Trabajo de www.lanacionweb.com
Aunque no es la imagen que más resalta en frontera, hay pequeños grupos de caminantes que retornan a Venezuela por esta zona, tras haber experimentado la migración. Albeiro y Juan son un reflejo que marcan la otra realidad de la diáspora.
“No es nada fácil migrar. Uno cuando llega a otro país, si no se cuenta con los papeles en regla, es muy complejo para conseguir trabajo”, suelta Juan, con el cansancio tallado en el rostro. Regresó desde Perú (donde estuvo nueve meses), a pie y en compañía de otros dos caminantes.
El peso de los bolsos encorvaba un poco sus humanidades. En el momento de la entrevista, acababan de tocar suelo venezolano, justo a la altura de la aduana principal de San Antonio del Táchira, en el municipio Bolívar. “Trabajé como domiciliario, limpiando vidrios”, acotó Albeiro.
Los tres se encontraron en el camino. Solo dos quisieron relatar parte de lo vivido. “Yo tengo solo cinco meses afuera. Cuando quise regresarme estaba en Cali, y ya había ido hasta Perú”, aseguró, para luego ser interrumpido por Juan, quien decidió regresar por sus hijos. “Mis niños, de 12, 6 y 4 años están acá, en el estado Yaracuy. Los extraño mucho”.
A veces, si la suerte los acompañaba, pedían el aventón en las llamadas “mulas”. “Esas colas que nos daban, acortaban un poco el trayecto y nos permitían descansar”, manifestaron con la percepción de que no quieren probar de nuevo la migración.
“Lo que estaba haciendo allá lo puedo hacer en mi país”, enfatizó Albeiro, quien es consciente de que la situación país no se ha solventado y, quizá, esté más “rudo que cuando me fui”, pero su familia también lo motivó a tomar esa decisión.
En el camino, dejaron por sentado, hay peligros. “Al compañero que no quiso hablar, lo robaron”, sentenciaron, para luego señalar: “Uno ve que los carros pasan cerquita, fácil nos pueden atropellar, sobre todo en la noche. Gracias a Dios y no nos pasó nada grave”, añadieron.
La travesía a pie no cesó al entrar al país. Sabían que debían seguir la ruta hasta llegar a sus regiones. “Probablemente nos quedamos hoy en alguna plaza, para descansar”, aseveraron.
Juan sumaba 22 días caminando, mientras su compañero, 15. El agotamiento no aminoraba el anhelo del reencuentro con los suyos, pese a que tenían poco tiempo de haber migrado.