Aún es pronto para evaluar todas las consecuencias de la aplastante victoria electoral de Javier Milei en Argentina, pero su conducta en los días siguientes a su elección comienza a confirmar que demasiados medios de comunicación andan dispuestos a repetir como loros cuanta falacia que se les suministre, bien sea por sensacionalismo o por promover tendencias que ahora denominan “progresistas”.
El propio candidato hizo mucho con su estrafalaria conducta para alimentar una imagen desconcertante para muchos, quizás a sabiendas de que en un mundo gobernado por caricaturas la diferenciación le podría generar una mayor popularidad ante un público que obcecadamente votaba por un adefesio llamado “peronismo” y su mafia depredadora.
Pero va quedando claro que sus opositores aprovecharon aquellas conductas para alimentar una catarata de patrañas, exageraciones y afirmaciones sacadas de contexto para hacerle al mundo creer que se trataba de un orate desaforado.
El flamante presidente electo de Argentina ya ha extendido sendas invitaciones al Papa Francisco y al brasilero Lula da Silva para que asistan a su toma de posesión. Ha aclarado que la dolarización y la eliminación del Banco Central son objetivos a conseguir en determinado tiempo, y no medidas que aplicará irreflexivamente. Y así sucesivamente.
Los medios de comunicación masiva históricamente han tenido una marcada tendencia a la propagación de mensajes de poco calado intelectual y alto contenido emocional.
Pero con los medios electrónicos esa propagación se ha vuelto instantánea, mucho más breve, superficial, voluble, y totalmente globalizada a tal grado que en cuestión de minutos se logra etiquetar, ridiculizar, deformar, desfigurar, y exagerar a cualquier figura que aparezca en el panorama.
A eso se suma que desde hace algunas décadas a muchos de esos medios les ha dado por “explicar” y adjetivar las noticias, utilizando “analistas” sesgados para suprimir la diferenciación entre lo que es editorial, opinión e información.
En años recientes ha sido notoria la difusión de la etiqueta “ultraderecha”, la multiplicación del término “progresista” y casi desaparición de la palabra “ultraizquierda” de muchos de los medios más difundidos.
La tendencia ahora parece agravarse con la aparición de la denominada “inteligencia artificial”, capaz de falsificar la imagen y mensaje de cualquier ser vivo o difunto. Por eso, hoy más que nunca, resulta uno esclavo de lo que dice, y dueño de lo que calla. Porque es fácil arrancarle las plumas a una gallina, pero casi imposible volvérselas a colocar.
Antonio A. Herrera-Vaillant