#OPINIÓN La luz luminosa #6Nov

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En el año 2000, cuando la Boston Symphony Orchestra estrenó en los Estados Unidos “La Pasión según San Marcos” del compositor Osvaldo Golijov, el coro fue la Schola Cantorum de Caracas (hoy Schola Cantorum de Venezuela). Uno de los asistentes a lo que resultó ser un memorable concierto, fue mi hermano Ricardo. “La Schola Cantorum estuvo sublime y María, genial”, me dijo con gran entusiasmo. Las crónicas periodísticas de ese entonces refieren que el aplauso duró casi media hora. Y debo decir que conozco bien al público que asiste a esos conciertos en Boston: es bastante exigente. En otras palabras, no regala aplausos así como así.

Otro tanto sucedió en enero de 2014, cuando de nuevo se presentó María Guinand al frente de su Schola Cantorum, esta vez acompañada de un conjunto instrumental hecho a la medida llamado Orquesta de la Pasión, (cuyo co-líder fue Gonzalo Grau, su hijastro) a dirigir nuevamente la magna obra de Golijov. En esa oportunidad fue mi hermano menor, Rafael, quien me llamó embargado de emoción. Unos días después, un detallado artículo del compositor y abogado en ejercicio, Vance R. Koven, quien estudió música en Queens College y el Conservatorio de Nueva Inglaterra, y derecho en Harvard, daba cuenta de la magnificencia de la interpretación en The Boston Musical Intelligencer: “Probablemente sea seguro decir que el público de la Sinfónica de Boston rara vez escucha música como “La Pasión según San Marcos de Osvaldo Golijov”, comenzaba diciendo. Pero esto que puede ser extraordinario en la carrera de cualquier músico, no lo es para la de María Guinand: se ha repetido muchas veces a lo largo de cinco décadas cosechando éxito tras éxito.

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El 31 de octubre pasado asistí al acto de conferimiento del doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad Metropolitana de Caracas. La decisión había sido tomada a fines de 2019, por las autoridades encabezadas por el doctor Benjamín Scharifker; pero con la llegada de la pandemia, su entrega fue posponiéndose… Una feliz coincidencia, porque a quien le tocó dárselo fue a su hermana María Isabel, Marisa, designada rectora de la universidad hace apenas año y medio. Hablar de la emoción que sentí -primero con las palabras de Marisa, luego con las de María y finalmente verlas fundirse en un abrazo al entregar una y recibir la otra la medalla- me quedaría corta. Yo lloré en varios momentos. Actos como este son los que me reconcilian con Venezuela y su futuro.

Y es que todo fue precioso de principio a fin. Comenzó a los pies del samán, símbolo de la Unimet, donde la Fundación Gandhi de Venezuela rindió un homenaje a la Maestra Guinand, frente a la estatua de otro sembrador de paz como ella: Mahatma Gandhi. En las palabras de bienvenida, la presidente de la Fundación, Verónica Rodríguez de Guruceaga, dijo que “María es una luz luminosa”. Me encantó la figura retórica, porque justamente eso es lo que ella es: un faro, un resplandor, una claridad…

Luego intervinieron la Schola Cantorum, la Coral de la Fundación Empresas Polar (de la que ella es directora) y el Orfeón de la Universidad Metropolitana, para interpretar dos temas, “An Irish blessing” y “Yo amo la paz” del Maestro Néstor Zavarce, con letra de él y Marielena Lorenzo, mientras María, Verónica, el Maestro Alberto Grau y Natalia Castañón, vicerrectora académica, hacían una ofrenda floral a Gandhi. Finalmente, María dio unas palabras, breves y sencillas, llenas de amor, agradecimiento, humanidad, dignidad, honra, nobleza… Uso los mismos adjetivos para calificar su discurso de orden. Su agradecimiento a su marido, el Maestro Alberto Grau, su mentor y guía a través de su largo e intenso viaje por la música, fue conmovedor. También el recuerdo a sus padres, a su apoyo e influencia. Habló con orgullo y gratitud de sus hijos y nietos y en general de su familia. La familia Guinand, con quien me unen lazos de afecto de varias generaciones ya, es una progenie unida y honorable. Allí estaban muchos de ellos, arropándola en un momento tan importante de su vida. Y por supuesto, se refirió a sus coros y sus alumnos, que son una suerte de familia extendida.

