Tuvo esta poco comprendida herejía medieval de los siglos XI y XII como asiento la brillante civilización provenzal, al sur de Francia, país de la lengua oc, llamada por ello occitania. Más que una herejía, el catarismo fue una religión pues su creencia fundamental es un dualismo que se opone al cristianismo en todas sus modalidades, de la católica romana a la bizantina griega. Sus orígenes pueden encontrarse, afirma el Nobel de Literatura Octavio Paz, en la antigua Persia, cuna de religiones dualistas, de las cuales la más conocida será el zoroastrismo.
Los cátaros profesaban no sólo la coexistencia de dos principios -la luz y las tinieblas- sino en su versión más extrema, la de los albigenses, la de dos creaciones. Como varias sectas gnósticas de los primeros siglos, creían que la Tierra era la creación de un demiurgo perverso (Satán) y que la materia era, en sí misma, mala.
Cuando acaba de fallecer Emmanuel Le Roy Lauderie el pasado 22 de noviembre de 2023, medievalista francés de la Escuela de Anales, retomo la escritura del presente ensayo al repasar su extraordinario trabajo Montaillu, aldea occitana, publicado con enorme éxito en 1975, que conservo hogaño en fotocopia en mi muy desordenada biblioteca en Carora, República Bolivariana de Venezuela.
Tal aldea era en esos remotos siglos un foco muy activo de la herejía cátara que la Iglesia Católica no toleró bajo ningún aspecto, un enorme desafío para el poder de los papas del medievo. No aceptaban los purpurados la creencia de que el mundo material era el reino de Satanás y el mundo espiritual reino de Dios.
En 1208 el papa Inocencio III decide aplastar la herejía cátara armando la famosa Cruzada Albingense. No se queda allí el papa, sino que en 1231 crea la Inquisición para perseguir y juzgarlos. La doctrina cátara representaba una amenaza existencial para la Iglesia Católica, ya que desafiaba la única autoridad religiosa válida y ponía en duda su interpretación de la Biblia. Además, muchos nobles del sur de Francia eran simpatizantes de la herejía cátara, lo que puso en peligro el control político de la Iglesia.
El país fue invadido por las tropas de Simón de Montfort mandado por el rey francés Luis VIII en complicidad con el papa Inocencio III, un papa inusualmente joven, pues asume la Silla de San Pedro a los 37 años de edad. Sería el precursor de la llamada Inquisición pontificia y hubo de enfrentar diversas herejías: cátaros, valdenses o Pobres de Lyon y patarinos, duros críticos de la corrupción de los papas, con lo que se constituyen en antecedentes de la Reforma protestante.
La mentalidad de Inocencio III fue conformada por su origen noble y su formación como teólogo y jurista especializado en derecho canónico. Consideraba que la Iglesia católica tenía la plena potestad («plenitudo potestatis«) sobre toda la cristiandad, basándose en el texto de Mateo 16,19 en que Cristo confiere las llaves del reino de los cielos a Pedro; plena soberanía de la Iglesia incluso sobre el Emperador. Se reservaba Inocencio III intervenir en política cuando, a su juicio, hubiera razón de pecado («ratione peccati«) en el actuar de los príncipes, puesto que estos estaban para velar solo por el bienestar físico de sus súbditos, mientras que el papa estaba para velar por la salvación de las almas, empresa está más valiosa que la primera en términos morales. Ha sido uno de los papas más poderosos en la historia de la Iglesia.
