La insurgencia de María Corina Machado como líder de la oposición venezolana dejó a todos los analistas sorprendidos, a los partidos políticos desconcertados y al gobierno absolutamente atemorizado, aturdido y dispuesto a transitar la ruta de la improvisación de manera peligrosa.
Pero más allá de estas reacciones inmediatas el fenómeno electoral del domingo 22 de octubre representa la concreción de una ruptura sistémica que se venía gestando desde hace tiempo y aflora como hito histórico cuando las condiciones objetivas del escenario político venezolano abrieron la oportunidad para su materialización.
En Venezuela a mediados del siglo 20 y a expensas de la renta petrolera se instaló un esquema clientelar mediante el cual los partidos políticos se convirtieron en intermediarios del presupuesto del Estado con la sociedad. Este esquema funcionaba de manera pública pero controlado por una Democracia que si bien era laxa en la discrecionalidad administrativa funcionaba con eficiencia en los controles jurisdiccionales y en la auditoría mutua que se hacían los mismos partidos a nivel del poder legislativo y la Contraloría general de la república, supeditada a su autoridad.
Es así que había un estado clientelar pero sometido a un escrutinio de opinión pública mediante la denuncia, los tribunales de justicia y las sanciones electorales que acarreaban cualquier delito o ventajismo oficial que se ventilara abiertamente por los medios de comunicación social.
Todo este esquema de protección ante los ímpetus paternalistas del Estado fue borrado por Hugo Chávez, quien en control absoluto de todos los poderes, por errores opositores suficientemente conocidos, convirtió en parranda de chucos el manejo del presupuesto nacional para instalar en Venezuela un socialismo que huérfano de teoría fue o es simplemente la profundización extrema del mojigato Estado clientelar que había acuñado el bipartidismo en los últimos 20 años de los cuarenta en los que fue referencia mundial de democracia tropical.
Los gobiernos de Chávez y Maduro impelidos por una teoría marxista que desconocían y entendieron cómo quitarle sus bienes a la gente de trabajo para entregarlas a sus huestes hamponiles , arruinaron al país y lo convirtieron en territorio de indigencia, violencia y martirio ciudadano.
Pasaron los años y los padecimientos se han ido acentuando. La huida de millones de venezolanos por rutas de muerte creo el desarraigo como enfermedad del alma, la muerte por carencia de un analgésico o un hipertensivo de bajo costo se hizo rutina, la muerte arropó con su sombra a una población otrora alegre y solidaria que celebraba con chistes los recodos de infortunio.
María Corina Machado quien tenía 20 años con una prédica centrada en la economía de mercado, en la necesidad de promover el trabajo como instrumento de una vida digna, que enfrentó cara a cara a Chávez para denunciar que la expropiación era un robo, que frente al comunismo afirmó que se necesitaba un capitalismo popular, era una figura que lucía solitaria en un país donde el gobierno se jactaba de sus cajas clap y la oposición para derrotarlo decía que daría unas cajas de alimento de mayor calidad. Marisa Corina nunca ofreció nada gratis, ofreció trabajo, justicia, defensa de la propiedad privada, inversión con rentabilidad asegurada para los empresarios. Era por ello una mujer que sin ser multimillonaria, por su linaje fue calificada de oligarca, por su mensaje abiertamente liberal y capitalista.
Por esa mujer, por ese mensaje, por ese cambio sistémico de que el Estado viva de la sociedad y no a la inversa, fue que votaron dos millones y medio de venezolanos. Un triunfo con porcentaje del noventa por ciento. El problema de María Corina es que el 90 por ciento de sus seguidores no entiende la clave de esta ruptura sistémica y tienen idéntica visión de quienes obtuvieron el diez por ciento en las primarias… Dios nos ilumine. Dios con nosotros.
Jorge Euclides Ramírez
