“Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción.”
“La ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia.”
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar, palacios, ponte y blanco.
Fuente: Del discurso ante el Congreso de Angostura del 15 de febrero de 1819.
Bolívar estaba plenamente persuadido de que la educación es fundamento de toda grandeza individual, social, política y nacional. “La instrucción es la felicidad de la vida”, dice en carta dirigida desde Lima el 25 de abril de 1825 a su hermana María Antonia; “y el ignorante está próximo a revolverse en el lodo de la corrupción; se precipita luego infaliblemente en el lodo de las tinieblas y de la servidumbre”. He aquí marcadas con estigmas de fuego las secuelas de tan terrible mal: tinieblas, corrupción y servidumbre. El ignorante, pobre viajero de la calígine, es carne dolida de opresión y de miseria. El Libertador consideraba la instrucción como complemento esencial del individuo. “Un hombre sin estudios es un ser incompleto”, añade en la carta citada a su hermana María Antonia. Sentada esta premisa, brota con lógica irrefutable el concepto preciso acerca del papel que deben jugar los gobiernos respecto a la educación de los pueblos cuyos destinos se les ha encomendado. “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del congreso”, exclama en su inmortal discurso de Angostura.
“Moral y luces son los dos polos de la República.
Moral y luces son nuestras primeras necesidades.”
Debo “presumir” que: La destrucción del más antiguo sistema de producción agrícola venezolano llega a límites de lo increíble. Las incongruentes justificaciones de las diferentes soluciones al desastre ocasionado por deficientes ingresos monetarios impuestos al productor; no dejan más que pensar que demuestran la “supuesta” ignorancia, ineficiencia, ineficacia, inoperancia, e irresponsabilidad con la cual, se ha enfrentado la gravísima problemática que extermina a las familias cultivadoras de café que han sobrevivido de las ochenta y cinco mil familias productoras de la noble cereza, cuantificadas por el extinto “Fondo Nacional del Café, FONCAFÉ,” que conformaban un universo definido por seres humanos, con todas las características necesarias para ser consideradas como una Etnia. A menos que sea una situación impuesta premeditadamente, y sólo así podríamos hablar de éxito.
La actitud ilógica, y la manifiesta terquedad, que conlleva a la “presunta” negación de los Derechos Humanos, Constitucionales y legales de los caficultores, de manera incomprensible, reconoce el fracaso de las políticas agrícolas, cuando se expresó que se condonaba la deuda de parte de los caficultores, precisamente, por no tener ingresos monetarios suficientes para poder honrar sus deudas.
Alguien se habrá preguntado: ¿Por qué los productores de café no pueden pagar sus deudas? ¿Habrán leído los partes médicos donde desde el año 1999, se viene denunciando que algunos caficultores se han suicidado por no poder honrar sus compromisos financieros? ¿Los que han muerto por ver destruidas sus unidades de producción cafetaleras como consecuencia irrefutable del precio vil impuesto, desde hace más de 24 años, no merecen justicia?
El inmenso chorro de dinero del cual se ha dispuesto, no alcanzó para satisfacer las necesidades personales de algunos funcionarios ni para mejorar las intransitables carreteras de las zonas cafetaleras, o para lograr el suministro de un fluido eléctrico suficiente, como para no dañar los pocos artefactos de los cuales disponen las humildes familias caficultoras, que continuamente pierden sus alimentos; o para cambiar ranchos de bahareque por escuelas, o por viviendas dignas.
Creo que la solución a los precios del café a nivel de productor no es nada fácil, desde mis estudios en la Universidad de Carabobo, siempre he dicho que existen tres tipos de leyes que no admiten impunidad:
“La Leyes de Dios, la Ley de la Gravedad y… ¡Las leyes económicas!”
Para mí, la problemática comienza, por la destrucción de todo el sistema productivo del país, lo que ha ocasionado una altísima hiperestanflación y, esta situación se corrige, si y sólo si, se logra echar a andar ese aparato productivo en forma de que su resultado sea la producción suficiente para abastecer las necesidades del país, y poder lograr exportar los excedentes.
Desde aquellos días de universitario adolescente he pregonado las preguntas;
¿Cuándo está el tomate barato?
Cuando hay cosecha de tomate.
¿Cuándo está caro el tomate?
Cuando no hay cosecha de tomate.
¿Qué es más caro un vaso de agua o un kilo de Oro?
¡Depende de donde se esté!
He de suponer que la raíz del problema de los precios al caficultor, radica en el sistema político-económico que se ha impuesto en el país.
Los productores de café se deberían preguntar:
¿Por qué a otros países les es rentable que paguen $160 por saco de café?
Supongo que en economía la respuesta lógica es:
¡Porque el costo de producción en esos países es más bajo y trabajan en mejores condiciones!
¿Cómo competir con países donde se disfruta de una mejor calidad de vida, se dispone de suficiente mano de obra, sus costos de producción son más bajos y pueden mecanizar el cultivo?
Las leyes de mercado forman parte de las leyes económicas, por tanto, tampoco admiten impunidad. Mientras no rectifiquemos el rumbo y más allá de la imposición de criterios desfasados y fracasados, se trabaja con la realidad, no sólo la producción cafetalera atravesará adversidades infranqueables, sino que todo el sistema productivo tendrá los mismos resultados y el bienestar social seguirá en picada.
En sano mercadeo, los precios no se pueden imponer, a menos, que sea por un corto lapso para corregir alguna situación anómala.
Maximiliano Pérez Apóstol