Las procesiones de imágenes religiosas forman parte de la religión, cultura y turismo de los pueblos desde los albores del mundo cristiano occidental principalmente durante las fiestas patronales. Ocasión que reúne a sus moradores en torno a una diversidad de actividades, entre éstas las religiosas.
Ésta es una expresión de la idiosincrasia de los poblados que en la especificidad de la teoría culturológica local se denomina la barquisimetaneidad. Por lo que este tema de la Divina Pastora reviste una naturaleza marcadamente religiosa y cultural en lo material y espiritual en la vida del barquisimetano. Se trata de un fenómeno sociológico que reúne por igual a gente de todos los estratos sociales.
De esa manera asistimos en el lapso de la segunda mitad del siglo XIX y casi la primera mitad del siglo XX a la materialización de la cultura folclórica y letrada. La primera es practicada por una mayoría del 90 % de la población en competencia con la cultura ilustrada de la élite con apenas un 10 % de sus habitantes.
Pero a ambos bloques sociales los une la fe única en la virgen. Son las manifestaciones de la identidad cultural tradicional de una ciudad las cuales vienen de 1552 cuando la funda el hidalgo Juan de Villegas.
Ambiente conservador
Hacia 1856 el ambiente imperante en la ciudad es de tono profundamente conservador. La urbe marchaba a paso lento en todos los órdenes sin los signos de la modernización cuyas primeras expresiones aisladas serían el Ferrocarril Bolívar en enero de 1891, el Teatro Juares en 1905 y el Colegio la Salle en 1913. En ese momento histórico sus habitantes son de espíritu moderado al margen de lo que ocurre en el mundo.
A los efectos cronológicos de este trabajo, el Barquisimeto tradicional discurre entre los años 1856 y 1950 cuando arriba a una sociedad de masas.
La irrupción de la icónica imagen de la Divina Pastora ese año ocurre en el contexto de una sociedad hermética y reacia a los cambios. Un país impedido de despegar hacia el progreso a consecuencia de las guerras civiles, caudillismo, anarquía, la división y regímenes autoritarios opuestos al desarrollo. Barquisimeto no es la excepción.
Aquel era un paisaje netamente aldeano cuyos moradores, en consecuencia, tenían un horizonte de miras limitado en la diversidad de sus actividades ocupando la religión un lugar preponderante.
Arraigada religiosidad
Entonces el fenómeno social de la religiosidad oficial y popular estaba profundamente adherido a la vida de sus moradores que asistían diariamente a misa y cumplían con los sagrados sacramentos del bautismo, la confirmación, eucaristía y penitencia. Al igual que observaban las relaciones sociales del compadrazgo y padrinazgo.
Campesinos, indígenas y labriegos de las haciendas del Valle del Turbio conformaban la legión mayoritaria de devotos de la virgen. Razón por la cual el cronista Eligio Macías Mujica, citado por Hermann Garmendia, la llama: “la virgen de juan” y “la virgen del de abajo”.
Las mujeres portan el velo para cubrirse la cabeza y parte del rostro muy a tono con una moral conservadora con sus prejuicios mojigatos y creencias enraizadas en el pasado. Tres de los templos (San Francisco, Concepción y Altagracia) estaban destinados cada uno a una específica clase social y raza de los blancos, indios y negros y pardos.
La procesión anual de la sagrada imagen y el culto mariano son expresiones permanentes de la arraigada religiosidad en nuestro pueblo cuyo control absoluto lo ejerce la Iglesia Católica.
Ello a diferencia de la festividad de San Antonio en que se revierten los papeles por ser la masa popular la que asume dicho proceso hasta con licencia para ingerir bebidas espirituosas como el cocuy y el ron por el lapso de 2 días que dura el evento tanto en el campo como en la ciudad. En consecuencia, la Divina Pastora y San Antonio son dos iconos identitarios del estado Lara.
Más tiempo
Hacia 1856, cuando ocurre la epidemia de cólera, Barquisimeto era una urbe con una población aproximada de 10.000 habitantes. Entonces el recorrido de la procesión se realizaba desde Santa Rosa bordeando la meseta hasta el sector de la Cruz Salvadora, actual iglesia Claret.
En ese lugar la imagen realizaba una parada para luego proseguir por la calle Comercio (avenida 20) hasta la iglesia San Francisco, antigua catedral. Lo explica el hecho de que el terreno entre Santa Rosa y la Iglesia Claret estaba inundado por las aguas de la laguna de Patarata que impedía el paso.
Durante ese plazo la estadía de la virgen duraba una semana en cada templo. Éramos una comarca con apenas seis iglesias, tres de las cuales, por causas raciales y clasistas, estaban destinadas por separado a: mantuanos, pardos, esclavos y negros.
Esa larga estancia ocurre hasta los años de la década de 1960 cuando se produce el crecimiento de la ciudad sumando más templos aproximadamente una veintena. Los feligreses adornaban las calles con arcos y altares como lo hacía Clarencio Alvarado en la calle 33 de El Manteco más la profusión de fuegos artificiales que vendía Elías Marrufo en la calle 34.
Aquellos eran otros tiempos signados por los lentos y escasos cambios en una sociedad de características tradicionales con predominio del elemento campesino y religioso. A menor desarrollo mayor estadía.
Es el tejido cultural de Barquisimeto a través de la fe en un icono antes de los tiempos de la modernización y el cosmopolitismo con los centros comerciales, los cuales han desplazado a las plazas. Una de las más bellas tradiciones espirituales de los larenses.