El final fue sencillamente grandioso: los tres coros unieron sus voces -y para terminar hasta los asistentes cantamos- sí, es un hecho que María hace cantar hasta a las piedras.

El programa musical que comenzó con la participación de la Schola Cantorum, incluyó el “Doxa Patri”, una canción griega del siglo VIII cuya versión coral es de Alberto Grau y “Al mar anochecido”, una poesía de Juan Ramón Giménez con música de Gonzalo Castellanos, que dirigió el mismo Alberto Grau. Luego vino la “Mata del ánima sola”, una poesía de Alberto Arvelo con música de Antonio Estévez, con un solista que me fascinó: el muy talentoso joven Jesús Bernal. Después vino el “Kasar mie la Gaji” (“La tierra está cansada”), una impactante obra de Alberto Grau. Esa parte cantada sólo por la Schola finalizó con “El guayaboso” de Guido López Gavilán.

Luego se integró el orfeón de la Unimet, dirigido por Neleb García y juntos cantaron “Mi Patria es el Mundo”, basado en textos de Mahatma Gandhi y Lucio Anne Seneca.

Para culminar, se sumó la Coral de la Fundación Empresas Polar y ese gran coro, dirigido por la misma María, cantó la maravillosa poesía de Mario Benedetti, “Te quiero”, convertida en canción por Alberto Favero con arreglo de Liliana Cangiano. Luego Luimar Arismendi dirigió “Mis ilusiones”, con música de San Luis y Voz Veis, donde todos cantamos. Cerramos con el Alma Llanera.

La música coral tiene el poder de conmover, tocar el corazón y unir a las personas en armonía. Detrás de la magia de estas melodías está la figura de la Maestra María Guinand, quien cada vez que se hace presente deja una huella imborrable dentro de ese mundo portentoso. Con su pasión, talento y dedicación, ella ha elevado la música coral a nuevas alturas, y está dejando un legado invaluable en la escena musical internacional.

No voy a hablar de su currículum, pues está en miles de páginas web. Pero sí quiero decir que María Guinand es una de las personas más importantes e influyentes en el universo de la música coral. Ha dirigido coros en todo el mundo y ha colaborado con prestigiosas orquestas y directores de renombre. Su capacidad y carisma la han llevado a ser invitada frecuentemente como directora en importantes festivales y encuentros corales. Además, ha sido jurado en concursos internacionales e impartido clases magistrales, compartiendo su conocimiento y experiencia con jóvenes directores y cantantes de todo el globo.

Su legado, que cada día crece y se enriquece, se extiende más allá de sus logros como directora coral. Su enfoque en la formación de nuevos talentos y sobre todo, en usar la música como instrumento de ascenso social, permitirá que esa influencia se perpetúe en las generaciones futuras. María Guinand ha inspirado y formado a numerosos jóvenes, dotándolos de las herramientas necesarias para desarrollarse, no sólo en el mundo de la música, sino en la vida real. Cantar en coro es la mejor metáfora de lo que debería ser el mundo: diverso, plural, variado, donde cada quien tiene su puesto, es aceptado, respetado y su voz es importante para el resultado final.

La huella que está dejando María es importantísima e imborrable. Su pasión y su compromiso con la difusión de la música coral y su labor como formadora son una contribución medular al enriquecimiento cultural de la sociedad. Aplaudo a mi alma mater por esta decisión de hacerla nuestra doctora, porque María Guinand es un ejemplo a seguir para aquellos que buscan encontrar la verdadera grandeza a través de la música. Una luz diáfana. Una luz prodigiosa. Una luz luminosa.

Carolina Jaimes Branger

@cjaimesb

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