está engendrando un tipo humano de características medias, equilibradas.” esta síntesis humana, mestizaje, otro elemento que resalta el positivismo, de todo o de casi todo lo nacionales el tipo humano venezolano por antonomasia, por ser la expresión total de los cuerpos y de las almas de aquellas regiones parciales.

Afirma el Sabio Francisco Tamayo que la ciudad de “Barquisimeto es el crisol donde se polariza el mestizaje.” Estos determinismos le permiten concluir que “En Lara, nace, pues, lo nacional, lo venezolano”. Más adelante y basado en el concepto positivo de tradición se refiere al tamunangue como manifestación folclórica de reminiscencias bárbaras…danza nigralba de cañamelar, el baile de la zafra, el ballet pagano de San Antonio, donde la líbido negra se hace rito, bajo el impulso mágico del tambor; donde el cocuy dinamiza el ritmo y el chimó es acicate mental de los devotos.” 

Pedro Cunill Grau en el semiárido occidental larense venezolano

Fue gracias a nuestro mentor y amigo Dr. Reinaldo Rojas nos encontramos con la figura de hombre bueno y bonachón de Pedro Cunill Grau en la ciudad crepuscular de Barquisimeto, en ocasión de los Congresos Internacionales de Historia. Cuando le hablé de mi procedencia caroreña atisbé en sus ojos un deseo como de niño de visitar el vasto erial caroreño y sus increíbles viñedos emergidos como de magia en la reseca y calcinante Otra Banda, un feliz esfuerzo franco-venezolano; las dehesas de Quebrada Arriba donde el genio humano cruza las razas bovinas del siglo XVI (bos Taurus) con las razas Pardo Suizas europeas para dar origen a la Raza Carora con gran adaptación al trópico.

Como hemos dicho antes, es este hombre austral, trabajador y metódico, quien nos anima a construir una categoría de análisis que tentativamente hemos llamado El genio de los pueblos del semiárido larense venezolano. El semiárido larense venezolano representa una proporción minúscula del territorio de Venezuela, pero ha tenido un enorme significado histórico, social y cultural para el país desde tiempos muy remotos. Digamos que desde esa partícula del nuestra geografía nacional, un 4,5 % del territorio venezolano, se han creado particulares formas de vida para enfrentar la escasez de los recursos naturales desde tiempos precolombinos hasta la actualidad, se generó desde el siglo XVI una política expansiva de conquista y coloniaje para el occidente de Venezuela que llegó incluso a Bogotá, fue el asiento de tres ciudades de enorme irradiación de la cultura de habla castellana y de un catolicismo más de naturaleza canaria que peninsular: el triángulo colonial barroco constituido por la Ciudad Madre de El Tocuyo, Barquisimeto y Carora, en donde se conformó un tipo humano de sensibilidades y expresiones particulares. Esta realidad geo-histórica se proyecta al presente, dándole a esta parte del país unas características idiosincráticas que la definen. Empleando una expresión de Mariano Picón Salas, es una zona o área cultural de acento específico y tono particular. Es que, como dice Reinaldo Rojas de manera muy estimulante: la historia social del semiárido está por realizarse.  

Rafael Monasterios, pintor del semiárido larense venezolano

Esta idiosincrática realidad geográfica ha tenido entre nosotros los habitantes del semiárido larense una magnifica expresión óptica en el gran pintor paisajista Rafael Monasterios (Barquisimeto,1884-1961), una apreciación estética de la naturaleza y paisajes del secano, el simbolismo visual del paisaje falto de humedad y apacible sociabilidad rural. 

Dejemos que sea Alfredo Boulton quien se refiera al pintor barquisimetano: “Monasterios fue hombre de una alta finura visual, con lo que daba a sus obras, con mucha frecuencia, mayor belleza y atracción de la que tenía la propia belleza del paisaje…su temática preferida: vistas de nuestras pobres calles de pueblos, de casas, serranías, destartalados patios, pequeñas capillas y anchos campos llenos de luz, lugares todos éstos donde él halló la mejor razón de su vivir, y que dijo con un encantador vocabulario como ningún otro pintor en nuestro país logró hacerlo con tanto talento. Temas éstos todos de puro sabor criollo, nacional, de casuchines rurales, de áridos cardonales, de veredas enmontanadas, de humildes casas de labriegos, de simples y bellísimas tonalidades que respondían al buen gusto intuitivo de nuestro pueblo. Rosas pálidos, carmines, cerúleos, verdes vivos, ocres incandescentes, y el eterno blanco de nuestra pura cal. Imagen pura, exacta y real a la cual este gran artista supo dar toda la gran grandeza de una obra de arte”.  

“Sus lienzos, continua Boulton, son precisamente la presencia de esa tierra pequeña, simple y acogedora, la cual él supo ver con ojos llenos de belleza, de sencillez y de arte, como ningún otro llegó mirarla y como ningún otro hoy la mira. Sin vulgaridad alguna.” Un magnifico cantor de la tierra.

Luis Eduardo Cortés Riera

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