#OPINIÓN Nos observan, aunque no queramos #24Ene

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“…Un ojo que todo lo vea y escrute, es la ensoñación de cualquier régimen totalitario.”

Jorge Puigbó

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Inicio este artículo de una forma poco acostumbrada, con una narración como introducción, la cual no puedo asegurar sea del todo cierta, o real, o sencillamente producto de una imaginación afectada, sobrecalentada por tanta información espeluznante que leemos, pero bien pudo haber pasado de esta forma: “Sentí que nos observaban, toda paranoia es válida dadas las circunstancias en las cuales vivimos. Presentí que unos ojos extraños, que no eran de humanos, ni tampoco de algún animal encubierto por la oscuridad de la noche, estaban fijos en nosotros. Me quedé callado y agucé el oído, solo percibí, desde el cielo oscuro, un suave aleteo, parecían los de un singular colibrí nocturno, o los de un extraño murciélago suspendido en el aire esperando algo. Nuestra terraza apenas estaba iluminada por las dos velas rojas, las de siempre, cuyas luces se reflejaban en las copas de cristal rellenas de vino tinto, tenue, apenas su luz iluminaba las aguas del canal. No era la primera vez que sentíamos esa impresión, lo comentamos brevemente, pero el entusiasmo, la noche y la bebida, precisamente no estaban diseñados para facilitar la observación y nos olvidamos totalmente del asunto sumergidos en una atmósfera idílica y etílica. Tres días después, en un anochecer único, como lo son todos, no hay uno igual al otro, la luz sobre las islas se apagaba en tonos rosados y violetas, mientras ráfagas de la brisa fresca de enero levantaban la arena y la esparcían. Allí estábamos, tomados de la mano y restregando la playa con nuestros pies descalzos. Pocos placeres se comparan a esta sensación irresistible que ejerce el mar sobre nosotros los humanos, la rompiente de sus olas adormece al espíritu y la cadencia ancestral nos embarga de paz. Cuando el agua se retira se produce un silencio absoluto hasta que de nuevo lentamente se enrolla y golpea de nuevo. Fue en uno de esos intervalos cuando de nuevo lo oí. Al principio, desorientado, no sabía de qué se trataba, apenas lo percibía, y volteé extrañado hacia ella buscando confirmación de lo que me parecía escuchar, sus ojos me contestaron dejándome ver su asombro. En ese momento lo vimos, parecía un abejorro mecánico zumbando contra en cielo. Su vuelo era zigzagueante y preciso. Lo peor es que, no veíamos a nadie a nuestro alrededor controlándolo, lo cual aumentó indudablemente nuestra curiosidad y desasosiego. Como si se hubiera dado cuenta de que lo habíamos visto, el objeto se precipitó hacía nosotros y se detuvo a unos dos metros de nuestras cabezas, me imaginé sus pequeños ojos, avanzadas cámaras multiespectrales que grababan todo a su alrededor mientras sus aspas giraban a gran velocidad buscando su objetivo. Me sentí repentinamente como un protagonista de aquellas novelas de ciencia ficción de Arthur Clarke, o de Isaac Asimov, amenazada su intimidad y seguridad, por una tecnología novedosa. Rápidamente, desconcertados, caminamos para alejarnos del bendito aparato, fue inútil, se situó a una altura de unos tres metros por encima, mientras se desplazaba en círculos a nuestro alrededor. Parecía burlarse de nuestra imposibilidad de escapar de su ojo óptico y seguía, suponemos que era su función, grabando nuestro accionar. Decidí, a mi vez, tomarle fotografías en represalia, lo cual aparentemente no le gusto y en segundos se perdió en dirección este”.  

