Las élites comunistas de China están modernizando a marcha forzada este gigantesco país, y para ello se han vestido de Confucio, pensador que vivió hace 2.500 años. Los Institutos Confucio y los centros de medicina tradicional china, los productos tecnológicos y de todo tipo, aparecen como hongos después de la lluvia en los cinco continentes del orbe. Es política análoga a lo que hizo Estados Unidos con la música rock, hamburguesas y Elvis Presley: difundirlos planetariamente en menos de 50 años.
Después de la fallida y traumática Revolución Cultural de Mao, China se mira en el espejo de su pasado para avanzar hacia el futuro. Se trata del neocofucianismo que integra la tradición y la más avanzada tecnología: el revival de Confucio. La cultura de la copia como estrategia geopolítica mundial es una de sus manifestaciones. Después de las reformas de Deng Xiaoping en la década de 1980 ya no se mira a Confucio como pensador reaccionario y feudal, tal como lo anatemizó el furibundo maoísmo y la “Banda de los Cuatro”. Con su pensamiento se construye una sociedad armónica tradicional (hexie shehui jianshe) con alta tecnología de Occidente y comunitarismo, en este país–civilización que no tuvo democracia parlamentaria e Ilustración, como Europa del siglo XVIII.
Lógicas e inercias propias de la cultura y sociedad confucianas reciben apoyo decidido del Partido Comunista Chino. Este revival confuciano intenta crear una síntesis entre el pensamiento tradicional de oriente y las ideas laicas de Occidente para crear valores y resolver problemas en las sociedades globalizadas. Es una política que sin duda tendrá repercusiones mundiales.
Shanzhai es deconstrucción china, dice Bying Chul Han, filósofo surcoreano que se ha formado desde joven en la muy filosófica patria de Kant, Hegel y Marx. El shanzhai se presenta como una forma híbrida intensiva. El propio maoísmo chino era una forma de marxismo shanzhai. Al no haber trabajadores ni proletariado industrial en China, se transformaron las enseñanzas marxistas originarias. Su capacidad de hibridación hace que el comunismo chino se apropie del turbocapitalismo.
Los chinos, agrega Han, no ven ninguna contradicción entre el capitalismo y el comunismo. En realidad, la contradicción no forma parte del pensamiento chino. Este se inclina más bien al «tanto esto como lo otro» que al «esto o lo otro». (Han, Byung-Chul. 2011). Es que para el pensamiento chino la contradicción hegeliana no existe. El pensamiento chino, en cambio, es deconstructivo desde sus comienzos, prescinde de toda idea de ser y esencia europeos. Frente a la identidad, reivindica la diferencia transformadora; frente al ser, el camino, afirma el surcoreano.
Pero el shanzhai no es imitación servil, pues es común que sus productos agreguen innovaciones a sus copias: un teléfono chino shanzhai puede reconocer billetes falsos, función que no tienen los teléfonos coreanos o estadounidenses, y la más grande tienda Disney del planeta está ubicada en Shanghái, ciudad donde se toman las decisiones económicas más importantes en el mundo actual. Siendo las marcas trasnacionales quienes dictan la ideología, deconstruir su imaginario es un acto de subversión. La falsificación y la piratería china no es tal, es por el contrario un verdadero arte.
En tanto su atractivo radica precisamente en la variación funcional e ingeniosa, son mucho más que meras falsificaciones baratas. No pretenden engañar a nadie. Su capacidad de innovación, que es innegable, no se define por el genio o la creación ex nihilo (desde la nada), sino por ser parte de un proceso anónimo y continuado de combinación y mutación. A partir de la elaboración de este y de otros conceptos presentes en la larga tradición del arte chino, así como en el budismo o el taoísmo, el teórico cultural Byung-Chul Han nos revela en este lúcido ensayo, El shanzhai: el arte de la falsificación y deconstrucción china, 2016, algunas claves para comprender los diferentes posicionamientos de Oriente y Occidente frente a problemáticas contemporáneas tales como las leyes de propiedad intelectual, la conservación patrimonial o la clonación. A la creencia occidental en la inmutabilidad y la permanencia de la sustancia, se corresponde una noción de autoría y originalidad: el ser es igual a sí mismo y por ello toda reproducción tiene algo de demoníaco, que destruye la identidad y la pureza primarias.
Hogaño existe en china arquitectura shanzhai, gastronomía shanzahai, diputados shanzhai, fulgurantes estrellas del pop shanzhai. Nokir, Samsing o Pahetonic, la cerveza Coronic, premios Nobel shanzhai, libros shanzhai, Harry Potter shanzhai, Adidas shanzhai, son solo algunas de las marcas que se pueden encontrar en los anaqueles de las tiendas de informática con productos similares a sus contrapartes oficiales y a cantidades que muchas veces suponen menos de una quinta parte del precio original. Eso es bien conocido.
No obstante, es difícil hacernos una idea de las dimensiones de la cultura shanzhai en China. Teléfonos móviles, sí; pero también cámaras, televisiones, coches o cualquier producto tecnológico que podamos imaginar; botellas de vino, cremas hidratantes, ropa interior; libros de Harry Potter, programas de televisión o el último taquillazo hollywoodiense (Tse, Ma y Huang, 2009). Si algo no falta, son ejemplos: la cultura de la copia es algo omnipresente en la China contemporánea. Pero, ¿por qué? Es una forma china de ver al mundo poco comprendida por nosotros los occidentales cristianos y racionalistas. Lo cierto es que la cultura de la copia es un fenómeno universal y no exclusivamente chino. Los monjes medievales europeos, la arquitectura gótica, el modernismo islámico, la poesía petrarquista, las incesantes copias del rinoceronte de Durero, y la cohetería espacial estadounidense son algunos ejemplos a tomar en cuenta. Solo que la guerra comercial China-Estados Unidos ha hecho colocar al shanzhai como singularidad del país del dragón. Lo idiosincrático y particular del caso de China es un claro elemento filosófico y moral muy antiguo: el confucianismo que ha empujado la alta tecnología a niveles asombrosos. Es una mentalidad que genera un modo alternativo de creación que nos obliga a reflexionar sobre nuestros parámetros valorativos y a reorganizar nuestra mirada sobre una mentalidad oriental que ya forma parte del paisaje de nuestra vida cotidiana.
Luis Eduardo Cortés Riera