El cambio es lo propio del mundo. No me atrevo a decir del universo, porque éste parece estar sometido a leyes eternas para mantener el equilibrio entres los astros. En fin, no soy fuerte en astronomía, los telescopios me dan miedo y en este campo mejor no opino. Pero el mundo es mi casa. Como desde los 7 años de edad he sido muy consciente de mi misma y de mi entorno, tengo 90 años y 10 meses observándolo. He visto la mutación de usos, costumbres, modas, ideas, creencias y otras cosas.
Por poner un ejemplo de cambios en usos y costumbres, porque después voy a hacer hincapié, sobre todo, en cambios deportivos: en mi niñez, las señoras caraqueñas no salían a la calle sin sombrero; y las del servicio doméstico, si no usaban sombreros, lucían sus andaluzas con reminiscencias coloniales. Llevar la cabeza al aire era sello de mujer pública. Hoy, no sólo cabezas, sino partes más íntimas del cuerpo van al aire. Todo cambia.
Aprendí béisbol por radio, de esto he escrito alguna vez. Algo sabía por juegos infantiles, pero fue en octubre de 1941, durante la Serie Mundial de Béisbol Amateur en La Habana, que completé mi entrenamiento. Recién llegada del exilio en Costa Rica, vivía ese año en Barquisimeto y cursaba 2º año de bachillerato en el Liceo Lisandro Alvarado. Seguíamos la serie por radio, con entusiasmo porque el equipo venezolano comenzó a ganar. Finalmente se alzó con el trofeo, pero tuvo que ganarle dos veces a Cuba, porque había perdido un juego con República Dominicana. Esos dos juegos los lanzó íntegros, nuestro lanzador Daniel “Chino” Canónico, nada más ni nada menos que enfrentando al famoso pítcher cubano Conrado Marrero. Los venezolanos, con este primer triunfo fuera de nuestras fronteras, reventábamos de orgullo. El deporte del bate y la pelota ganó muchos adeptos.
Cuando nos vinimos a vivir a Caracas en 1942, los Álamo Bartolomé nos hicimos asiduos al Estadio San Agustín. ¡Cuántas tardes emocionantes viví allí! Vi lanzar al “Patón” Carrasquel, a Vidal López, batear, correr y atrapar, a tantas glorias del deporte nacional. Recuerdos inolvidables. Hoy, viendo la Serie Mundial del béisbol del norte, me doy cuenta de los cambios en un deporte que parecía tener reglas inconmovibles. Pero no se trata sólo de reglas, sino de modos de jugar. Todo cambia.
En el béisbol de hoy, ya el lanzador no batea. Duró más la costumbre en la Liga Nacional y cuando se jugaba en territorio de ésta, los peloteros de la Americana se burlaban de sus lanzadores que lucían bien bastos e inútiles al bate. Ya no, se generalizó lo del bateador designado, lo cual viene muy bien para dar ese puesto a grandes bateadores que, ya por edad, corren poco. Lo acabamos de ver en este año de despedida de nuestro gran y cuarentón Miguel Cabrera. Los Tigres de Detroit lo pusieron en este lugar en el line-up y Miggy se cansó de dar hits y jonrones, para gloria de su equipo, sin tener que estirar las piernas. Todo cambia.
Para este año inauguraron nuevas reglas en el béisbol de norte. Ahora regulan el tiempo de operación, tanto del bateador, como del lanzador. Se acabaron las vueltecitas y golpes con el bate a los spikes para sacarse el polvo, del primero; así como los lanzamientos a primera base, del segundo, cuando hay corredor allí, hoy están limitados a dos. Un relojito controla estos ajustes. Esto, por supuesto, facilita el robo de bases. Y lo más novedoso: si los equipos contrincantes terminan el noveno inning empatados, para el décimo, ya en extra-innings, colocan un corredor en segunda base, que llegó allí será por obra del Espíritu Santo. Lo llaman el “jugador fantasma”. La intención es facilitar la carrera del desempate, a fin de acortar el tiempo de juego. Todo cambia.
Pero hay cambios que no son de reglas sino de uso. En tiempos pasados, los jugadores gringos, en general grandotes y pesados, jugaban un béisbol acorde a sus condiciones físicas. Comenzaron los latinos a invadir las Grandes Ligas y entró una ráfaga de ligereza, más, con los managers y coachs también latinos. Se popularizó el toque de bola, el robo de base, el bateo y corrido. Las piernas y la viveza de los iberoamericanos introdujeron en el norte la pelota Caribe. Hoy, los managers catires usan estos trucos, aunque no muy adecuadamente. Lo acabo de ver en la reciente Serie Mundial del norte. En el quinto y último juego entre Texas y Arizona (por cierto, fue una Serie del Lejano Oeste), el manager de Arizona, a comienzos del juego, con dos hombres en base, sin outs, puso a batear a Gabriel Moreno, cátcher venezolano y buen bate, un a destiempo toque de bola. ¡M´hijo, eso quizá con el juego más adelantado! Moreno perdió la ocasión de dar un hit. En el cuarto juego, decidió exhibir todo su bullpen e hizo cambios de lanzador sin razón. Todo cambia.
Este juego se caracterizó por algo muy extraño. En los primeros innings, los grandes bateadores de los Rangers de Texas, no bateaban, mientras dejaban batear de lo lindo a los Cascabeles de Arizona; éstos llenaban las bases pero no entraban en carrera. Llegué a tener el mal pensamiento de que los texanos, a un juego de coronarse campeones, no querían hacerlo en tierra extraña, sino en su propio estadio y suelo, donde debían ir, si era necesario un sexto juego. Por su parte, los locales, tampoco querían ir a Texas, sino perder de una vez en casa, puesto que desaprovecharon todas las oportunidades que les dieron. Finalmente, en los últimos innings, despertaron o se cansaron de esperar los bates de Texas. Se coronaron campeones en territorio ajeno. Mi mal pensamiento tal vez fue un juicio temerario, pero como…, todo cambia.
Y cambiamos los seres humanos, para bien o para mal. Sin embargo, creo que el cambio, en el hombre, tiende para el bien. Malo cuando nos enquiztamos en maneras de ser y decimos con un orgullo fatuo: “Yo soy así”. O como proclamaba un señor engreído, auto haciéndose lo que creía un elogio: “Yo soy consecuente hasta con mis errores”. ¡Vaya consecuencia! La grandeza humana está en su capacidad de transformarse, de ser mejor, de aspirar hacia las alturas del espíritu, porque gracias a Dios…, ¡todo puede cambiar!
Alicia Álamo Bartolomé