Un ojo que todo lo vea y escrute, es la ensoñación de cualquier régimen totalitario. Cuando un relato de ciencia ficción, o de anticipación, llega a confundirse con la realidad, por haberse cumplido sus elucubraciones, para bien o para mal, se dice que el futuro nos dio alcance y esto fue lo que ocurrió desde tiempo atrás con el libro “1984”, publicado en 1948, un año antes de su muerte por su autor, conocido como George Orwell, seudónimo del escritor y periodista inglés Eric Arthur Blair. Las predicciones realizadas en el marco del mundo imaginario de Oceanía creado por este escritor, nos hablan de los métodos utilizados por uno de los cuerpos del estado, la Policía del Pensamiento, para el llamado control social y manipulación coercitiva del individuo, no solo sobre sus acciones, sino también sobre sus pensamientos. Hoy día, guardando las distancias, técnicas superiores nos las conseguimos aplicadas en todos los modelos de sociedad, indudablemente con características y grados diferentes en su aplicación y sobre todo, mucho más sutiles, refinadas y recubiertas de un halo de honestidad creíble, solo nos tenemos que pasear por los millones de cámaras para el reconocimiento facial dispuestas en casi todas las ciudades medianamente desarrolladas, su uso represivo en lo político, lo observamos en China y otras sociedades sin libertades políticas y no hablemos del destino de los datos y preferencias personales de cualquier tipo, recogidos de la WEB, que configuran una intromisión en la privacidad, así ésta sea autorizada por el usuario, en razón de la coacción y obligatoriedad impuesta por los administradores de estos servicios en una sociedad eminentemente digitalizada, quedando estos a disposición de las grandes empresas como Google, de gobiernos de todo tipo o de la “ciberdelincuencia”, asimismo, por otro lado, el 70% de la población se informa a través de redes sociales con alta probabilidad de leer noticias falsas o manipuladas. La obra de Orwell anticipa todas estas situaciones, inclusive un “hablaescribe” especie de traductor, como Siri o el Google Assistant, que actualmente usamos; y no hablemos de la intervención de conversaciones, escuchas y cualquier método de violar la intimidad y la libertad de pensamiento, la tecnología existente supera cualquier especulación que pudo haberse en el pasado. 

Una distopía se define fácilmente por contraposición con el vocablo utopía, y así como en este último, al usarlo en el caso de las sociedades humanas, nos referimos a una sociedad perfecta, el primer término es todo lo contrario, se trataría de una en la cual la libertad y los derechos no existen, la represión y la violencia son cotidianas y el pensamiento libre no existe. Winston Smith, el personaje principal de la novela es miembro del Partido Exterior y trabaja para el Ministerio de la Verdad, la institución donde se fabrica el pensamiento único y la “verdad verdadera”. El “Big Brother” o Gran Hermano es un ente, representado por una cara que aparece publicada en todas partes: es el máximo represor. Solo pensemos por un momento en la Inteligencia Artificial Generativa aplicada a estos menesteres. 

Todo lo que un escritor narra, así lo invente o lo imagine, se basa y parte de una realidad observada por él o de algún conocimiento obtenido de la experiencia y es así que, Orwell fue testigo privilegiado de situaciones extremas de represión y abuso del ser humano, bastaría con mencionar sus cinco años en Birmania sirviendo a su país, viendo las atrocidades que se cometían, lo cual lo llevó a afirmar que: «Cuando el hombre blanco se convierte en tirano, destruye su propia libertad», otra fue su fuerte experiencia, incluyendo una herida en el frente de batalla, en la Guerra Civil Española, en la cual percibió claramente la intromisión de la Unión Soviética a favor de la causa republicana y el enfrentamiento de las ideologías. A esto se suma la Segunda Guerra Mundial, lo que él consideró la actitud complaciente de Europa con el Nazismo y la traición de Lenin a la causa de los trabajadores. De ese proceso surgieron frases que encierran su total rechazo al comunismo ortodoxo, que, según sus propias palabras, “no es sino otra forma de dictadura equiparable al nazismo, dos caras de una misma moneda que no hacen sino despojar a las clases trabajadoras”. 

Las sociedades totalitarias se instalan por el apoyo de la ciudadanía y se mantienen por el poder de las armas y por tanto la represión.

Jorge Puigbó

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