El desenvolvimiento de estas fiestas está condicionadas a la naturaleza de la sociedad donde se realizan bien sea teocracia, monarquía, dictadura o democracia u otras. Ello condiciona que se realicen con entera libertad o restricciones.
El carnaval se enmarca en las ocho horas de entretenimiento en la vida del hombre tal como lo define Carlos Marx. Tiempo libre esta vez para dar rienda suelta a las energías contenidas a lo largo del año.
Energías reprimidas que subyacen en el subconsciente a la espera del momento oportuno para desencadenarlas por medio de pitos, serpentinas, disfraces, llamativo maquillaje en la cara, comparsas, bailes y desfiles de carrozas.
La música y el consumo de bebidas alcohólicas funcionan como un mecanismo estimulante de esa energía, entre éstas la sexual.
La mayoría de festividades de los pueblos tienen su significación específica, bien sea religioso, astrológico, agrario o simplemente diversión que en algunos casos asume la forma de ritual para gradecer algún favor recibido por las fuerzas superiores que rigen el universo que conocemos como dios.
El carnaval es estrictamente una fiesta para el ensanche o dilatación por unas horas de las energías del hombre, algunas veces en pena a la espera de redención por la opresión de la maquinaria socio política imperante.
En los tiempos del feudalismo, con la nobleza a la cabeza del establecimiento político social, el desenfreno de ésta era patente. Durante el imperio romano las fiestas eran verdaderos bacanales sexuales por parte de la clase dominante con licencia para el desenfreno carnal.
En cambio, los bajos estratos sociales estaban sometidos a estricta vigilancia gubernamental para limitarse a ciertas actividades en la calle, entre éstas el baile colectivo.
Así tenemos que en la Venezuela colonial se corresponden con los festejos y cofradías de los negros y esclavos. Las cofradías facilitaban la regularización de los eventos callejeros por las autoridades.
Las mismas estaban estrictamente controladas por el régimen de turno. Las autoridades ejercían severa vigilancia sobre las mismas ante el temor de desórdenes o rebeliones de sus participantes en su mayoría negros esclavos e indígenas.
Por lo que se requería un permiso expedido por el Cabildo o Comisarios del Santo Oficio que advertían a los participantes de las restricciones a que debían someterse.
Estos tomaban la calle disfrazados de diablos y máscaras para jugar carnaval con perfumes, harina y agua al son de la música. La misma generalmente la ponían los negros al son de sus bailes y tambores que agitaban a los participantes.
Estos aprovechaban para burlarse de quienes tenían el poder con la elección de un rey en expresión de sus ansias de libertad. Un hecho mal visto por el estatus quo que paulatinamente responde con sus controles.
En consecuencia, los mecanismos de dominio de dichas fiestas conllevaron a su paulatina desaparición como ocurrió en la Carora colonial, donde languidecieron por las prohibiciones oficiales.
Con todo, las mismas contenían un profundo mensaje de solidaridad con los compañeros de infortunio ante el calvario por el cual atravesaban. Todo a consecuencia de la opresión y explotación de una inhumana maquinaria socio política.
El juego de carnaval con aguay sustancias nocivas era practicado en Venezuela por gente de los estratos populares a manera de desahogo de las fuerzas contenidas por el establecimiento.
En el antiguo sector de El Manteco de Barquisimeto el desorden era descomunal por parte de los caleteros siempre bajo los efectos de bebidas alcohólicas. Una situación que a veces ameritaba la intervención policial para reponer el orden.
Pero ahora esos hechos forman parte de la los recuerdos de la tradición y la historia menuda de la Venezuela antes de incorporarse a la sociedad de masas moderna. Es que tal vez hoy somos más recatados.
Freddy Torrealba Z.
Twitter: @freddytorreal11