Desde tiempos remotos, durante el Paleolítico, al hombre le preocupaba la noción del tiempo cuando observaba la salida y ocultamiento del Sol.
Se trata de un fenómeno matizado por el misterio que devela paulatinamente con la invención de calendarios y relojes diversos.
El calendario más perfecto es el Gregoriano de los romanos vigente en la actualidad y los relojes atómicos con un margen de error mínimo en milésimas de segundo.
Por el que el principal astro del sistema solar está asociado al mundo simbólico del hombre en cuanto a rito religioso y mitología en el que ha discurrido la existencia del hombre.
Así llegamos a los tiempos del pintor venezolano Carlos Cruz Diez, uno de los mayores renovadores de las artes plásticas del país en la década de 1950, en el Grupo de los Disidentes, desde el movimiento del abstraccionismo.
De su lúcida iniciativa artística es la obra El Monumento al Sol Naciente, ubicada a la entrada de Barquisimeto zona noreste. Se trata de una creación que asemeja un reloj de ochenta metros de diámetro conformado por 32 paneles adheridos a la Tierra. Una certera convergencia de plástica con arquitectura.
Este es arte de calle que rompe con el convencional concepto de galería concebido en consecuencia para ser apreciado por multitudes. Una forma de emplear los espacios públicos para insertarse en la cotidianidad social y humana con otros códigos visuales, ciertamente muy cerebrales.
Una plástica labrada mediante la experimentación y teoría científica de la luz y movimiento a partir del sentido de la vista.
En esta gigantesca obra resaltan las líneas rectas que se agrandan para estimular el sentido de la vista. Es todo lo contrario de los círculos que se proponen otra interacción con el observador.
Precisemos que estamos ante una expresión del arte óptico, cuya abreviatura es “op” fundamentado en incidir en la retina del ojo humano. Algunas veces esta forma de arte abruma y asalta la mente del espectador.
Pero en la presente obra ocurre todo lo contrario. Lo que Cruz Diez se propone y logra es transmitir una sensación de sosiego y tranquilidad. Objetivo que materializa visualmente con los paneles rectos dispuestos en forma circular.
No obstante, una línea recta expresa infinito que inferimos significa libertad. Tal como lo dijimos en 2015, con motivo de su natalicio 94, nos deja así un mensaje de humanismo, solidaridad y poética mediante el uso de recursos de la estética visual.
Cruz Diez apenas emplea tres colores en forma de franjas rectas: amarillo, negro y azul. Los que resaltan son el primario amarillo y el neutro negro que curiosamente niega la luz. Mientras que por una parte el azul es una leve línea ubicada en la parte superior quizá con una economía de recursos. Por la otra hace lo mismo con el amarillo. De esa manera concreta una armonía por complementario con apenas tres coloraciones.
Según la hora del día de la obra emana una variedad de colores. Por lo que la pigmentación es diferente en la medida que avanza el tiempo en el lapso de doce horas. Un hecho comprobable cuando viajamos en un automóvil por una carretera y observamos el paisaje cuyo color varía cada vez que nos desplazamos.
Desde su fundación se están cumpliendo por estos días 34 años registrando un inevitable deterioro. Lamentable situación que amerita su restauración recayendo la mayor responsabilidad en la Alcaldía de Iribarren.
Y como dice el refrán popular: El sol sale por el este y se oculta por el oeste. Un este barquisimetano con su Monumento al Sol naciente que marca el amanecer y un oeste con el dominante Obelisco por la tarde. El alba y el ocaso del día.
