La lepra es una enfermedad que persiste hoy en día, no ha sido totalmente extinguida, a pesar de existir vacuna y tratamiento para este mal. Sin contar los enfermos pre-existentes, sólo en 2016 se registraron en el mundo 27.357 casos nuevos, según la OMS.
Esto nos sorprende, por supuesto. Sin embargo, mientras la lepra del cuerpo es tan repugnante y tan temida, la del alma ni se ve. Casi nadie la nota… a veces, ni el mismo enfermo se da cuenta.
¿Y cuál es la lepra del alma? Pues bien, siempre se ha considerado la lepra como un simbolismo del horror que es andar en pecado.
Según la Ley de Moisés, la lepra era una impureza contagiosa, por lo que el leproso era aislado del resto de la gente. La Ley daba una serie de normas para el comportamiento del leproso, de manera de evitar contagiar a los demás. (Lv. 13, 1-2.44-46)
Se creía también que la lepra era causada por el pecado. Por todo esto, la gente huía de los leprosos. Menos Jesús. De hecho, realizó unas cuantas curaciones de leprosos.
Una de éstas fue la de un leproso que se le acerca y, de rodillas, le suplica: “Si tú quieres, puedes curarme”. “Querer es poder”, pensó este hombre. Pero con su postura y sus palabras mostraba, primero humildad y luego, total confianza en lo que el Señor decidiera. Por esta actitud, Jesús, que sí puede, también quiere. Y, “extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí, quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio. (Mc. 1, 40-45).
Nos dice el Evangelista que Jesús “se compadeció”, “tuvo lástima” del leproso. ¡Y cierto! El Señor tiene lástima de la lepra que carcome el cuerpo. Por eso la cura. Pero mucha más lástima y más compasión tiene Jesús de la lepra que carcome el alma. Por eso hace algo más impresionante aún. Para curarnos a todos de la lepra del alma, nos dejó un tratamiento que no falla: el Sacramento de la Confesión.
Entonces… ¿qué hacer con la lepra del alma que nos carcome? Pues lo que hizo el leproso: se acercó a Jesús con convicción, sin duda, sin temor y con una fe segura. Pero muy importante: se acercó también con humildad, “suplicándole de rodillas”. Esa debe ser nuestra actitud: reconocer nuestra lepra y buscar ayuda que el Señor nos dejó, con convicción y sin temor, pidiéndole que nos sane.
Sabemos que no podemos curarnos por nosotros mismos. Pero el Señor no tendrá asco de nuestra lepra, si nos presentamos ante El humildemente. No importa cuán grave sea nuestra situación de pecado. Pudiera ser que por muchos años vengamos arrastrando una enfermedad del alma, una lepra que parece incurable. Pero, si Dios quiere, puede hacer cualquier milagro. Y lo hace con cada arrepentimiento y en cada Confesión.
Entonces… ¡qué mejor oportunidad para obtener la sanación de nuestra lepra espiritual que la Confesión! Por más fea o más larga que sea la lepra de nuestra alma, es indispensable, primeramente, arrepentirnos de nuestros pecados. Luego, confesarlos ante el Sacerdote para recibir la Absolución. Y, con sólo esto, ya estamos sanos.
Así de fácil los requisitos. Así de grande la recompensa: quedamos sanos totalmente, como el leproso. Vale la pena, ¿no?
Sacramento de la Confesión:
www.buenanueva.net/Teologia2/2_2_4peniten-reconcil296.htm
Sagrada Eucaristía:
www.buenanueva.net/Teologia2/2_2_3eucaristia271.htm
Isabel Vidal de Tenreiro