“…En el mundo nadie puede obligar a una población a permanecer en un territorio donde sus gobernantes han sido incapaces de responder por las obligaciones que adquirieron a través del mandato popular, ni siquiera con la seguridad alimentaria, ni con el aseguramiento de los derechos básicos que permiten la subsistencia…”
Jorge Puigbó
La palabra éxodo nos habla de movimiento de personas, seiscientos mil judíos, nos dice la Biblia, vivían en Egipto esclavizados y fueron los protagonistas de esa gran aventura que comienza con su expulsión, tal como lo narra el Libro del Éxodo, uno del denominado Pentateuco. Algunos señalan la cantidad de seres humanos implicados en una acción migratoria para diferenciar el término éxodo de la llamada migración; si acogemos este criterio lo que tenemos en Venezuela es un éxodo, más que un proceso migratorio debido a la inmensa cifra de casi 7.710.887 ciudadanos que abandonaron el país, cifra actualizada el 5 de agosto de 2023, en esa cifra se incluyen los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo, y están basadas en los venezolanos migrantes con estatus regular, legal, por tanto pueden ser más elevadas, debemos, asimismo, señalar que de ese total 6.527.064 se encuentran en América Latina y el Caribe. Una cuestión agravante de la situación se debe a los cientos de miles de venezolanos que aún no poseen documentación, ni permisos, para permanecer legalmente en los países vecinos. En consecuencia, no tienen garantía de acceso a derechos fundamentales. “Nos llevó más de siete días llegar a Perú. No teníamos nada que comer al final. Tratamos de ahorrar todo para nuestro hijo, pero también pasó más de 24 horas sin comer un bocado. Solo tiene tres años”. (Gerardo, padre venezolano en Perú). Una frase reseñada por ACNUR que no necesita ningún comentario.
Referencia obligada por sus investigaciones y estadísticas acerca del éxodo venezolano y sus consecuencias determinantes para el futuro de Venezuela es el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas y su proyecto Encovi (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida). Si leemos con detenimiento las conclusiones que se extraen de las investigaciones que realiza este instituto nos daremos cuenta de que se trata de un problema medular para la existencia de Venezuela como país y por tanto es un fenómeno social que presenta diferentes aristas, por tanto no solo se trata de una pérdida irremediable de población por abandono del país sino que, también se acrecienta por una caída de la natalidad, perfectamente explicable por la situación económica de los hogares y asimismo a ello se le suma un aumento de la mortalidad, tanto en niños como en adultos, por la precariedad de la salud pública y la imposibilidad de acceder a la privada por lo costosos de los seguros. Emigran más hombres que mujeres, somos el país latinoamericano con el más alto porcentaje de mujeres al frente de los hogares con un porcentaje que sobrepasa el 50%, cuando Latinoamérica tiene un promedio de 36%. Se van los trabajadores y atrás quedan, los niños y los viejos; de cada 100 personas en edad laboral hay 65 personas dependientes, estos números son un lastre muy pesado para que el país pueda arrancar y menos de vernos favorecidos con el llamado bono demográfico. El Instituto Nacional de Estadística de Venezuela (INE) estimaba en el 2015 que para el 2020 el país contaría con 32.605.423 habitantes, los últimos informes de la ONU hablan de 28.436.000, una disminución de 4.000.000 de habitantes y que hoy día, algunos como ACNUR estiman en 7.710.887, cifra que utilizamos al comienzo del artículo con una proyección de unos 8.000.000 para diciembre, será difícil que el país se recupere y no hemos hablado de la calidad profesional de las personas que se fueron.
Según la mayoría de los analistas la emigración se ha constituido en el principal problema social del mundo. Para darnos cuenta de la dimensión del problema, este año el “Informe sobre el desarrollo mundial 2023” ya fue elaborado por el Banco Mundial y una de sus características del análisis es el inusual énfasis al número de personas que, por razones de su emigración, no han podido obtener la ciudadanía en el país de acogida, la cifra es sobrecogedora, alrededor de 184 millones de personas en todo el mundo, en los cuales se incluyen unos 37 millones de refugiados. Los vocablos utilizados hay que tenerlos claros, por tanto, debemos decir que, el término legal de migrante no es similar al de refugiado. La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), los define como las «…personas que huyen de conflictos armados o persecución…», siendo que muchas veces «…su situación es tan peligrosa e intolerable, que cruzan fronteras nacionales para buscar seguridad en países cercanos, y así, ser reconocidos internacionalmente como refugiados…”. ACNUR, asegura que confundir los términos «migrante» y «refugiado», «conduce a problemas para ambas poblaciones». Una definición legal que aclara es, «cualquier persona que se desplaza, o se ha desplazado, a través de una frontera internacional o dentro de un país, fuera de su lugar de residencia, independientemente de su situación jurídica; el carácter voluntario o involuntario del desplazamiento; las causas del desplazamiento; o la duración de su estancia”, es un migrante de acuerdo a la “Organización Internacional para las Migraciones (OIM)”, oficina creada en el año 1951. Esta misma oficina emitió el 18 de diciembre del 2022 su reporte “Informe sobre las Migraciones en el Mundo 2022”, en el cual aseguró que, según sus estadísticas, habría unos 281 millones de migrantes internacionales, una cifra que equivale al 3,6 % de la población mundial.
Hace unos días leí en un portal de noticias de la Web que: «En los últimos dos días, 8.000 inmigrantes han llegado a la isla italiana de Lampedusa. Hay más inmigrantes que locales. La población de Lampedusa es de poco más de seis mil personas. Los ilegales llegan en barco desde Libia y Túnez«. Es estúpido sostener que esa gente vivía bien en su país y que no se puede entender como emigran de su tierra, tan querida y generosa, a un país capitalista y desarrollado, todavía existen personas en los países del tercer mundo, y también en el primero, que continúan achacando a ciertos países desarrollados el fracaso de los nuestros. Los argumentos utilizados todos son insostenibles y nos ciegan en la búsqueda de caminos propios, lo primero es una irracional actitud de rechazo a sistemas político-económicos que han sido eficientes y que han traído riqueza a sus ciudadanos. Hoy contemplamos largas filas de personas de todo tipo y condición huyendo de regímenes o sistemas fracasados, por eso se van para los EE. UU. o para Europa, y no es porque están obnubilados por una propaganda que vende a esos países como un paraíso, eso es una ofensa a la inteligencia y a la razón del emigrante, quien está totalmente seguro de que en esos países tendrá que bregar duro para progresar.
En el mundo nadie puede obligar a una población a permanecer en un territorio donde sus gobernantes han sido incapaces de responder por las obligaciones que adquirieron a través del mandato popular, ni siquiera con la seguridad alimentaria, ni con el aseguramiento de los derechos básicos que permiten la subsistencia esa es la gran verdad detrás de la tragedia, la que se quiere ocultar o minimizar, con absurdas mentiras que ya nadie cree, desgraciadamente es la publicidad derivada de la vergüenza y el dolor que produce esa hemorragia de seres humanos cruzando la frontera quien la proclama a los cuatro vientos: no solo les mataron la esperanza, los están matando de hambre, por eso nos vamos.
Jorge Puigbó