#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: Román Chalbaud #4Oct

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Hace unos días murió en Caracas Román Chalbaud, uno de los tres integrantes de lo que Lorenzo Batallán -periodista de El Nacional- bautizó como la Santísima Trinidad del Teatro Venezolano: Los otros dos, José Ignacio Cabrujas e Isaac Chocrón, fallecieron años antes.

Román nació en Mérida, Venezuela, el 10 de octubre de 1931. Inició su actividad teatral cuando, estudiante en el liceo Fermín Toro, se inscribió en el Teatro Experimental bajo la dirección del reconocido hombre de teatro Alberto de Paz y Mateos.

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En la década de los años cincuenta va a trazar e imbricar su vocación. Estrena tres obras de teatro: Muros horizontales (1953), Caín adolescente (1955) y Réquiem para un eclipse (1958) y en el año de 1959 su primer film Caín adolescente. Su obra más representativa, escrita a los 36 años, en su madurez teatral, es Los ángeles terribles. Ya desde 1953, se encontraba dirigiendo programas culturales en la Televisora Nacional.

La obra Román Chalbaud es muy personal y auténtica, la cual siempre he defendido, por encima de las dificultades. Podemos decir que ha mantenido su compromiso estético y social. Además de dramaturgo, ya sabemos que era cineasta, pero también poeta. En 1967 escribió un poema titulado Nosotros y el teatro para celebrar la creación del Nuevo Grupo junto con Chocrón y Cabrujas, movimiento o institución, no sé cómo llamarlo, que tanto ha aportado al teatro, dándonos a conocer no sólo los autores vernáculos, sino extranjeros.

Ahora bien, vamos a destacar algo: todas las obras de Chalbaud, en general, se suceden en ambientes sociales bajos, marginales, de la Venezuela contemporánea. Es decir, que el problema social que nos rodea en los barrios y rancherías, son motivo constante de su preocupación e indagación. Sus tipos están concebidos descarnada y crudamente, llegan incluso a repugnarnos y, sin embargo, también les imprime rasgos de humor; a veces son como niños jugando un juego de humor negro y así denuncia ante el público una realidad aterradora, ya de degradación, ya de un destino doloroso, insoslayable, que acusa en él un cierto fatalismo. Yo me pregunto de dónde le vino a Román esta amargura. Y me contesto lo siguiente.

Nace en el seno de una familia distinguida pero tal vez sin mucho desahogo económico. Lo cierto es que sus padres se divorcian, la madre se viene a Caracas con sus dos hijos, Román y Nancy, aún pequeños. La madre trabajaría aquí en precarias condiciones. No recuerdo haberla conocido, pero sí a su hija Nancy, que era de las jóvenes de acción católica y secretaria en el partido Copei, luego lo fue en el equipo de Luis Herrera Campins, tanto en el congreso, como en Miraflores. Era una muchacha muy bonita, muy fina y siempre muy bien arreglada. No se parecía en nada a Román, ni en el físico, ni en las ideas, ni en la manera de ser ni de arreglarse. Él, en todo, podríamos llamarlo contestatario, si es que sé a ciencia cierta qué significa esto.

Para mí, Román fue un rebelde con causa. En Caracas descendió socialmente. Vivía cerca de la plaza de Capuchinos, en la muy popular

Parroquia de San Juan. Estudió en el Liceo Fermín Toro, excelente liceo, pero que se constituyó en centro de los jóvenes de izquierda revolucionaria. Allí estudiaba gran parte de la juventud comunista y eran conocidas las protestas y desórdenes que provocaban. Román debió sentirse próximo a estos rebeldes y además tenía un motivo más para acusar su marginalidad: su condición de homosexual. En esa época sí sentían los homosexuales cierto rechazo, la sociedad tendía a marginarlos un poco, aunque en Venezuela quizás mucho menos que en otras latitudes, porque una de las pocas virtudes de nuestra idiosincrasia es la tolerancia.

Yo estoy elucubrando por mi cuenta, tratando de entender un poco la personalidad de Román Chalbaud, de aproximarme a su conflicto vital y me encamino hacia otra suposición que me sale de ver, oír y conocer en mi ya larguísima vida, tantas personas y tantas experiencias. Perdonen si soy muy cruda: los homosexuales, cuando no era usual que salieran del closet, como ahora, buscaban, para tratar de salir de su problema, el trato con mujeres de mucha experiencia sexual –por decirlo de alguna manera-, es decir, acudían a prostitutas. Para mí que Román frecuentó mucho esos ambientes bajos, los burdeles y, emotivo e inteligente, si no aprendió a ser hombre, aprendió a ser una persona de gran conciencia social, un individuo con una sensibilidad especial para captar, sentir y hacer suyos la marginalidad, el dolor, la degradación, la abyección, la injusticia, el olvido y el desprecio a los desamparados. Todas estas experiencias las convirtió en arte.

Este es el sentido de su dramaturgia y de su cinematografía.

Alicia Álamo Bartolomé

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