Juan José Ostériz Ortigosa: Maestro y guía, un ciudadano ejemplar #20Ene

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Por: Érika Ostériz Canelón

Juan José Ostériz Ortigosa (22/01/1936 - 20/12/2023), docente de larga trayectoria de la UCLA, científico social y pensador, nos ha dejado. Su legado es el de una ciudadanía ejemplar y de amor profundo a Venezuela. En su homenaje, el diario EL IMPULSO, la casa periodística que siempre se hizo eco de sus pensamientos y reflejó las huellas de sus luchas como docente y gremialista, recoge dos textos evocadores: su biografía y homenaje póstumo, ambos autoría amorosa de su hija Érika Ostériz Canelón. Lo admiró y quiso con devoción de hija y supo preservar su memoria para que las generaciones de hoy de mañana tengan referentes durante la reconstrucción nacional. Paz a su alma

De España a Venezuela

Nació en Estella (una pequeña población en Navarra – España el 22/01/1936  (el año que inició la Guerra Civil Española) 

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A los pocos meses de vida su familia se mudó a Vitoria (El País Vasco) y ahí vivió parte de su niñez y luego lo enviaron a Barcelona a un colegio religioso internado. 

Llegó en barco a Venezuela en el año 1954, en plena dictadura de Franco en España y en la de Pérez Jiménez en Venezuela. De La Guaira fue trasladado a la ciudad de Barquisimeto y lo recibieron los Jesuitas en el Colegio La Salle. Allí terminó el bachillerato y se formó como hermano del Colegio La Salle mientras estudiaba para ser profesor de Física y Matemáticas en el Instituto Pedagógico de Barquisimeto (UPEL) entre 1962 – 1966. Fue el único que terminó la carrera de toda su promoción. 

Amor y pasión por la educación

En el año 1966 volvió a España durante un año para hacer un postgrado en Dinámica de Grupos, en la Universidad de Salamanca y al año retornó a Venezuela a trabajar en y por la educación venezolana. 

Fue director del Colegio La Salle de Barquisimeto desde 1967 hasta 1970. Allí además de dirigir e impartir varias asignaturas, lideraba un grupo de apoyo a jóvenes con problemas de droga, alcohol y conducta. Organizaba talleres de reinserción a la sociedad, los llevaba a convivencias. Muchos lograron llegar a la universidad y sacar una carrera universitaria. 

Allí conoció a su esposa Nidira Canelón, con quien tuvo dos hijos: Juan José Ostériz Canelón (conocido como Juancho) y Érika Ostériz Canelón. Sus suegros (Carmen y Ángel) lo recibieron como a uno más de la familia y rápido se ganó el cariño de su familia política, en especial el de sus cuñadas Yely y Keila, a quienes él quería como hermanas y ellas a él como un hermano.

Juan José fue profesor titular en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA) desde el año 1970 hasta 1993 cuando se jubiló. 

En la UCLA consolidó las siguientes iniciativas:

-La creación de las áreas de ayudas estudiantiles: residencias, becas, salud, comedor en cada decanato, ayudas psicológicas, librería social, y un programa para los alumnos de séptimo semestre en adelante de Crédito Educativo.

Creación de la Librería Social Universitaria y descentralización para otras unidades de la matrícula escolar y el deporte universitario. 

“Conté con un equipo de trabajadores sociales, psicólogos y administradores muy bueno, creando la preparación de reemplazantes en las diferentes unidades al terminar un periodo”, reseñó en su perfil de Linkedin.

Mientras trabajaba en la UCLA, dándole oportunidades a estudiantes de escasos recursos económicos, sacó el título universitario de Analista de Sistemas en la propia Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado. (1975).

Durante 1976-1978 realizó el postgrado de Ingeniería de Sistemas en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, ciudad a la cual se trasladó con su esposa y primer hijo Juan José, pero pronto volvió a su querida Barquisimeto porque la UCLA lo necesitaba. 

En verano de 1981 hizo el Summer Session Dinámica de Sistemas, en el M.I.T. Boston – EEUU.

Luego de jubilarse de la UCLA, en el año 1996, montó Texsislib, una academia de formación educativa que tenía como filosofía el aprendizaje al propio ritmo del estudiante a través de softwares. Gracias a esta institución ayudó a cientos de estudiantes barquisimetanos que tenían entre 6 y 17 años a aprender, con ayuda de la tecnología, asignaturas como matemáticas, lengua, ciencia, química, física, historia, sociales… que no habían podido aprender en sus respectivos colegios.  En esta academia, el profesor Ostériz (como muchos lo llamaban) también les dio oportunidad a personas de mayor edad a aprender paquetes informáticos y otras temáticas. 

Pensar en voz alta desde las páginas de EL IMPULSO

En el año 1999 comenzó a escribir artículos de opinión en el diario EL IMPULSO de Barquisimeto. Al poco tiempo le asignaron una columna fija los domingos llamada “Pienso en voz alta”. Ahí expresaba su opinión sobre la democracia, la libertad, los derechos humanos, la educación. Fijó posición radical en contra del gobierno de Chávez y de quienes lo apoyaban, siempre basando sus artículos en hechos reales y comparados con otras dictaduras de la historia mundial. 

