El cólera
Después de aquel trágico año 1854, Barquisimeto vivió en penumbras, la instrucción del expediente del crimen del gobernador, comprometía a mucha gente, el más importante, el presbítero José Macario Yépez, “convicto y confeso”, como dijeran sus abogados acusadores, en causas de conspiración y rebelión, cuando cunde la epidemia del cólera, de lo que tenía conocimiento el padre José María Raldiriz y una vez confirmados algunos casos, se dispusieron a visitarles para los respectivos auxilio cristiano, extremaunciones y por supuesto precisar con el gobierno, las medidas a implementarse por el contagio de la enfermedad. No había tiempo que perder y comenzaron a llevarse los templos barquisimetanos de personas buscando a Dios con sus plegarias para salvar sus vidas. Eran innumerables los casos diarios con la angustia de no contar con medicamentos efectivos y evitar los contagios. En principio se dispuso de una fosa común en un lugar que fue llamados “Los Colerientos” y en medio de aquel drama sería José Macario Yépez, quien le propondría a Raldiriz, visitar la capilla de la Divina Pastora, poniendo toda la fe en su imagen. José María Raldiriz contaría como Yépez le pidió que lo acompañara, porque tenía la sensación de un llamado de Dios, para acudir ante la virgen y pedirle su protección y a la mañana siguiente tal como estaba previsto, José Macario Yépez y José María Raldiriz montaron sus mulas, sobre sus bolsones un par de totumas de agua fresca y avío, acemita y queso. Llevaron también unas estampas de la virgen María de Sevilla, la Pastora, un rosario de naca y un misal de aguinaldo para el cura párroco de Santa Rosa.
Más cuál no sería la sorpresa de los sacerdotes al encontrar el templo sin un alma. Tocaron a la sacristía y nadie respondió. Un ambiente impresionante, si se quiere indescriptible se apoderó de ellos y lentamente fueron cercándose a la capilla del bautisterio, tomaron agua bendita y se persignaron, cayeron de rodillas, mientras sus ojos miraban a la imagen con devoción cristiana. José Macario Yépez se levantó, por sus mejillas, corrían dos gruesas lágrimas y alzando los brazos hacia el cielo grito:
—¡Virgen Santísima, Divina Pastora! En aras de la justicia Divina, por el bien ya la salvación de mi pueblo ofrezco mi vida, Divina Pastora, por los dolores que experimento tu purísimo corazón cuando recibiste en tus brazos a tu santísimo hijo, en la bajada de la cruz, te suplico Madre mía, escúchame, que sea yo la última víctima del cólera! — Entonces, pusieron sobre al altar el misal, las estampas y el rosario que llevaban, se santiguaron, retirándose del templo sin volver la mirada, sin embargo, José Macario Yépez no se contuvo la mirada definitivamente sobre a imagen de la Divina Pastora y grito de nuevo:
¡Te prometo! Que por los siglos de siglos en peregrinación los barquisimetanos te recibirán con alegría, bendiciendo mil veces tu nombre.
Jorge Ramos Guerra