El Amor Cortés
Pero de lo poco se habla de los cátaros es que ellos crearon el “amor cortés”, una noción inaceptable para la Iglesia, ya que se presentaba como una liberación femenina, un culto a la mujer. Veamos lo que dice el mexicano en La llama doble al respecto:
La aparición del «amor cortés» sería inexplicable sin la evolución de la condición femenina. Este cambio afectó sobre todo a las mujeres de la nobleza, que gozaron de mayor libertad que sus abuelas en los siglos oscuros. Varias circunstancias favorecieron esta evolución. Una fue de orden religioso: el cristianismo había otorgado a la mujer una dignidad desconocida en el paganismo. Otra, la herencia germánica: ya Tácito había señalado con asombro que las mujeres germanas eran mucho más libres que las romanas (De Germania). Finalmente, la situación del mundo feudal. El matrimonio entre los señores no estaba fundado en el amor sino en intereses políticos, económicos y estratégicos. En ese mundo en perpetua guerra, a veces en países lejanos, las ausencias eran frecuentes y los señores tenían que dejar a sus esposas el gobierno de sus tierras. La fidelidad entre una y otra parte no era muy estricta y abundan los ejemplos de relaciones extraconyugales.
Hacia esa época, continúa el mexicano, se había hecho popular la leyenda asturiana de los amores adúlteros de la reina Ginebra con Lanzarote, así como la suerte desdichada de Tristán e Isolda, víctimas de una pasión culpable. Por otra parte, aquellas damas pertenecían a familias poderosas y algunas no vacilaban en enfrentarse a sus maridos. Guillermo de Aquitania tuvo que soportar que su segunda mujer lo abandonara y que, refugiada en una abadía y aliada de un obispo, no descansará hasta lograr su excomunión.
Entre las mujeres de ese período destacó la figura de Leonor de Aquitania, esposa de dos reyes, madre de Ricardo Corazón de León y patrona de poetas. Varias damas de la aristocracia fueron también trovadoras; ya he mencionado a la condesa de Dia, famosa trobairitz. Las mujeres disfrutaron de libertades en el período feudal que perdieron más tarde por la acción combinada de la Iglesia y la monarquía absoluta, sentencia Octavio Paz.
La aldea occitana de Le Roy Ladurie
“Historiador de altos vuelos”, “mago de la historia”, “historiador total”: pocos historiadores han inspirado tantos superlativos como Emmanuel Le Roy Ladurie. Nacido en 1929, autor de obras importantes, entre las cuales están Paysans de Languedoc (1966), Histoire du climat depuis l’an mil (1967) y Montaillou, village occitan (1975), ha marcado con su pensamiento y con su pluma la historiografía de la segunda mitad del siglo XX, que vio cómo se afirmaban corrientes innovadoras como la Escuela de Annales, la historia cuantitativa como requisito para hacer historia verdaderamente científica, o la historia del clima y del cambio climático, del cual ha sido indiscutido precursor.
Sin embargo, si ese trabajo es esencial, tal cosa no explica por sí misma su excepcional fama y la que le otorgó con su libro a Montaillou, pequeña aldea que se plenó de turistas maravillados. No menor ha sido el papel que desempeñó en el desarrollo de varias instituciones de prestigio -la EHESS, el Collège de France, la BnF, el Institut de France. A ello se añade el especial lugar que ocupó en la escena mediática, su postura en los debates sociales y su lucha por los derechos humanos en los años setenta y ochenta, en el apogeo del totalitarismo comunista al cual combatió y de donde procedía.
Dentro del marco historiográfico, la publicación de Montaillou, aldea occitana se vio acompañada por otras obras análogas como Guerreros y campesinos (Georges Duby, 1973), Historia de la muerte en Occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días (Philippe Ariès, 1975), El queso y los gusanos (Carlo Ginzburg, 1976), El nacimiento del purgatorio (Jacques Le Goff, 1981), El regreso de Martin Guerre (la recientemente fallecida Natalie Zemon Davis, 1983) y La muerte y Occidente: de 1300 a nuestros días (Michel Vovelle, 1983), entre otras.