En el año 2014 escribió el libro, Por y para una democracia en Venezuela con ética, igualdad y justicia social, publicado por Servilibros.

En su camino educativo, ya a una edad avanzada, logró un convenio entre la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (Caracas) y la Universidad Centroocidental Lisando Alvarado para que se impartiera en Barquisimeto el curso de Locución de la UCV, que acreditaba del título de locutor de la República Bolivariana de Venezuela a quienes aprobaban el examen final. Desde 2013 hasta 2016 coordinó el convenio por medio del cual se realizaron 5 cursos, en los que 402 profesionales barquisimetanos obtuvieron el título de locutor. 

Lejos pero cerca de Venezuela

Juanjo, como era conocido en su círculo más cercano, enfermó de Parkinson y empezó a sufrir deterioro cognitivo desde hace un par de años. 

Se mudó a Madrid (España) junto a sus hijos Juancho, Erika, su yerno Jhoan y sus nietos Iker y Ainhoa (quienes tienen nombres vascos en su honor). Allí sufrió fractura de cadera en enero de 2022 y quedó en silla de rueda. 

Durante estos dos últimos años de vida, sus conocimientos e inteligencia se mantenían intactos: hacía sudokus, ajedrez y otros juegos de mesa con sus nietos, incluso ayudaba a Iker a hacer las tareas de matemáticas. Siempre jugaba dominó con su hijo Juancho y 15 días antes de morir (estaba estable de salud) le ganó, como de costumbre. 

Sin embargo, su mente no estaba clara en cuanto a la noción del tiempo, la época y el lugar donde estaba. En ese último año recordaba mucho a sus padres José y Encarnación, las calles de Vitoria, la Virgen del Puig; pero su amor por educar, por formar a la generación de relevo de Venezuela hacía que su mente viviera en la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado y gran parte de sus conversaciones se basaban en lo que estaba pasando en la UCLA, en las reuniones con otros profesores, en las clases que impartía, en los congresos de sistemas expertos e inteligencia artificial que había organizado. 

La educación no formaba parte de su vida, ERA SU VIDA, al igual que su amor por Venezuela, donde decía que estaba (a pesar de que vivía en Madrid), escribiendo artículos de opinión para EL IMPULSO y otro libro por la democracia. Obviamente, su mente lo situaba en su lugar amado y esta ilusión lo mantenía vivo.

Dos días duró en el hospital desde el momento que se complicó. Sus hijos estuvieron con él.

Murió el miércoles 20 de diciembre de 2023, a las 3 de la tarde, luego de escuchar varias de sus canciones preferidas en el teléfono de su hija y justo después de la canción sobre Venezuela “Llevo tu luz y tu aroma en mi piel” de José Luis Armenteros. Se ha ido un gran hombre; queda en nosotros un gran ciudadano.

Soy lo que soy por ti

(evocación de su hija, Érika Ostériz Canelón) 

Quienes conocieron a mi padre, Juan José Ostériz Ortigosa, recordarán su personalidad y todo lo que hizo por Venezuela, pudiendo afirmar que no sólo fue un buen ser humano, sino un ser excepcional que luchó por la democracia y libertad de Venezuela, como pocos ciudadanos comunes lo han hecho.

De hecho, “Libertad, democracia, justicia y hacer las cosas bien”, son las primeras palabras que vienen a mi mente cuando pienso en mi padre. Desde muy pequeños nos enseñó, a mi hermano y a mí, a distinguir entre el bien y el mal. Me enseñó a valorar a las personas por lo que son y no por lo que tienen. También me enseñó que las cosas en la vida hay que ganárselas y no pretender que nos caigan del cielo. Nunca me permitió hacer un trámite con un gestor. Me decía: «Los procedimientos hay que hacerlos de forma legal» y me llevó a presentar el examen teórico y práctico para obtener la licencia de conducir, cuando la mayoría pagaba por ello en ese momento en Venezuela. Me decía: “No importa lo que hagan los demás, tú tienes que hacer las cosas bien y de forma correcta”.

El amor a los libros, los estudios, y los periódicos también se lo debo a él. Recuerdo que no sabía leer y me sentaba con él en el porche de nuestra adorada casa en Las Colinas y me ponía a “leer” los comics. A los 9 años me dio a leer “El Diario de Ana Frank” y a los 11 “El Hombre que calculaba”.

Siempre, siempre me exigió muchísimo. Cuando terminé primer grado de primaria le pedí un peluche de moda porque había sacado la máxima nota y me dijo “sacar 20/20 es lo normal, tu responsabilidad a esta edad es ser buena estudiante y buena niña, si hubieses sacado 21 serías excepcional”. 

En ese momento no lo entendí, pero a los días me regaló el peluche y me dijo: “No lo hago por el 20, sino porque te esforzaste muchísimo”. 

