#OPINIÓN ¿De regreso a la tribu? #22Nov

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“…el concepto que usamos de tribalismo corresponde al establecido en la segunda acepción que trae el DRAE para esa palabra: “Tendencia a sentirse muy ligado al grupo de gente al que se pertenece, y a ignorar al resto de la sociedad” …”

Jorge Puigbó

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Después de las guerras vienen períodos en los cuales una parte de la humanidad, la afectada, pareciera reflexionar, inducida a ello por el miedo, los horrores y los sufrimientos acaecidos, también hartos de sentir una violencia irracional y sin sentido. Dos de esos remansos de paz, los más cercanos, fueron los que siguieron a la primera y segunda guerra mundial, en los cuales aparte de la sensación de sosiego, libertad y plenitud que sintieron las sociedades directamente involucradas en el conflicto al terminar éste, inmediatamente se comenzaron a propagar infinidad de discursos de intelectuales que contenían grandes aspiraciones de poder enmendar las conductas propiciatorias de conflictos bélicos y se comenzó por darle apoyo institucional y unidad a estos propósitos, lo cual se materializaría y consagraría en la creación de organismos rectores de carácter mundial, como la ONU y otros, que sirvieran a esos fines. Himnos que cantaban a la hermandad de naciones y hasta un idioma universal, el esperanto, aparecieron, en el mundo occidental, productos de esta euforia humanística, de esta explosión de esperanzas. La cuestión fue que, en la realidad subsistieron, íntegros, poderosos intereses conceptuales dentro de grupos de individuos, de partidos políticos, de países, de razas y religiones, que concebían a sus principios, valores, o ideologías, por encima de las demás, convencidos de ser éstas contenedoras de la única verdad y por consiguiente capaz de otorgar a sus seguidores la cualidad de ser distintos del resto de los hombres y, lo más significativo, consagrándolos como elegidos en una misión  para imponerlas al resto de la humanidad. No murió absolutamente nada, las ideologías se conservaron, hibridizaron y mutaron, adquiriendo nuevas valorizaciones en un mundo desorientado por la manipulación mediática.

Una de las realidades innegables de la naturaleza humana es la necesidad de pertenecer a un grupo, derivado esto de instintos vitales de nuestra especie como son: sobrevivir y de reproducirse, prueba de ello es la existencia misma de nuestra sociedad, la cual es el producto final de una larga evolución en la búsqueda de la seguridad y el confort. Hordas, familias, tribus, reinados, naciones, pandillas, agrupaciones políticas, comerciales, profesionales, religiosas, independientemente del objetivo que puedan tener, es el sentido de pertenencia el que aglutina a la gente en torno a ellas y esto solo se consigue con el reconocimiento del otro, es el predominio del sentido gregario frente al individuo aislado, lo cual, a su vez, incluye renuncias que implican que la persona debe someterse a las normas del grupo o sociedad.