En la segunda mitad del siglo XII, dice Javier Fernández Martin, la región vivió un esplendor cultural y comercial que sirvió como caldo de cultivo para la propagación de la herejía cátara o albigense. La existencia de esta doctrina en pleno occidente europeo supuso un desafío al poder del papado, provocando que se convocara una cruzada contra ella encabezada por el noble Simón de Montfort con ayuda del rey de Francia. En 1244, con la conquista de la fortaleza cátara de Montségur y la ejecución de la mayor parte de sus resistentes en una hoguera masiva, la herejía fue extirpada. Desde esa fecha la doctrina herética sobrevivió con dificultad en zonas rurales, experimentando, gracias a la ardua tarea predicadora de los hermanos Authié, cierto auge a comienzos del siglo XIV en aldeas del Alto Ariège como Prades y Montaillou.
Le Roy Ladurie utiliza el registro de Inquisición que realizó Jacques Fournier, futuro papa Benedicto XII y por entonces obispo e inquisidor de Pamiers, para analizar desde todas las perspectivas la comunidad campesina de Montaillou. Dicho registro aúna las declaraciones que el inquisidor tomó a la mayoría de vecinos de esta aldea durante la investigación que emprendió entre 1318 y 1325 con la misión de erradicar los últimos focos de la herejía cátara en Occitania. La exhaustividad con la que se llevaron a cabo los interrogatorios generó un corpus documental rico en todo tipo de detalles sobre la vida diaria colectiva de esta aldea del sur francés, análogo a la investigación del italiano Carlo Ginzburg sobre el molinero Menocchio del siglo XVI, a quien se le levanta juicio por explicar la Creación del mundo de manera herética.
El historiador británico Peter Burke valora que Le Roy Ladurie es el más brillante discípulo de Braudel, a quien se le parece en algunos aspectos: fuerza imaginativa, amplia curiosidad, enfoque multidisciplinario de las cuestiones, preocupación por la Longée dure, y ciertas ambivalencias respecto al marxismo. Como Braudel este es un hombre del Norte, un normando enamorado del Sur. Su trabajo Los campesinos del Languedoc está construido en la misma escala que El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, y comienza, como cabía esperar, con una descripción de la geografía del Languedoc, país típicamente mediterráneo, de suelo rocoso y cubierto de matorrales, con cereales, viñedos, olivos, encinas y nogales.
Por otra parte, Le Roy consideraba necesario mantener una distancia intelectual respecto a Braudel, así como este se mantenía a distancia de Marx, llego a la conclusión de que la maldición malthusiana había caído sobre el Languedoc en los siglos XVI y XVII.
Montaillou es también un ambicioso estudio de historia social y cultural, agrega Burke. Su originalidad no está en las cuestiones que plantea, que son cuestiones que se plantearon (…) Febvre sobre la incredulidad o Braudel sobre la vivienda, o Aries sobre la infancia, o Flandrin sobre la sexualidad, etc. La Roy fue uno de los primeros en usar registros de la Inquisición para reconstruir la vida cotidiana y las actitudes de una época, pero no fue el único en hacerlo. La novedad en su manera de abordar la historia consiste en su intento de componer un estudio sobre una comunidad histórica en el sentido antropológico, no una historia de determinada aldea, sino una historia de la aldea trazada con las palabras de los propios habitantes y una pintura de la sociedad más amplia que representan los aldeanos.
Montillou es un primer ejemplo de los que se ha dado en llamar “microhistoria”. Aquí el autor ha estudiado el mundo en un grano de arena o, para citar su propia metáfora, ha estudiado el océano en una gota de agua, asienta Burke. Y precisamente es en este punto donde se concentran las críticas más serias de las que fue objeto el libro. Se ha censurado en Montaillou (independientemente de las inexactitudes de detalle) un uso insuficientemente crítico de su fuente principal, que Le Roy caracterizó alguna vez como “el testimonio directo de los campesinos sobre sí mismos”. Por supuesto, nada de esto es cierto. Los aldeanos hacían sus declaraciones en occitano y esas declaraciones eran consignadas en latín. Los aldeanos no hablaban espontáneamente de sí mismos, sino que respondían a preguntas hechas bajo amenaza de tortura. Los historiadores no pueden permitirse olvidar a estos intermediarios que están entre los hombres y mujeres que ellos estudian.
