Hay días en este invierno en el que los vientos superan los 80 kilómetros por hora, obligando a los pájaros a buscar refugio en la copa de los crotos del camino y en la frondosa copa de los árboles que se niegan a quedarse sin sus hojas.
Todo a ratos queda sumergido en un silencio esperando que se calme todo allá fuera.
Los pájaros amontonados dentro del follaje esperan con ansias que salga el sol a calentarlos, pareciera que también el paisaje lo esperara.
El sol no puede mostrarse, lo que llega entre la brisa como lluvia de papelillos blancos es la nieve blanqueando todo a su paso.
Caminando por la hermosura de estos parajes holandeses, me pongo a pensar que entre las sombras de la vida ante la realidad que nos circuye es necesario hacer un alto y reflexionar ante esa característica humana que tenemos de andar a prisa, de respirar agitados y vivir ofuscados, elementos que no nos permiten mirar más allá, teniendo tanta belleza, tranquilidad y alegria, disfrute a que nos invitan esos caminos cargados de bellezas, de vida, de paz y de salud.
Hace frío en Enero, es ruda la estación. Caminar por la orilla del canal es sentir el cimbrear del viento que entre los desnudos árboles incita a recordar momentos vividos en la tierra en que nacimos, de la juventud que atrás quedó, de los cuidados de mamá, de las brisas cariñosas que quedaron estampadas en el recuerdo, como huellas que el tiempo aleve no ha logrado borrar, porque los recuerdos quedan escritos en la memoria para toda la vida.
Sin poder evitarlo ante estos parajes de vida y de ensueño, de pureza y de belleza pienso en cuánto amor debemos a Dios por darnos tantos regalos cada día. Nunca nos detenemos a pensar ni agradecer a su gran bondad y amor hacia nosotros.
Mientra voy por aquí y por allá respirando vida nueva, ideas nuevas y nuevas acciones, no solo pienso en la vida; da la casualidad que entrando a ver un cementerio que se me cruzó en el camino, he visto que aquí hasta los cementerios son pulcros, cuidados, respetados y bellos. Es justo aquí donde pienso en cómo la cultura de los pueblos ha confinado la muerte señalándole determinados espacios: un hospital, una funeraria, un crematorio, un obituario.
Allí queremos encerrarla, desterrarla de nuestro camino. Esperamos siempre ganar y ganarle hasta la misma muerte.
Silenciosamente allí siempre estará ella produciendo el dolor e invitación que tanto tememos y quién puede saberlo si también la enfermedad la causa ella, enfermedad a la que nosotros alimentamos con nuestras actitudes y comportamientos.
Yo sigo caminando aquí donde no hay temor a que nos asalten o nos mate cualquier delincuente.
En medio de esta naturaleza hermosa y silenciosa, cuando nada se interpone en estos momentos de dicha y esplendor, mis pensamientos no han variado el tema acerca de la muerte.
Aunque la queramos lejos puede estar tan cerca de nosotros como el ángel de la Guarda. Esto me trae a la mente lo efímero de la existencia y lo poco que apreciamos estar.
Cuando nos toca ver morir y enterrar a nuestro ser querido, aprendemos a tener más conciencia de la muerte. En las culturas antiguas las personas practicaban el arte de morir. ¿Dónde quedó toda esa realidad?
“La muerte hace que la persistencia se convierta en un deber”
(Owe Wikstrom)
Los momentos de felicidad, son cortos, la muerte es para siempre. La vida dice mi hermana Rosa es Hoy…
Termino este artículo con una de las mejores y más humanas expresiones de Neruda:
“De la vida no quiero mucho, quiero apenas saber que intenté todo lo que quise, tuve todo lo que pude, amé lo que valía la pena y perdí apenas lo que no fue mío”
Amanda Niño P.