#OPINIÓN Facebook y la Universidad de Harvard #6Nov

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Mark Zuckerberg, nacido en Estados Unidos en 1982, fundador de la colosal empresa Facebook, se encontraba en Davos, Suiza, participando en el Foro Internacional de Economía, cuando se le acercó uno de los responsables de las más poderosas empresas de comunicación del mundo, rogándole que le dijera cuál es su secreto. El joven, de apenas 22 años, que es un geek (persona fascinada por la tecnología) de pocas palabras, le respondió al empresario: “No puedes”. Agregó acto seguido que “no se pueden empezar comunidades, puesto que ellas ya existen. La pregunta que deberías hacerte es cómo puedes ayudar para hacer eso mejor”.

Quiso decir este joven multimillonario: organización eficaz. Esto fue lo que aportó a la muy prestigiosa Universidad de Harvard, luego a otras universidades y después al resto del mundo con su plataforma social. “La comunidad de Harvard ha hecho lo que quería hacer durante tres siglos antes de que Zuckerberg pasara por allí”, dice enfático Jeff Jarvis, autor del libro: Y Google ¿cómo lo haría? Planeta, 2010). “Lo que él hizo fue simplemente ayudar a que lo hicieran mejor”.

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Zuckerberg contó la historia de su curso en arte en Harvard: no tenía tiempo para ir a clases ni para estudiar, pues al fin y al cabo estaba muy ocupado fundando una empresa de quince billones de dólares. El examen final iba a ser en una semana y le entró pánico. El joven hizo lo que es natural para cualquier nativo de la web. Se metió en internet y descargó las imágenes de todas las obras de arte que sabía entraban en el examen. Las puso en una página web y añadió una caja de texto en blanco debajo de cada una de ellas. Escribió un e-mail a todos sus compañeros con la dirección de la página diciéndoles que había construido una guía de estudio. La clase obedientemente se conectó y fue rellenando las cajas de texto con los datos esenciales de cada obra de arte, colaborando para que todo fuera correcto. “Dado que eran de Harvard -dice Jarvis-, hicieron un buen trabajo”. 

El resultado no se hizo esperar: Zuckerberg aprobó. Pero lo mejor de todo es que el profesor dijo que la clase globalmente había sacado mejor nota de lo habitual. Ellos consiguieron capturar la sabiduría de la multitud y ayudarse mutuamente. El joven geek había creado el camino para que la clase colaborara entre sí. Les proporcionó una organización eficaz. (pág. 70-73)

Ahora bien, ¿sería legítimo ser optimistas ante este hecho simplificador de la alta cultura, como diría el Nobel peruano Mario Vargas Llosa? ¿No será acaso síntoma de decadencia de Harvard, como sostiene Morris Berman, quien al abordar las instituciones educativas de Estados Unidos afirma que el 45 por ciento de los universitarios “no han aprendido nada” después de 4 años de cursos? Y agrega esta astilla encajada en esa imagen de grandeza y autocomplacencia que profesa la mayoría de sus compatriotas: “El propósito de la mayoría de los universitarios en Estados Unidos ahora es tener una experiencia social, no intelectual.”

Berman sostiene en su magnífico libro titulado La edad oscura americana, que existe un serio desprecio por las humanidades en su país, cosa muy grave. El 60 por ciento apenas lee un libro al año, libros de novelas románticas baratas y de autoayuda. Este feroz crítico de la cultura estadounidense que vive en México, dice que internet encarna una gran paradoja, pues cualquiera puede publicar sus producciones literarias, pero la mayoría de lo que se publica no es más que basura. Por otro lado, afirma Morris, leer en internet corremos el riesgo de perder la profundidad que tenemos al leer en texto impreso.” 

 Jarvis, refiriéndose al libro impreso, se atreve decir que “las cosas físicas apestan«. Lo impreso apesta.” Este desbocado optimista de la “cultura Google” y quien relata la experiencia simplificadora del arte y la pereza de Zuckerberg en Harvard, agrega que lo impreso limita tu espacio, restringe tus tiempos y tu capacidad de mantener informado al minuto a tus lectores. Lo impreso es ya viejo cuando acaba de ser impreso. Sigue un modelo de talla única. No te permite hacer clic para ampliar informaciones. No puede ser buscado ni reenviado. No tiene archivos. Mata árboles.” (pág.102)

Este curioso personaje, que escribe un libro para afirmar que el libro no es necesario, como hizo el canadiense McLuhan en su momento, alaba lo que se ha llamado la Universidad Google. ¿Quién necesita una universidad cuando tenemos Google?, se pregunta Jarvis. De modo que estamos ante la muerte de la universidad tradicional que viene de la Edad Media, para dar paso a una universidad como Harvard: “cálidas maderas alrededor de un fuego encendido. Harry Potter sin la pompa y el kitsch, la experiencia -de Disney World- de la educación.” Y dice este fundamentalista que: “Facebook puede suplantar a las universidades como creadoras de redes.”

Pero, ¿dónde está el espíritu crítico, el rasgo distintivo principal de la cultura de Occidente, como sostiene el Nobel mexicano Octavio Paz, en una universidad diseñada de tan frívola y superficial manera?, es la pregunta que con angustia me hago al leer el libro de Jeff Jarvis y al avizorar la entrada rutilante y ominosa de la Inteligencia Artificial.

Luis Eduardo Cortés Riera

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