Me motivaba a aprender cosas nuevas, a retarme a mí misma, a defender mi punto de vista. Me llevaba todos los días al cole y recuerdo que con 5 años me preguntó, por qué iba tan enfadada.

Estaba peinada con dos lazos inmensos que no me gustaban y me animó a quitármelos.

“No hagas nada con lo que no estés de acuerdo y con lo que no te sientas cómoda en la vida”. A tan corta edad ya me daba esos mensajes. 

Aunque no estudié para ser profesora tuve la oportunidad de serlo por varios años en la Universidad Central de Venezuela y también aquí en España y creo que eso no lo heredé, sino que lo aprendí día a día de él, en su amor y afán por educar, por enseñar, por formar a la generación de relevo. 

Recuerdo llegar del colegio y ver monitores y CPU de esos gigantes de los 90 en el salón de mi casa: eran los estudiantes de mi papá y de mi mamá. Los recibía en casa, los ayudaba en todo momento. Aunque era muy exigente, lo querían y respetaban muchísimo. De hecho, fue el padrino de muchas promociones de Ingeniería Informática en la UCLA.

Obviamente no todo el mundo lo quería. Mi papá era radical de pensamiento y no soportaba las medias tintas. Odiaba los “acuerdos” políticos y por eso se buscó enemigos en la UCLA, pero nada que su conducta intachable y de ayuda a los demás pudiera empañar. 

Me enseñó a amar a los animales, a los lugares al aire libre, a la Divina Pastora, pero sobre todo a mi bella Venezuela. Viajamos en familia por casi todo nuestro hermoso país.

Soy de esas pocas venezolanas que emigró y que puede decir “conozco mi país”: Los Andes, Canaima, Los Llanos, Oriente, Margarita, Coche, Morrocoy, los Médanos de Coro, Las Playas de Adícora, Cabo San Román, La Colonia Tovar, el Zulia, el centro…

Su amor por Venezuela no solo me lo enseñó viajando, sino también luchando por su libertad. ¡A cuántas marchas en contra de Chávez fuimos juntos!

Incluso cuando yo vivía en Caracas me decía: Vamos a la Plaza Altamira a llevarle comida a esos jóvenes que están ahí luchando por la democracia de nuestro país. Se ponía a darles charlas y en menos de 3 minutos estaba rodeado de personas escuchándolo. 

Hizo muchas colas para comprar leche y pañales para mis hijos desde el 2015 hasta el 2017 y en cada fila que hacía transmitía sus mensajes de la importancia de luchar por la democracia, por la libertad, de lo importante que era educar al pueblo.  

Aunque nunca me dijo qué profesión debía estudiar en la universidad, le encantó que escogiera Periodismo. A veces creo (espero no ser osada con este comentario) que una parte de él se realizó cuando me gradué de periodista y lo ejercí. Con su mirada me decía lo muy orgulloso que estaba de mí. Y cuando él empezó a escribir en la sección de Opinión de EL IMPULSO (después de hacer unas pasantías en el periódico) lo vi muy muy feliz, como si hubiese alcanzado un sueño. 

Cuando le preguntaba qué debía hacer, me decía que solo yo tenía la respuesta; que escuchara a mi corazón. Que él me apoyaría en la decisión que tomase y así lo hacía. En cada momento importante me daba lecciones de vida. 

Una vez, cuando hacía el máster en periodismo en Madrid, me dijo (ante mis largas horas de estudio para entender la microeconomía):»Erika lo perfecto es enemigo de la bueno. Estudia, pero también sal a descubrir otras ciudades, otras culturas, viaja, disfruta, vive…». Siempre promovió mi crecimiento personal y profesional.

Mi padre era un hombre muy independiente, no se enganchaba emocionalmente con nada ni nadie, pero siempre me enseñó, con ejemplos, el amor por la familia, el respeto y la solidaridad. 

Mi padre me motivó a buscar una beca para estudiar un Master en España y la conseguí (año 2005). 

Me decía: tienes que salir, conocer mundo y regresar a trabajar por Venezuela y así lo hice.

Luego, al dejar el país en 2018, me preocupaba la opinión de mi padre. Como era su costumbre respetó mi decisión y la de mi esposo, nos ayudó en todo, nos animó; pero yo sé que le dolía. Él también había sido emigrante y sabía lo difícil que es. A los años se vino a España con nosotros. Su salud ya estaba muy afectada pero igual pudimos vivir muchos hermosos momentos. 

Hoy, a un mes de su partida, me duele el alma, me duele todo, Pero veo a mis hijos Iker y Ainhoa y veo un pedacito de él, más allá del parecido físico. 

Le pido a Dios que me ilumine para poder transmitirle a mis hijos los valores que él me enseñó con su ejemplo. 

Gracias papá por ayudarme a ser la mujer, madre, profesional, esposa, hija, amiga, venezolana, extranjera que soy hoy.

Tu chivi (como él me llamaba)

Por: Érika Ostériz Canelón

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