“Una idea fija siempre parece una gran idea,
no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro”.
Jacinto Benavente.
“El ideal está en ti;
el obstáculo para su cumplimiento, también”.
Thomas Carlyle.
- Neuronales.
Pensar, es un idioma. La neurona, como lengua de la idea. Nuestro propio edén. Nuestro igual antro; náufrago de Babel. Pensar, tiene poros, y piel de gallina. Linda, no me para porque está segura que ahora no uso mi cerebro. Me ocupa de más, ese asunto mental o cerebral, yo, que no le hago cerebro a nadie. Hoy, todo es derecho a la neurona.
La abordé ayer en un taller de campaña en la campiña. Salí agitado, y corrí a contar a la costilla. En casa, cotidiana, la pequeña señora, reducto de afecto y enfado, aguarda. Linda, dije, ya sé, dónde surge la complicación. ¿Cómo, pregunta? Muy fácil, a nadie le funcionan las neuronas. El patrimonio galáctico, dejó de prendas inmortales, antes de ir a pinchar el trasero en la paila del averno: una mixtura de tarados, oportunistas, míseros, neurasténicos, muertos de hambre, hampones, cacos, rateros, pillos, astutos, asesinos, entre otras joyitas de la tiranía castro criolla. La mayoría, del alto tren ejecutivo del zurdo y siniestro, Rey Rata.
José se despide de Linda, pues parte pal brete. No tiene trabajo, pero igual tiene que ir a ocuparse. No sabe qué pito toca la neurona en todo esto, o para lo que ha perdido, pero si algo no ensayó fue a conquistar una vida. La vida lo encuentra a solas. Lo descubre callado, dudoso, pero al mismo tiempo, firme, resuelto. El lenguaje que lo encierra es furtivo. No lo cree o más bien, lo juzga y echa la culpa al sistema, irritado, como el rabioso que lo mantiene con la neurona de punta. No es cosa de calcular. El álgebra no ayuda para saldar balances. La ecuación, marcha sin resultado. Es un polinomio pendiente. Es dividir el dígito de vida, entre el cero del tedio. No usa exponentes. ¿Para qué? Si la vida se eleva al cero. El coeficiente es el factor, que no cuadra. Mucho encéfalo andando, para tan poca neurona. Mucho figurar, para tan pocas nalgas…
Averigua el bus que toca. Pero se acuerda que, en efecto, no trae efectivo. Que, para tener, hay que ir a empeñar el alma. También, está el bachaco, que es otra pillería, igual de apretada. Si no te agarra chingo, te coge el sin nariz. Pero el impulso atraviesa el axón y la fosa nasal, igual que cruza la decepción y la perplejidad. Cavilo en el efecto todo-nada, que ilustraron en la factoría. Le taladra el temor encefálico. El recelo por la anarquía del saber.
El bus hiere con humo y fumiga el brocal con maniático gas. Sopla, para no inhalar el aire viciado, tanto como la divisa, como los fachos de facha ejecutiva, como el vicio del régimen que pervierte y agota, todo a su paso. Antes de seguir inculpando al mal humor y al humo, encuentro la parada. Pienso en béisbol y en la UCV. El problema diario es dónde ir, o cómo paré allí.
Me voy al juego a relajar la nervia, a olvidar descuidos. Voy felino rugiendo, pero sin boleto de entrada. Me cuela un portero, que es pana zonal. En el barrio, el nervio se registra y se torna, corriente de identidad. Una neurona al final es el idioma de todo idioma, el ardor de todo fuego, las aguas de todo mar, la tormenta de todos los tiempos. No hay otra cédula en mi nervio. Mi pulso habla también, al final, marea. Una corriente, un sistema de ondas cortas. Pero nada recorta las señales como las malas vibras. Para variar, vamos perdiendo, pero nunca tanto como perder la mielina de la lucidez. Linda no está de acuerdo con la idea que, con los amigos todo, con la mujer, nada ¿Será resultado del efecto “todo o nada? Entre mi mujer y yo, Linda es un todo. Y yo, toda su nada…
- El Permiso.
Al fin, el último inning. Sigo pichando misántropo. Pensando en qué pienso. Sin saber cómo se come un nervio, una idea, pero hambre y necesidad, es el todo de José y Linda su esposa, y del nuevo compadre neuronal. Salgo del estadio a ver cómo voy hasta la casa sin plata. Un peaje de colectivo va a por todo y no consiguen nada. Me dan por la cabeza, y me dejan tirado en el piso. Me quedo buscando en el cerebro donde quedó la mente. Siento un chichón socialista.
De pronto me doy cuenta que no sé a dónde voy, (igual que el gobierno) o de dónde vine, (igual que mi mujer). Miro el puesto del que el honor ni se divisa y me divisa sin divisa. Entonces no importa qué hará con su neurona paleada y su cartera pillada, que ya venía sin efecto, pero sobre todo sin efectivo. Algo pica su curiosidad. A los GN solo les pica el interés del desinterés. Sabe el caos que vive y que no solo vive en la cabeza. Está en todas las cabezas que conoce, en la calle, en los canes esqueléticos que ladran, en la avenida sin alumbrar, en una oscuridad demoníaca que alguna vez fue luz divina, y hoy es como de gente mal viviente e indiferente, usurpando un territorio, sin visa para un pueblo…
Pero el cielo también se mira desde el abismo. Linda es cielo, linaje. El sol que aviva el túnel del tiempo. No hay forma de concertar sostén y opresión. No suelen combinarse en una igualdad trascendente. Que tengan sentido, magnitud y dirección. Es un vector, que no precisa ángulo. Pensar, también es un abandono en compañía de uno mismo.
Por suerte mi amigo portero me encuentra en la calle, ido, auxilia y me lleva al barrio. Los amigos, aprietan neuronas y van a casa. Linda, no puede creer que esté en esa condición peor de cómo me fui, que es mucho decir. Uno sabe cómo sale, pero no, cómo vuelve, dicen decanos, que no le preocupan, la neurona. Ya en casa, me echo en cama, luego de la ayuda que Linda diera, para curar la cabeza y morados colectivos, que colectan criminales. Alegra saber que llegué a casa, el único lugar donde mi neurona descansa, sin saber pa’ qué sirve. Sin corriente que da consciencia, existir sería silencio puro, acaso delirio que no expresa el salto vital, esa figura meníngea que desde el vidrio advierte, sin permiso para otra ilusión…
Marcantonio Faillace Carreño