La corrupción y violencia impuestas en México, por el lapso de 70 años, durante la dictadura institucional del Partido Revolucionario Institucional, son el foco de esta excelente película estrenada en 1999 y la cual estremeció todos los estratos sociales del país azteca.
Un modelo sociopolítico tiránico que llevó a Mario Vargas Llosa a calificarlo de la “dictadura perfecta”, conocida como institucional por su hábil uso de los legalismos para permanecer en el poder.
Dirigida por Luis Estradas es de esas pocas creaciones cinematográficas a la que se le puede catalogar de obra de arte por sus evidentes valores técnicos y estéticos. Un film que reúne las condiciones de bueno por la calidad técnica, mensaje y entretenida que aseguran su éxito.
La película, considerada una de las mejores en los últimos 50 años del cine mexicano, está concebida en el género de la comedia satírica-política, constituye una contundente denuncia de los regímenes autoritarios y dictatoriales con su variedad de formas. Su estreno ocasionó un escándalo siendo censurada y prohibida por el régimen del PRI en su momento.
La obra discurre en San Pedro de los Saguaros en el año 1949 cuando gobernaba Manuel Alemán del PRI. En aquel rural pueblo de analfabetas han sido asesinados cuatro alcaldes por corruptos. Allí impera la ley de la selva a lo mero macho.
El robo de las rentas municipales es magistralmente fotografiado al inicio mediante un bien logrado juego de cámaras, En el mismo irónicamente la constitución es una maleta disimulada con doble fondo para ocultar billetes, hecho registrado con precisión por la cámara.
La constante del discurso hasta el final es el de la corrupción y la violencia de los políticos del PRI en el poder y otros estratos sociales entre estos el cura, el boticario, el médico, y la dueña del prostíbulo del pueblo. Por lo que en San Pedro o de los Saguaros no hay santo por quien rogar visto que nadie está libre del vicio de la corrupción en un círculo cerrado sin fin. La salvedad la hace el secretario de la alcaldía que se revela y lo paga con su detención.
El principal mal ejemplo lo constituye el cura que cobra en pesos a los feligreses por pecados cometidos para ganar el perdón. Éste le advierte al bien intencionado nuevo alcalde Juan Vargas cuando le aconseja que negocie o se transe con la dueña del burdel al precio del soborno, pues de lo contrario se expone al peligro junto con su familia. Solo que en ese pueblo transar, dialogar o negociar significa corrupción cuando debería ser un entendimiento correcto entre seres pensantes y racionales.
Lo cierto es que Vargas, un cuidador de un basurero y fiel militante del PRI, llega al pueblo cargado de las mejores intenciones de acometer su modernización y justicia social, que demagógicamente le señala el secretario de gobierno al nombrarlo en el cargo.
Es cuando irónicamente el gobernador expresa su satisfacción-agradecimiento por haber encontrado a “otro pendejo” para el cargo de presidente municipal, que Vargas ingenuamente se toma muy en serio. Pero, en la medida que afronta la dura y adversa realidad cambiará de parecer ante el hecho de no contar con dinero el municipio pues su antecesor lo robó todo.
Entonces, decide entrevistarse con el secretario de gobierno quien le plantea como solución recurrir a la corrupción con la aplicación impuestos, multas y reglamentos para para recabar recursos. Ello lo convierte en un pequeño tirano incurso en diversos abusos, entre estos el asesinato. De esa forma, el alcalde Vargas reforma la constitución municipal cuantas veces le da la gana al estilo del mejor Juan Charrasqueado para alcanzar sus malévolos fines.
En la Ley de Herodes concurre un conjunto de valores estéticos del séptimo arte que le han valido 23 premios en diversos renglones. La escenografía es un acierto al igual que la dirección fotográfica que destaca la variedad del paisaje del campo mexicano. Las actuaciones de Damián Alcázar, alcalde y Pedro Almendáriz, gobernador, son muy convincentes por la empatía que transmiten ambos.
El guión está levantado con un lenguaje vernáculo, muy cercano a la vida cotidiana de mercado por medio de expresiones como: mordida en alusión al soborno, chingada que significa aceptar un hecho irregular y la frase conformista de que “esto no tiene solución”.
Los semblantes, con su psicología gestual, son muy registrados por la cámara, entre otros la mirada pícara del alcalde cuando se trata de dinero. La música es en parte la del mambo de Pérez Prado de moda en esos tiempos.
Una variedad de códigos están presentes en el relato, entre estos los marranos, la aridez y tunas del ambiente, el orinar sobre las tumba de la propietaria del prostíbulo, la cruz en la que creíamos moriría el alcalde y luego su sorpresivo discurso en el congreso en que admite que sus manos están manchadas de sangre, pero que funciona como un trofeo muy propio de los políticos sin ética ni escrúpulos y el pueblo condenado al atraso con visos de metafísica inamovible.
Su eje filosófico, a manera de mensaje, del refrán mexicano de la ley de Herodes retrata con creces a las dictaduras de izquierda o derecha: “¡Te tocó la ley de Herodes: o te chingas o te jodes!” Es la práctica constante de los enemigos de la democracia y libertad.
La cinta de Luis Estradas es una prueba del poder del cine que en el año 2000 llevó a los mexicanos a sacudirse y salir de la dictadura constitucional del PRI.