El Arcángel a quien Dios Todo Poderoso le había dado toda la autoridad y el poder para que distribuyera las órbitas asignadas a los planetas, las estrellas, los satélites, que arrumados en el conocido “Espacio de la inmovilidad,” esperaban que el Arcángel asignara las órbitas e impartiera la información a todos los cuerpos allí arrumados en el “espacio de la inmovilidad.”
Llegó el momento en que el Arcángel impartió la orden de orbitar y todos y cada uno de las estrellas, los planetas y los satélites se fueron colocando cada cual en su órbita; dando comienzo de esta manera la movilización orbital. En “el espacio de la inmovilidad,” como siempre han sido pocos, se quedaron los cometas que conformaban un conjunto minoritario. De modo que en el referido espacio, que no era tan extenso, a pesar de no ser tantos, lo llenaron; los cometas habían recibido el espacio, donde debían orbitar espaciadas distancias.
El Arcángel comprendió que se había consagrado un error. Pensó volver atrás, pero decidió continuar dejando las cosas tal como estaban. Hasta en los asuntos celestiales se cometían errores, pero como siempre sucede, en lugar de enmendar, se dejó la cosa así, no se corrigió, de modo que el proceder celestial como el proceder humano no tiene nada que envidiarse.
La tradición a la cual se le atribuyen los defectos, la ineficiencia, los errores debe cargar con el mal comportamiento, y si no se corrigen los errores, las cosas no salen bien. La infalibilidad es un decir; Lo común es que las cosas se dejen como están antes que tercamente nos propongamos corregirlas.
Para hacer las cosas bien, hay que tener un criterio de perfección y la voluntad manifiesta de aferrarse a la corrección como lo manda el criterio de perfección aunque no lo seamos. Pensar es una cualidad humana. Tratemos siempre que la nuestra sea sana. De cualquier modo cada quien es como es, y podemos en todo momento hacer las cosas bien. ¿No les parece? ¡Gracias por leerme! ¡hasta luego!
Carlos Mujica
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