Shirley Jane Temple fue una niña prodigio oriunda de California, Estados Unidos de América, que el cine de principios de los año 1930, exprimió el jugo de sus encantos, de su belleza y precoz talento. Murió a los 85 años, la ancianidad es enemiga de la vida. Fue un 11 de febrero que aquella niña linda dejó de ser noticia para el comercio artístico. Shirley Temple fue de una belleza incomparable. De esas bellezas cuyo candor contagioso desearía que la muerte no le tocara. Pero, siempre hay un pero, que por nada del mundo omite la muerte.
Entonces el cine le exprimía su belleza, su gestualidad, su sonrisa, su armoniosa configuración a toda prueba. Había en ella una ingenuidad natural que todo lo que hacía lo adornaba con ella. Su dulce voz, entonces, se paseaba llena de juvenil alegría, por las pantallas del universo, en donde la audio-videncia se complacía gratamente. Era una niña cuya dulzura fue toda para los incontables cinéfilos. Las pantallas de los cines, cuando actuaba Shirley Temple, abarrotaban la asistencia. Siempre mantuvo sus atractivos con los encantos de su modo de actuar. Fue una niña graciosa con mucha espontaneidad en sus actuaciones que la hicieron la preferida de las pantallas, tanto de los chicos como de los adultos. Graciosa y juvenil no hubo otra niña comparable a ella. Se fue con sus arreos como la primerísima. Una lápida, entonces, colocaron sobre su tumba, como un árido recuerdo de quien nunca más volverá a ser niña y artista: “Aquí yace Shirley Temple.”
Como siempre, en toda ocasión similar, era el adiós de su voz que ya ahora no podrá articular. Se ofrecieron oraciones como limosnas para quien, como ella, silenciosamente, ha perdido su participación. Se dijeron palabras, las últimas, a un cuerpo que su condición auditiva también había expirado como todo lo que en vida fue suyo. Se ofreció el descanso en las palabras postreras de una de esas voces que la acompañaron cuando la conducían a su última morada. Shirley Temple se fue con su agradable sonrisa, que el cine supo utilizar como señuelo de atracción. Un sentido a Dios para la niña del cine, te dieron aquellos que tu imagen cinematográfica supieron valorar. Tu rostro alegre fue todo cuanto nos quedó como imagen de tú recuerdo.
Carlos Mujica
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