Escribo este artículo el viernes 26 de enero, a la salida de un maravilloso concierto del Festival Nacional de Violín en homenaje al Maestro José Francisco Del Castillo, en la sede de El Sistema en Quebrada Honda. La Orquesta Barroca Simón Bolívar dirigida por el Maestro Boris Paredes, en un repertorio “todo Vivaldi” -y en una clara demostración de que la música es un viaje que se nutre de la pasión, la dedicación y el compromiso- llegó al corazón de este mundo de melodías, donde se erige la figura del Maestro José Francisco Del Castillo, un virtuoso del violín cuyo legado ha iluminado el camino de incontables músicos a lo largo de varias generaciones.
Conversando con el Maestro Pablo Castellanos, coincidimos en que el homenaje que hoy se le rinde a este insigne maestro es más que un acto de merecido reconocimiento: es un tributo a la incansable labor de un educador cuya influencia llega mucho más allá de las notas y los compases. La vida de Del Castillo ha sido un testimonio vivo de entrega, humildad y maestría, virtudes que ha inculcado en cada uno de sus alumnos. Su destreza en el violín es indiscutible, pero es su capacidad para transmitir su amor por la música y su compromiso con la excelencia -lo mismo que hizo el Maestro José Antonio Abreu– lo que lo ha convertido en un faro para aquellos que han tenido el privilegio de ser sus discípulos. Hoy podemos afirmar con certeza que entre los mejores músicos del mundo se encuentran muchos de sus alumnos, comenzando por Gustavo Dudamel, Christian Vásquez, Diego Matheuz, Domingo García Hindoyan, Ulyses Ascanio, Ramón Román, Angélica Olivo, Chúo Alfonzo, Alejandro Carreño, Alexis Cárdenas y otros tantos nombran que brillan en los escenarios nacionales y en los más importantes teatros del mundo.
A través de su paciencia infinita, su guía constante y su inquebrantable exigencia, ha moldeado no solo intérpretes excepcionales, sino también seres humanos comprometidos con el arte, la belleza y con sensibilidad social. La huella del Maestro Del Castillo no se limita a las salas de concierto o a las aulas de estudio. Su legado se entreteje en la trama de la vida de cada uno de sus alumnos y sus familias, recordándoles que la música es un lenguaje que trasciende las barreras del tiempo y del espacio.
Su influencia está y perdurará en cada arco que se deslice sobre las cuerdas, en cada acorde que cobre vida bajo los dedos de quienes han sido bendecidos por su enseñanza. En este emotivo homenaje, sus alumnos no solo celebran al maestro consumado que dejó su carrera como solista para dedicarse exclusivamente a la docencia. También expresan su gratitud por haber sido guiados con pasión y encendido llamas en corazones ávidos de belleza y perfección.
Cada interpretación, cada sonrisa de satisfacción, cada logro conseguido, son los frutos de la semilla plantada por el Maestro Del Castillo, cuyo amor por la música ha sido el motor que ha impulsado a sus discípulos a alcanzar nuevas alturas. La famosa frase de Derek Bok, expresidente de la Universidad de Harvard «la influencia de un buen maestro perdura por la eternidad», resalta la importancia que tienen los educadores en la vida de sus estudiantes y describe a la perfección la obra de José Francisco Del Castillo. A lo largo de la historia, innumerables individuos han atribuido sus éxitos y logros a la guía y la inspiración proporcionadas por un maestro excepcional. Y es que la influencia de un buen maestro va más allá de la simple transmisión de técnicas, métodos, hechos o fórmulas. Un maestro ejemplar es un mentor, un modelo a seguir y, en muchos casos, un defensor que despierta la pasión por el aprendizaje y el crecimiento personal. Su influencia también se extiende a las esferas emocionales y sociales. Los maestros que demuestran compasión, empatía y comprensión pueden marcar una diferencia significativa en la vida de un estudiante, proporcionando un entorno seguro y de apoyo en el que puedan florecer.
Aun después de que los estudiantes hayan dejado las aulas, el legado de un buen maestro como José Francisco Del Castillo continúa resonando en sus vidas. Los valores inculcados perduran, influyendo en sus decisiones y acciones. En resumen, la frase de Derek Bok encierra la esencia perdurable del impacto de un buen maestro. Su influencia moldea el presente y el futuro de aquellos a quienes toca. En un mundo en constante cambio, la presencia de maestros dedicados y apasionados es fundamental, porque contribuye a la formación de sociedades más informadas, compasivas y preparadas para enfrentar los desafíos venideros.
Así, en esta semana de celebración se exalta el inmenso legado de humanidad, pasión y dedicación de José Francisco Del Castillo. Sus alumnos, convertidos en embajadores de su enseñanza y calidad humana, llevan consigo la antorcha encendida por su maestro, perpetuando así el espíritu de excelencia y devoción que ha marcado la vida de aquel que, con su violín en mano y su sabiduría en el corazón, ha iluminado el camino de tantos amantes de la música. Me uno con admiración, júbilo y mucho cariño a esta celebración. ¡Gracias por tanto, querido Maestro!
Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb