#OPINIÓN En la obra humana, la mano divina #23Dic

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Respeto las creencias y las no creencias de todos, mi elenco de relaciones e incluso de amistades es bastante variado. Así mismo, me doy cuenta que la Navidad, cuyas raíces están en la fe religiosa, forma parte de la tradición cultural de la sociedad venezolana y no hace falta ser cristiano para celebrarla y disfrutar del espíritu que nos contagia.

Las comidas navideñas, según permita el bolsillo de cada uno, son disfrutadas sin discriminación. Pero no es de ellas que quiero hablarles hoy, sin ocultar mi preferencia en esa carta copiosamente calórica, por el pan de jamón. Cada año voy catando antes de decidir cuál compraremos para veinticuatro y treinta y uno.

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En este último artículo del año, me provoca decirles que soy creyente porque he vivido y aprendido tanto que no hay quien me convenza de que Dios no existe. Veo su mano en todas partes. Aunque no siempre hagamos lo mejor con la libertad que ser hechos a su imagen y semejanza nos da e incluso la usemos para todo lo contrario. Abundan las obras humanas sólo explicables si reciben una ayudadita de allá arriba.

Fíjese, precisamente, en la comida. Creo que es difícil encontrar mejor argumento ante los alegatos del ateísmo que la perfección de la morcilla carupanera. A mí que no me vengan con la evolución de la materia y demás etcéteras. En esos deliciosos embutidos negros se nota la mano divina. Hay variedades famosas en Francia, Escocia, Alemania, España, en todas partes, pero entre las estupendas de la costa pariana, brilla la carupanera con méritos planetarios. No está sola en la mesa criolla de la excelencia suprema. Desde Caracas compiten el asado negro y el pastel de polvorosa, de los Andes la Pisca, reconfortante parienta sencilla y noble del complejo Ajiaco Santafereño, la desmesura de las enormes cachapas apureñas y en mi tierra larense que tan sabroso se come, ni las generosas cabras con su leche blanquísima y ricos derivados, han podido con el lomo prensao y los chicharrones blancos de Carora. Pero yo humildemente y regionalismo aparte, concedo con rigor teológico que a la morcilla de Carúpano corresponde el altar mayor.

“El Stilton y el oporto nacieron el uno para el otro. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, decía un tragón antológico de nombre Winston Churchill, sobre cuyos gustos alimentarios hay libros escritos, como el de Cita Stelzer Dinner with Churchill. Policy Making at the Dinner Table, sin contar el licor que trasegó y el cuarto de millón de puros que calculan se fumó en su larga vida. Y es que la geografía planetaria ofrece en la mesa pruebas más grandes y conmovedoras que los más hermosos templos de todos los credos, como la Catedral de Colonia, donde rezar debe ser como enviarle un Whatsapp al Padre Eterno.

¿Cree usted, sinceramente, que el jamón de cerdo ibérico o el turrón de jijona brotaron un buen día así como así? Hay en la grasa de aquel que se derrite en la boca o en la suave tersura artesanal de éste, tanta maravilla de la naturaleza como sabiduría humana. Piense en el Pato Laqueado pequinés o en el Asado de Tira sureño. A mí no me engañan con que se cruzaron por accidente la burrata, inventada en Apulia y enriquecida al elaborarla con leche de las búfalas que trajeron los árabes a Sicilia, el tomate o xitomatl náhuatl que asombró a Cortéz, la albahaca proveniente de las regiones tropicales del Asia. Son siglos de viajes, proezas, trabajo e inteligencia humanos reunidos en una modesta Capresa.

¿Se ha dado cuenta se la exquisita perfección de un croissant? Harina, azúcar, mantequilla, huevo, sal, leche y alguna otra cosa. Otra vez, natura tiene la palabra, pero desde el siglo XIX, obra el saber de los panaderos parisinos probablemente asistido por el enorme jorobado que Victor Hugo dixit habita en los campanarios de Notre Dame.

Siga su viaje, real o imaginario, por el mapa nacional o mundial pero mantenga los ojos bien abiertos que Dios se asoma a la mesa.

Que estas fechas sean de alegría en familia y con la gente querida. Que el año nuevo sea de buenas noticias que casi siempre hay que salir a buscarlas y no simplemente esperar que nos las traigan. Saquémosle el jugo a este diciembre que 2024 se presenta como un año de grandes posibilidades y por lo mismo de enormes responsabilidades.

Ramón Guillermo Aveledo

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