La segunda crítica principal del libro- y del enfoque microhistórico que se hacía cada vez más popular—plantea la cuestión de lo que es típico. Ninguna sociedad es una isla, ni siquiera una aldea de montaña como Montaillou. Sus conexiones con el exterior, que llegaban hasta Cataluña, surgen claramente del mismo libro. Queda pues pendiente la cuestión: ¿Qué unidad mayor representa la aldea? ¿De qué océano es la aldea una gota? Con todo, agrega Burke, se trata de un brillante tour de forcé de la imaginación histórica que revela las posibilidades de una historia antropológica.
Mucho más severa es la crítica que hace el catalán Josep Fontana a Le Roy Ladurie. Dice que su Montaillou, aldea occitana ha tenido éxito, aunque de escaso valor. Decía cosas tan sensacionales como que el historiador del mañana será programador o no será. Abandonaron la tradición de la historia “económico-social”, los “nuevos” cayeron cayeron en un periodo inicial de desconcierto en que justificaban una práctica sin reglas ni principios con libros de reflexiones sobre la historia como Le territoire de l’historien.
Muchos años antes de que la historia de las emociones ocupará el espacio académico del que disfruta hoy, dice Heberto Corrales Domínguez, la obra de Le Roy Ladurie ya intentaba comprender la naturaleza dramática de las pasiones humanas y sus formas de intercambio. En su opinión, las emociones servían no sólo para añadir color a la experiencia, sino también para establecer vínculos sociales y disposiciones intelectuales. Mirando el atolladero de los pequeños, no se puede separar la fe de su origen ilegítimo, que no era más que un acto ritualizado que muchas veces comenzaba con un gesto. «Las emociones subyacen a los gestos, las lágrimas, las sonrisas, las actitudes irónicas u obscenas», escribió.
Por supuesto, podemos ubicar el conocimiento en la esfera inmaculada del pensamiento, pero también podemos entretejer en el espacio material que lo hace posible. Obsesionado por describir experiencias cotidianas, la obra de Le Roy Ladurie avanza de las cosas a las creencias reconstruyendo prácticas emocionales que nos resultan a la vez familiares y ajenas. Del miedo al amor, al asombro, la ira o el apego, su obra construye una historia de tiempo lento en la que las fuerzas que determinan el destino del pasado no pueden ser dejadas de lado.
Hogaño emoción y sentimiento han permeado incluso a la hasta ahora rígida ciencia objetiva y cuantitativista de la geografía. Yi Fu Tuan ha creado el feliz concepto de topofilia, nuestro apego emotivo a parajes y paisajes geográficos.
Obras publicadas
A través de la abundancia de su obra y de su participación en numerosas obras colectivas, Emmanuel Le Roy Ladurie abrió nuevos caminos, no todos seguidos por el público, en particular la Historia del clima desde el año mil (1967), El territorio del historiador (2 vols. 1973-1978), El carnaval de los romanos (1979), L’Argent, l’amour, la mort en pays d’oc (1980), Le Siècle des Platter 1499-1628 (tres volúmenes hasta 2006, Fayard). La Bruja de Jasmín, 1984. También fue historiador político del período moderno en L’Ancien Régime, 1610-1770 (1991). En 2001 publicó una Historia de Francia de las regiones.
También se desempeñó como administrador de la Biblioteca Nacional de Francia, de 1987 a 1994 y fue miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Uno de sus últimos libros, que resume la historia de Los campesinos franceses del Antiguo Régimen (2015), pretendía ser más accesible al público en general. Emmanuel Le Roy Ladurie dice que ha seguido siendo marxista en el plano metodológico, pues había renunciado al Partido Comunista de Francia a raíz de la invasión soviética a Hungría. Sufrió moralmente por el hecho de que su padre fue colaborador del régimen colaboracionista de Vichy.
Falleció Emmanuel Bernard Le Roy Ladurie el pasado 22 de noviembre de 2023 a los 94 años.
Paz a su alma.
Luis Eduardo Cortés Riera