Tenía nueve años Rodrigo Riera, cuando un día llegó a la sede de El Diario, de Carora, para limpiarle los zapatos al director del periódico, José Herrera Oropeza, y al ver una guitarra colgada en la pared pidió permiso para tocarla.
Al escuchar que debía ser afinado el instrumento, ripostó que él podía hacerlo y, momentáneamente, apartó su cajón de madera, en la que guardaba las cremas y los cepillos para limpiar zapatos, con el fin de que le bajaran la guitarra.
Las personas que estaban en el lugar, al ver que el humilde limpiabotas, una vez que hizo los registros y magistralmente tocó la melodía Los puentes de París, quedaron impresionadas.
Aquel muchacho tenía dificultad para caminar porque había sufrido de poliomielitis, la cual le ocasionó problema en una de sus piernas; pero, ese mal no le ocasionó barrera alguna para desenvolverse en la vida.
Es por ello que al correr el comentario de que Rodrigo Riera había impactado a la gente en El Diario, no tardó en enterarse el intelectual Cecilio “Chío” Zubillaga, quien se interesó por ayudar al jovencito para que se preparara en el arte musical por considerar que tenía futuro, y así fue.
La anécdota es referida a El Impulso por el profesor Juan Páez Ávila, exdirector de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, exparlamentario, periodista de gran experiencia, novelista y uno de los más importantes intelectuales del país.
“Chío “ Zubillaga, quien escribía para El Diario, escribió cartas de recomendación para Rodrigo Riera como también para Alirio Díaz, manifiesta el autor del libro Dos Guitarras, que trata precisamente sobre esos dos extraordinarios guitarritas clásicos que llegaron a ser los mejores en el mundo.
Rodrigo Riera fue talentoso, disciplinado y creativo, describe. Fue una persona excepcional, que mantuvo todo el tiempo su característica humildad y formó una generación de excelentes guitarristas clásicos.
Como Alirio Díaz, de Caracas se fue a Europa y del viejo continente se trasladó a Nueva York, sin saber inglés, pero con unas intensas ganas de enseñar y percibía apenas tres dólares por hora de enseñanza.
Estuvo ocho años dando clases de guitarra en los Estados Unidos y al regresar a Venezuela se vino a Barquisimeto, donde el doctor Argimiro Bracamonte, quien era rector de la Universidad Centroccidental, lo incorporó a su equipo para la cátedra de música.
Rodrigo tuvo en su haber unas trescientas composiciones y adaptó música autóctona a la guitarra clásica, destaca el profesor Páez Ávila. Y muchas de sus composiciones fueron interpretadas por Alirio Díaz.
Es bueno resaltar que nunca hubo rivalidad entre ellos, que eran los mejores guitarristas de su época, manifiesta. No sólo eran buenos amigos, sino que se apreciaban mutuamente y llegaron a tocar juntos muchísimas veces en conciertos celebrados en diversos países del mundo.
Eran contemporáneos, dice. Rodrigo Riera nació el 19 de septiembre de 1923, en el sector Barrio Nuevo, de Carora, siendo sus padres Juana Riera y Juancho Querales. Y Alirio Díaz, hijo de Pompilio Díaz y Josefa Leal, vino al mundo en el caserío La Candelaria, el 12 de noviembre del mismo año. Los separaban menos de dos meses de edad.
“No me molesta que me llamen el “chueco” Riera, porque en Carora llaman a todo el mundo por lo que es,” llegó a decir el célebre músico y compositor, quien el mismo se decía “chueco.”
¿Cómo llegó a interesarse por la guitarra clásica? Sobre el particular existe la anécdota de que en sus días de limpiabotas se topó con el guitarrista paraguayo Agustín Barrios Mangore, quien había ido a Carora para dar un concierto.
Rodrigo Riera le pidió como pago que lo dejara entrar al concierto porque tenía el sueño de ser guitarrista, y fue complacido.
Ya para entonces había aprendido a tocar cuatro, a los siete tocaba composiciones venezolanas y a los nueve comenzaba a conocer los secretos de la guitarra guiado por su hermano Rubén.
De Carora, Rodrigo Riera se vino a Barquisimeto, para trabajar primero en Radio Lara y después en Radio Barquisimeto. Más tarde se iría a Maracaibo, donde actuaba como guitarrista en la emisora Ondas del Lago, propiedad de Nicolás Vale Quintero. Y por las noches, en un bar.
Se tiene conocimiento que trabajando en Ondas del Lago conoció al trovador Armando Molero, a quien ya éste desaparecido le dedicó una suite.
De Maracaibo se mudó a Caracas, para estudiar en la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas, donde le aceptaron pese a a su edad, debido a su talento y a la recomendación que le había hecho el conocido músico Antonio Lauro. Sus profesores fueron Raúl Borges, Juan Bautista Plaza y Vicente Emilio Sojo.
Al recibir una beca del Ministerio de Educación se fue a España y luego a Italia, donde además de haber recibido clases de Andrés Segovia, estudió música de cámara con Ricardo Gréngola por espacio de cuatro años.
Su primer concierto lo realizó en 1954 en el Teatro de la Comedia, en Madrid; y nueve años más tarde se fue a Nueva York. Le dio clases al cantante José Feliciano, entre sus alumnos más exitosos.
Insistió el profesor Páez Ávila en la extraordinaria cualidad que tuvo Rodrigo Riera para componer todo tipo de música y adaptar los aires venezolanos a la guitarra clásica. Con el pintor Jesús Soto, quien antes de su consagración en el arte cinético vivió de la guitarra, grabó un disco con boleros de Agustín Lara.
Hizo muchas grabaciones, escribió varios preludios, interpretó valses y otros aires, y su recuerdo será perdurable por el legado que dejó en la música. Rodrigo Riera casó con Julia Esteban, de cuya unión procrearon a María Josefina, Rubén, Andrés y Juan José.
En la ocasión del centenario del nacimiento de Alirio Díaz también se le ha tributado en Carora una vez más homenaje a su música, que enaltece a Venezuela.