Todos aquellos sueños de unidad mundial, desde los más románticos, como un solo idioma para entenderse y comunicarse, pasando por la desaparición progresiva de las fronteras, el cese de las guerras y la muerte de las ideologías, se fueron diluyendo con el fortalecimiento de grupos y sus ideas que creíamos desaparecidos, compartiendo costumbres y sentimientos, de los cuales la raza, idioma y religión están cumpliendo nuevamente un factor determinante. Este fenómeno no nace enteramente de forma natural, sino que los liderazgos asumieron la política de utilizar y azuzar los enfrentamientos entre ellos, agudizar las contradicciones, aumentar las diferencias, para tratar de consolidar, en su beneficio, un caudal de clientes, o seguidores, trayendo como consecuencia la polarización y ruptura de la sociedad, sobre todo en occidente y la formación de bandos, especies de tribus. En un artículo, el  escritor Alfredo Ramírez Nárdiz, del 12 de enero del 2020 en El Heraldo de Medellín, Colombia, titulado “Tribalización Política”, expresa: “ Por darle una definición, podría afirmarse que la tribalización política es la división maniquea de la sociedad en bandos enfrentados e irreconciliables, que chocan por el poder y que, apelando al sentimiento de pertenencia y evadiéndose de razones, se consideran incompatibles con los otros, enemigos por naturaleza, destinados al triunfo unos y la derrota, si no destrucción, los otros. El tribalismo, al ser frontalmente opuesto a toda concepción de la sociedad que asuma la transversalidad, la negociación y la cesión mutua como algo normal, así como al negar cualquier posible posesión de la verdad o de parte de la misma al contrario y al asumir la propia como la única postura no ya racional, sino moralmente aceptable, es contradictorio con la democracia liberal, la cual parte de la aceptación del otro como un rival digno de respeto, no un enemigo, concibe como posible el error propio y el acierto ajeno, y entiende la vida política como un continuo ceder, transigir e incluso renunciar a los objetivos propios o a parte de ellos en pos del acuerdo entre los distintos grupos sociales. La democracia ve la contradicción como algo tolerable e inevitable en una sociedad compleja, incluso deseable como instrumento del sano choque de ideas que acerque a la comunidad a una verdad más plena… El tribalismo divide la sociedad en buenos y malos, siendo estos últimos excluidos de la sociedad para convertirse en antagonistas con los que es imposible razonar y que han de ser neutralizados, o incluso exterminados. La democracia es Popper y el liberalismo. El tribalismo es Schmitt y el totalitarismo”. Clara exposición que consideramos abarca la totalidad del problema esencial que hoy afecta, no solo a nuestros países latinoamericanos, sino al mundo entero. Antes de continuar debemos señalar que el concepto que usamos de tribalismo corresponde al establecido en la segunda acepción que trae el DRAE para esa palabra: “Tendencia a sentirse muy ligado al grupo de gente al que se pertenece, y a ignorar al resto de la sociedad”.

Al leer artículos, ensayos o libros sobre el desarrollo de la política en el mundo, nos damos cuenta de lo complejo que se ha trasformado este proceso. La conducción y convencimiento de las masas por el liderazgo, hoy, se torna mucho más fácil, rápida y efectiva, por los instrumentos que la Internet y sus redes sociales les proporciona. La reconocida profesora danesa Marlene Wind, asentó en su libro, “La tribalización de Europa”, (Editorial Planeta, S. A., 2019), varios conceptos a tener en cuenta: “…Cuando cultura e identidad se emplean deliberadamente con fines políticos, decimos que se está haciendo «política identitaria». La política identitaria prolifera actualmente por doquier, y no solo en Europa…La sustitución de la política por la identidad o la cultura es un arma muy poderosa, pero muy explosiva también. Es poderosa porque, al anteponer la identidad y la pertenencia étnico-cultural a todo lo demás, plantea la existencia de un estrato mucho más profundo, inocente y puro situado más allá de lo político. Y es peligrosa porque quienes la proponen se niegan a admitir la naturaleza política de sus posiciones, lo que significa que no admiten que son posiciones discutibles y con las que es perfectamente posible discrepar…”

Hoy los políticos echan mano a toda técnica de manipulación que exista independientemente de los valores que atropellen y el daño que ocasionen. Democracias que creíamos consolidadas en el tiempo hoy las vemos fragmentadas en bandos políticos irreconciliables, en tribus enemigas. Divisiones en la sociedad, reales o no, creadas artificiosamente o realmente existente desde siempre, pero incentivadas por intereses nos están hundiendo irremediablemente. Palabras como etnonacionalismo, etnocentrismo, multiculturalismo, populismo, islamismo, son ya cotidianas. Bolivia y sus indígenas de diferentes etnias, Bosnia y su etnonacionalismo político, Inglaterra y el rechazo al Brexit, Cataluña y su separatismo, judíos y árabes, Estado Islámico, China y los Uigures, chiitas y sunitas, hasta demócratas y republicanos en EEUU, son ejemplos claros de divisiones peligrosas: priva lo tribal. 

Jorge Puigbó

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