Paradójicamente, si los ancianos del mundo nos reuniéramos en una asociación, sería una constantemente renovada, porque muy poco duraríamos sus miembros; sería entonces una inusitada asociación juvenil-senil. Por eso no invito a mis colegas de la senectud a formar este original gremio, pero sí a que estemos unidos en un optimismo sano, que sobrepase todas las lamentaciones del pasado, que sea una lección de vida para las nuevas generaciones que tienen el futuro en sus manos. Nosotros fuimos, ellas son: tienen el horizonte abierto.
Nuestro primer paso como modelos, es no ser quejosos, ni por dolores físicos, ni situaciones o ausencias. Para los primeros siempre hay una pildorita, para las segundas una buena cara, una comprensión, para las terceras, una aceptación gozosa. No seamos absurdos. Tuve una prima que tenía siete hijos, todos con una situación ya hecha, con sus propias preocupaciones y problemas. Mi prima nunca estaba sola, sus hijos iban siempre a estar un rato con ella, bien repartidos en la semana, pero ella se quejaba, ella quería que estuvieran todos a la vez…, ¡todos los días!
Sólo es feliz el que no ansía más allá de sus posibilidades, quien se arropa hasta donde le alcance la cobija. Los ilusos siempre terminan decepcionados, son los que sueñan con castillos en el aire. Los ancianos no podemos darnos ese lujo. Tenemos que aferrarnos para conseguir las cosas a corto plazo. Como hobby sano para ocupar nuestras horas podemos y conviene tener trabajos de artesanía: tejidos, bordados, carpintería, jardinería… Pero también metas cortas que podamos alcanzar. No hay que ponerse a tejer o bordar un mantel, sino un tapete o la cobijita para un bisnieto recién nacido; trabajos que podemos ver terminados con alegría. No te pongas a labrar una viña en el campo, sino un pequeño cuadro en el jardín. Las flores brotan pronto; los árboles requieren su tiempo, ellos se siembran para el futuro.
No te quedes en frustraciones: que si yo hubiera hecho esto, que si hubiera tomado otra actitud. Bien, te equivocaste, pero todo eso es pasado, se fue, se enterró. Estamos en el presente, en el hoy, el ahora, vívelo lo mejor posible. Sácale el jugo a los días que te quedan de vida. Pon cara alegre a tus visitantes, no los espantes con tus llantos. Ríete de tus males y ponle humor a tus impedimentos seniles. Tuve un hermano que en sus últimos años fue, para mí, una lección de vida y muerte. Sufría de miastenia gravis y jamás lo oí quejarse. Lo visitaba los sábados y no hacíamos sino reírnos. De buena memoria los dos, compartíamos recuerdos y anécdotas de familiares y amigos; repasábamos la historia de las familias caraqueñas completando el uno el pequeño vacío en la memoria del otro, sobre enlaces o desenlaces. El último sábado lo disfrutamos; murió el viernes siguiente 26 de octubre de 2018. Me dejó una herencia de alegría. Por ley natural debería haberme ido antes que él, cinco años menor que yo, pero aquí estoy todavía, pidiendo pista.
Hay una expresión que debe haber ido cogiendo presencia en tu vocabulario, es el ya no. Ojalá sea preventivo y no pasivo. Que no te montes en un taburete para cambiar un bombillo y des con tu humanidad en el suelo con la consecuente rotura del fémur y después digas: es que yo antes… Sí, antes, pero ya no. Nuestra vida está plena del ya no. Íbamos de tiendas, subíamos al Ávila, caminábamos kilómetros, nadamos en mares, ríos y piscinas, viajamos a Europa, trotamos las calles de París y Londres, un día estábamos ante el Coliseo de Roma y otro en los dorados Bosques de Viena…, de ópera en ópera, de festival en festival. Eso, cuando había medios económicos, cuando no los había, contentos estábamos con breves recorridos por el paisaje venezolano o simplemente por nuestra ciudad. Pero ya no.
El ya no se ha apoderado de nuestras vidas, pero no lo tomes como algo negativo, es sólo un cambio de rumbo. Casi todos los motivos para el ya no son de origen físico: se nos acabaron fuerzas y destrezas. Ya no las necesitamos, éstas son propias y necesarias para la juventud que debe formarse, adiestrarse y actuar. Nosotros ya superamos esas etapas, tener la misma energía sería un desperdicio. Dios distribuye.
Qué humana planificación urbana sería la de asilos de ancianos, orfelinatos y jardines de infancia en torno a plazas o parques de uso común, donde habría un libre encuentro de edades. Ayudaría a la armonía de la Creación. Se restarían soledades. Son edades que se necesitan las unas de las otras. El anciano no estaría nostálgico frente al tobogán vacío pensando en su ya no puedo, sino que gozaría viendo al pequeñín deslizarse veloz sobre el cinc. Y esos niños carentes de padres se encontrarían con la grata figura del abuelo.
Nuestro crepúsculo no tiene porqué ser solitario. Puede que sea así por circunstancias que no está en nuestras manos solventar. Entonces, debemos aceptarlo, no con resignación, palabra fea, sino con aceptación gozosa. Quisiera sentir sobre mi todo el sol de la campiña o la vista y la brisa del mar sin horizontes, símbolo supremo de libertad, mientras yo estoy presa en un cuerpo inerme, casi fósil… Sólo me pueden llevar a la puerta del jardín. Tengo que sacarle jugo a ese cuadrito de luz: el verde césped recién podado con gotas de agua de las cuales un rayo de sol hace de repente un refulgente diamante; la florecilla que brota entre las húmedas hojas de su alcoba; la hormiga que busca caminillos en la tierra; el colibrí como sutil helicóptero de colores violáceos sorbe el néctar de las flores; y en la delgada rama de una mata de ají, junto a su fruto alargado y brillante, una oruga se retuerce, desde adentro algo rompe la oscura capa y salen al vuelo las ligeras y coloreadas alas de una mariposa. Se completa el diminuto paisaje. No vi el mar, ni la montaña, ni la llanura sin límites, pero en las pequeñas maravillas de la naturaleza vi la grandeza de Dios. Me hubiera gustado ponerme levantarme, como antes, caminar sola, sintiendo la mullida grama bajo los pies, tender mi mano hacia la fresca rosa y hasta sentir el picor del pinchazo de la espina. Mi imaginación vuela y mis pulmones aspiran con fruición el dulce frío de la brisa caraqueña, pero mis miembros motores no me permiten más…, ya no. Sin embargo, soy feliz.
Alicia Álamo Bartolomé